María Eugenia Fernández
José Mármol, Buenos Aires, Argentina
Me anunciaron “traslado con efectos”, era el mes de octubre de 1978. Inmediatamente trepé a la ventana y avisé a las compañeras. No me dijeron para qué era pero cuando me di cuenta estaba rumbo a la libertad, me habían concedido la libertad domiciliaria.
Lo más grandioso de esa etapa fue encontrarme con mis dos pequeños hijos que hacía más de dos años que no veía. De igual modo con mi esposo, que hacía dos meses que estaba en libertad vigilada.
Llegué al domicilio a las 12 de la noche, nadie sabía nada. Desperté a mis parientes, mis niños dormían y mi compañero estaba trabajando. Llegó la mañana y allí estaban mis amores, mis hijitos, Carlos Rubén y María Mercedes, de cuatro y dos años, respectivamente. Los vi pequeños y vulnerables, compartieron ese tiempo con los tíos paternos, en Entre Ríos. No quería que mis emociones enturbiaran ese instante, deseaba apretarlos, besarlos y acariciarlos, pero podían asustarse. Tres años es mucho tiempo. Cuando llegó mi compañero fue un encuentro total, como si el tiempo no hubiera pasado.
Así volvimos a estar nuevamente los cuatro juntos: primero, con la familia de mi esposo, mientras estuvimos bajo libertad vigilada y domiciliaria, y luego nos radicamos en Buenos Aires con la mía, ya con libertad. Siempre agradecidos por el apoyo incondicional de la familia.
Estando con mis padres, en 1980, nació nuestra tercera hija, Daniela Alejandra, la hija de la libertad. Mi compañera de sala en la maternidad era mi vecina que en aquellos años terribles había protegido a mis hijos en un episodio, cuando estábamos clandestinos por la fuga del Buen Pastor (fuga de la carcel de mujeres de Córdoba ocurrida el veinticinco de mayo de 1975. Se fugaron 26 presas políticas). Increíblemente después de cinco años la vida nos encontró trayendo hijos al mundo ¡Qué emoción!
Primero trabajé de enfermera, en 1982, y como también era maestra me inscribí en el Consejo Escolar para ingresar a la docencia. La guerra de Las MalvinasArchipiélago de América del Sur situado en el mar argentino a 500 kilómetros de la costa. El 2 de abril de 1982 la dictadura cívico militar inició el desembarco de tropas en las Islas Malvinas, dando comienzo al conflicto bélico con Gran Bretaña. El enfrentamiento dejó un saldo de 650 combatientes nacionales y 255 soldados ingleses muertos. El 14 de junio de 1982 Argentina presentó la rendición. me encontró trabajando de maestra, en tanto mi compañero trabajaba en un taller mecánico lavando piezas con kerosene. Mientras, realizaba un curso de plomería y gas. Nunca le faltó trabajo y dejó el taller.
Los hijos fueron creciendo y rehicimos una familia con mucho amor y dedicación. La vuelta a la democracia nos encontró juntos. Mientras los hijos crecían, mi compañero comenzó a estudiar abogacía. Mi hijo Carlos, al terminar el secundario, se acopló con el padre a estudiar lo mismo.
Con la democracia vinieron los encuentros con compañeros, amigos, vecinos y familiares que durante la dictadura habíamos dejado de ver. Fue un tiempo de hacer memoria, mi compañero con el libro Detrás de la mirilla, una obra colectiva de los presos de Coronda.
En tanto recibía en mi casa a mis compañeras del Buen Pastor, para comenzar a pensar en la película, toda la familia se sintió movilizada y se comprometió conmigo. Cuando se estrenó en Córdoba fue un encuentro con muchos seres queridos. Mis vecinos la vieron por Canal Encuentro y me paraban en la calle con gestos de interés y curiosidad. A la salida de la escuela, mientras entregaba a mis alumnos a sus madres algunas, emocionadas, me decían: “Seño, la vimos en la película”. Mi nietita de cuatro años se sintió conmocionada por su abuela y casi en secreto me dijo: “¿Es cierto nona que a vos te encerraron en un lugar muy feo y te escapaste por la ventana, volando como Batman?”. Me quedé asombrada de la forma en que había incorporado esta realidad a su fantasía.
No puedo dejar de relatar que al saltar la ventana, durante la fuga del Buen Pastor, tenía un tesoro dentro mío que nació por parto natural sin complicaciones y hoy es profesora de Educación Física para hacer honor al gran salto. Además es solidaria y una luchadora de la vida para hacer honor a los que la recibieron en sus brazos al nacer y escucharon su primer llanto.
Cuando fue la fuga, en mayo de 1975, como todos los sábados, los niños que convivían con sus madres tenían autorización para salir a pasear con familiares. Yo estando embarazada me enteré 20 minutos antes y los niños no habían vuelto. Mi hijito Carlos había quedado con familiares. Fue una odisea de cuatro meses poder buscarlo.
Al llegar la democracia nos conectó una compañera que no conocíamos, que insistía en ver a Carlos. Preparamos una cena y le contó: “Quería verte, todos estos años estuviste en mi corazón, sentía como una mochila sobre mis hombros. Ese sábado saliste a pasear con nosotros e inesperadamente nos enteramos por la tele de la fuga. No podíamos llevarte de vuelta porque tu mamá ya no estaba allí. Estuviste un tiempo con nosotros y tenías un triciclo y un osito peluche y te gustaba comer banana. Las plantas y flores te encantaban y eras muy alegre. Te queríamos como a un hijo, pero la represión se agudizó y tuvimos que exiliarnos en el exterior. Te podríamos haber llevado con nosotros pero eso hubiera sido robarte. No estuviste con cualquiera, estuviste con compañeros. Te entregué a un compañero pero nunca supe si era tu padre. Todos estos años pensando en vos y ahora estoy feliz de saber que te reencontraste con tus padres, tu familia, y que estás bien, que has estudiado, que sos abogado. Acá te traje unos dibujos que hice para vos”. Y se abrazaron y se mezclaron las lágrimas que hacía rato venían brotando de sus ojos. Fue un encuentro muy emocionante y sigo viendo en ellos la mano de Dios.
Los encuentros nos llevaron también a abrazarnos con los amigos de la Fraternidad, un grupo cristiano ecuménico. Los sobrevivientes de este grupo, que ponía en práctica la Teoría de la LiberaciónEs una corriente teológica cristiana integrada por varias vertientes católicas y protestantes, nacida en América Latina en la década de 1960 tras la aparición de las Comunidades Eclesiales de Base, el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia Episcopal de Medellín (1968), que se caracteriza por considerar que el Evangelio exige la opción preferencial por los pobres., logramos encontrarnos y hacer un proceso de memoria del que salió el libro La Fraternidad en la tempestad. Se presentó en nuestro país y en Italia. Agradezco tanto a mis hijos y compañero, siempre tan amorosos. Mi hijo y mis dos niñas son algo más, son mis amigos, mis compañeros. Mi hija de la libertad es trabajadora, paciente, amorosa y cultiva amistades como las flores.
El encuentro de Nosotras en el Bauen nos permitió volver a vernos y comprobar que la solidaridad está presente siempre, como la hija de Vilma, osteópata, que se ofreció a atender a mi hijo que sufrió dos accidentes cerebro vasculares. Brindo por más encuentros.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS