Elena Arena
Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina
Estuve presa desde 1975 hasta 1980. Primero en OlmosUnidad Penitenciaria N°1 «Lisandro Olmos» perteneciente al Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires, donde fueron recluídas presas políticas bonaerenses. y luego en la cárcel de Devoto. Salí en enero de 1980 con libertad vigilada que cumplí en Balcarce, donde vivía mi familia. A fines de ese año, se me levantó la restricción y volví a Mar del Plata a buscar trabajo. Esto era muy difícil porque con esos antecedentes nadie me contrataba. No tenía referencias de los últimos años y la anterior a la cárcel tampoco ayudaba, pues había trabajado en la Universidad Católica de Mar del Plata, en la Facultad de Derecho, y ese lugar era considerado un bastión subversivo hasta el golpe de Estado de 1976. Era peor esa referencia que no tener ninguna.
En Mar del Plata, un viejo conocido de la Facultad de Humanidades de la universidad provincial, donde había estudiado, me recomendó en el diario El Atlántico y comencé a trabajar allí como correctora, donde permanecí desde noviembre de 1980 hasta 2002, cuando se produjo su quiebre.
En los primeros años en libertad me llamaba mucho la atención la falta de diálogo entre la gente. Eran monólogos, cada uno decía su parte y no había intercambio de opiniones de ninguna clase. Nadie hablaba de política, ni de economía, ni de los problemas sociales, ninguna discusión, ningún comentario medianamente comprometedor. Era raro para mí, que venía de años de una experiencia en la cárcel donde las charlas y las discusiones con las compañeras eran lo habitual.
En el diario era parecido. Todo muy tibio, muy cuidado. A pedido del director, que era quien me había contratado, no debía decir que había estado presa. Era el año 1981 y la dictadura estaba en su apogeo. Los trabajadores no reclamaban nada, ni siquiera si faltaba papel higiénico en el baño, mucho menos reivindicaciones laborales. Me costaba adaptarme, ya que nosotras en la cárcel habíamos vivido reclamando todos nuestros derechos como personas, desde los más insignificantes hasta los más importantes, aún a costa de ser sancionadas.
Comencé a relacionarme con los compañeros de trabajo y me acerqué a dos o tres que me parecieron más confiables. Lo primero fue juntarnos para charlar. En el lugar de trabajo era imposible, así que conseguimos un lugar en un hotel abandonado a la vuelta del diario: el portero nos abría la puerta e íbamos llegando de a uno. Al principio éramos dos o tres de Prensa y dos de Gráficos. Era la única mujer. Hay que decir que en aquella época las redacciones eran muy machistas, difícil que una mujer trabajara allí, solo había algunas en tipiado, en armado y la mayoría en administración. De este modo, empezamos los reclamos por los elementos de trabajo en la redacción. Por ejemplo: papel, lapiceras, cortantes, reparación de máquinas de escribir, sillas y mesas. Así fuimos llegando al año 1982 y los reclamos fueron creciendo. Fui un poco la “delegada” no elegida.
Después de la Guerra de Las Malvinas el deterioro de la dictadura fue animando a los trabajadores y se comenzó a hablar, discutir y muchos ya sabían de mi condición de ex presa política. Querían saber, que contara y lo hice, sin guardar nada. La mayoría se acercó y los menos se alejaron, como ahora.
En 1983, recuperada la democracia, se realizaron las elecciones en el Sindicato de Prensa, se produjo el regreso del secretario general exiliado y la normalización del gremio. Fui elegida delegada. Había más mujeres trabajando, algunas ya en la redacción, varias en corrección y en otras secciones. Costaba mucho el respeto por ellas, sobre todo porque eran jóvenes y venían de una experiencia de bancarse todo, en sus casas, en las calles, en los trabajos, en sus estudios. Demasiadas conductas machistas aceptadas por formación e impuestas por las costumbres. Ser delegada no era fácil, había que reclamar, porque muchas veces las compañeras llegaban llorando por situaciones que se presentaban en el trabajo. En una oportunidad, hicimos que obligaran a un jefe de Redacción a tomar carpeta psiquiátrica por maltratos reiterados sin distinción de género al personal. Mi incidencia fue siempre inequívoca entre el decir y el hacer en la Redacción. Esto me costó el odio de este personaje hasta el fin de mi estadía en el diario.
El primer desafío con el que me encontré fue el miedo inculcado durante los años de dictadura, el miedo atravesaba a todas y todos. En tanto, otro obstáculo con el que debíamos luchar era conceptual: los dueños nos hacían creer que éramos una gran familia, nosotros, los jefes y los empresarios. Costó mucho que se comprendiera que los empresarios eran los dueños, los jefes sus servidores y nosotros, por nuestra condición de laburantes, éramos los primeros perjudicados. Eso se develó enseguida porque, calmado el miedo, se comenzó con reclamos salariales y de mejores condiciones de trabajo. Ahí quedamos en veredas diferentes.
El otro punto fue el desprestigio que sembraron contra la política y el gremialismo, lograr la distinción entre la burocracia entreguista y nosotros, que luchábamos por los derechos de los trabajadores, fue muy complicado y avanzamos muy lentamente. Cada error nuestro era un punto a favor de los que no querían que nos organizáramos. Es lo que más costó, había que demostrar que los que estábamos en la actividad gremial no teníamos ningún privilegio y esto quedó demostrado cuando, veintidós años después, mi nombre encabezó la lista negra de despidos, sin causa, aun siendo la secretaria adjunta.
Del mismo modo, hubo que pelear profundamente contra la devaluación hacia las mujeres, y no me refiero a cobrar menos, que es lo más fácil de ver, sino a lo conceptual. La mujer siempre debía poder salir del trabajo, faltar, pedir licencia sin goce de haberes y hasta renunciar al trabajo según la gravedad del problema a solucionar en la familia fueran padres, suegros, hijos. No importaba si había varones que pudieran ocuparse, ellas sentían que tenían que estar.
Por otro lado el trabajo de ellas, dentro de la familia, era considerado menos importante aun cuando era el que más contribuía al sustento económico. Esta idea está implantada aún en la sociedad, estuvo y está implantada, si bien ha comenzado a modificarse. La participación de las mujeres en los cargos dirigenciales públicos, políticos o gremiales estaba vedado, pero no desde afuera sino desde adentro, desde la concepción de la misma mujer. Esto fue y es lo más difícil de combatir entre nosotras. Nosotras tenemos iguales capacidades pero no estamos en las mismas condiciones, por las tareas de cuidado naturalizado que debemos cumplir.
En 1986 pasé a formar parte de la comisión directiva del Sindicato de Prensa de Mar del Plata. Varias mujeres estamos en esa comisión. Integro también las comisiones paritarias y la mesa de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Estoy en la Comisión por la Memoria de la Municipalidad de General Pueyrredón, participo de las comisiones por los juicios de Lesa Humanidad desde los juicios por la verdad, soy testigo desde ese momento, habiéndome presentado a declarar las cuatro veces que fui convocada, y soy parte de la Casa de la Memoria.
Desde hace cuatro años soy la secretaria general del Sindicato de Prensa de Mar del Plata y debo decir, con mucha alegría, que nuestra comisión tiene mayoría femenina en los cargos principales. Nadie nos regaló nada. Es el producto de las luchas llevadas por nosotras y los compañeros varones que reconocieron que nuestros derechos son iguales que los de ellos.
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