Andes, Pampa y Patagonia

Ampliar el círculo

María Susana Habra

Santiago del Estero, Argentina

1980. La dicha de recuperar la libertad, con sus abrazos interminables, se mezclaba sostenidamente con la agobiante soledad de las ausencias. Las de mis compas hermanxs arrebatadxs para siempre y las de compañeras que habían quedado, quién sabía hasta cuándo.  

En un entorno de clase media de una provincia conservadora, casi feudal, el presente se configuraba como un enorme desafío a la hora de pensar en proyectos colectivos, disputándole a la nostalgia de la esperanza interrumpida y a la pelea casi solitaria contra las marcas de la crueldad.

Formalmente inhabilitada para iniciar estudios o trabajos que ampliaran mi horizonte era un contexto de pocos e incondicionales apoyos amorosos, de no muchas manos tendidas, en silencio y de abundantes miradas esquivas. 

“¡Por fin una mina que piensa!”, fue la frase que balbuceó en aquel primer encuentro quien se convertiría en mi compañero de sueños y proyectos, que sostuvimos, no sin dificultades, desde entonces. 

Formar con él una familia era la mejor apuesta colectiva, donde construir amor y solidaridad. Emprendimos con apuro, ilusión y convicción nuestro proyecto de familia numerosa. Fueron años laboriosos, divertidos, sacrificados y repletos de emociones. 

Maternar con cuatro hijxs fue mi elección, iniciando de este modo un nuevo camino de militancia por la vida. Conciliar miradas, criterios y visiones del pasado, del presente y del futuro no resultó sencillo. Pero prevaleció el anhelo de que en nuestro pequeño mundo se anidara compromiso con “el otro”,  sensibilidad ante la injusticia y, en lo posible, renuncia a la resignación. En nuestro cotidiano y desde lo pequeño procuramos sembrar la idea de que “construir otro mundo, es posible”. 

El 2001, con tanta desigualdad explicitada, me sacudió íntimamente. Era imperativo aportar parte de mi tiempo a algún espacio colectivo y comencé a brindar apoyo escolar en un centro de niñas, niños y adolescentes que carecían de otras posibilidades. Fue una experiencia que me interpeló, me aproximó a otros dolores y carencias y reavivó mi necesidad de activar socialmente.

En la provincia, paralelamente, se fue haciendo cada vez más visible la permanencia y continuidad en sus funciones de los máximos responsables de la represión. Estalló el pedido de justicia por el llamado “Doble crimen de la Dársena” que acabó con la vida de dos jóvenes a manos del principal responsable de los crímenes de la dictadura. Por primera vez las calles de Santiago nos vieron marchar con la bandera con fotos de nuesrtxs desaparecidxs y los rostros de la gente, al vernos pasar, se teñían de estupor.

Se gestó de ese modo un nuevo movimiento de Derechos Humanos (DDHH) que, con la caída del “juarismo” y la llegada del kirchnerismo a través de una intervención federal, abrió una nueva agenda y casi el nacimiento de nuestra incipiente democracia con veinte años de retraso respecto de la política nacional.

En ese marco ingresé en la Secretaría de DDHH de la provincia y desde allí comenzó un esmerado proceso de construcción colectiva para gestionar actividades de transmisión de memorias, comprendiendo la necesidad de generar espacios de formación y debate para que otros y otras se pudieran apropiar de nuestro pasado reciente. “Ampliar el círculo de los que recuerdan” era nuestro desafío. Con esa preocupación conocimos el programa “Jóvenes y MemoriaIniciativa de la Comisión Provincial por la Memoria. Es una experiencia educativa que desde 2002 impulsa proyectos de investigación sobre las memorias del Terrorismo de Estado.

Convocar a adolescentes para que, acompañadxs por sus profes, indagaran en las historias de sus comunidades nos ofrecía y ofrece la posibilidad de propiciar, desde un espacio institucional, que pudieran interrogarse acerca de su presente. El programa es una invitación a la participación, a conocer historias de militancia, de resistencia, de organización popular, interrogando al pasado, para poder comprender las complejidades de la democracia y alimentar la esperanza de que un futuro más justo y solidario solo será posible si lo construimos entre todxs.

En cada uno de estos diez años de recorrido en nuestra provincia, lxs jóvenes eligieron temáticas variadas que sin dudas les atraviesan en su día a día. Al finalizar el proceso de investigación, compartían con sus pares las reflexiones que les disparaba cada entrevista y cada debate que abordaron para concretar su producción. 

Las biografías de nuestrxs hermanxs desaparecidxs se van transformando en murales y videos. Los conflictos de tierras o la explotación laboral, en canciones u obras de teatro. El dolor por algún compañero de curso que debió ausentarse para trabajar como peón golondrina se historizó y fue canción. La escasez de agua se relató en revistas y muestras fotográficas. La historia de algún ex combatiente de Las Malvinas, desconocida en su pueblo, devino en placa de homenaje en la pared de un colegio y el solitario vecino, pudo, entonces,  compartir sus recuerdos atesorados en soledad “luego de estar casi treinta años sin que nadie golpeara las manos en su rancho”. Testimonios de violencia de género, relatos de episodios de violencia policial o de discriminación nos encontraron hermanadxs en  abrazos emocionados de dolor compartido.

Algunos años pudimos participar en los cierres del programa en Chapadmalal, con miles de jóvenes de la provincia de Buenos Aires y algunas otras localidades en las que también se desarrolla “Jóvenes y Memoria”. Estremece recordar la carita de lxs chicxs que nunca habían visto el mar, no solo porque nos encontramos a más de mil kilómetros, sino porque en algunos casos ni siquiera conocían la capital de nuestra provincia. 

“No sabía que se podía ser tan feliz” o “fue la experiencia más feliz de mi vida”, son algunas de las frases que nos devolvieron en estos años. Son los empujones para seguir poniendo nuestra mente y nuestro corazón en este desafío, con la ilusión de  que muchxs adolescentes conozcan nuestra historia, sepan que tantos y tantas entregaron lo mejor de sí por un mundo más humano y se sientan convocadxs a soñar con otrxs, para que nunca más se nos muera la sonrisa.

Por nuestrxs 30.000 y por todos los duendes que empujan nuestros sueños ¡No nos han vencido!         

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