Silvia Asaro
Trelew. Chubut, Argentina
Trelew, 22 de agosto del ’72. Mi madre me despertó temprano ese día y casi llorando dijo: “¡Los mataron a todos!”. Salí corriendo a la casa de mi vecina a contarle y lloramos las dos. A partir de ese día mi ciudad pasaría a la historia y mi vida tomaría otro rumbo.
Los acontecimientos políticos se fueron precipitando unos a otros en esos años y yo con ellos. Ya nada me era indiferente: ni las injusticias ni el hambre. Y pensé entonces que una revolución era posible, estaba allí, a la vuelta de cualquier esquina. Y ahí empezó mi búsqueda.
La represión también estaba allí en cualquier esquina y en el año 1975 fui a parar a la cárcel. Entre esas rejas y candados las encontré a ellas, a mis cumpas. Llegábamos a Devoto desde distintas cárceles del país golpeadas, torturadas pero indomables, enteras y nunca rendidas. Y así, eternamente, todas ellas entraron en mi vida.
Con un bolsito hecho con un jean viejo y algunos entrañables recuerdos atravesé el portón de Devoto, que estalló en mi espalda cuando se cerró. Fue un corte, una vuelta de página y de un salto retorné a la vida. Había que tomar nuevamente coraje en esta etapa. Ese mismo día subí a un ómnibus y volví a Trelew, mi ciudad.
No me esperaban con los brazos abiertos y muchos conocidos no lo eran tanto ahora. Los casi seis años de detención habían desteñido amistades y sentimientos. Nada era igual. Los meses de una libertad “vigilada” le dieron un raro reflejo a mi vida y apenas firmada y levantada esa restricción no soporté la soledad. No la soporté. Extrañaba a mis hermanas de la vida. Allí nada me ataba, así que me contacté con algunas de ellas y dejé Trelew.
Otra vez subí a un ómnibus y en plena Guerra de Las Malvinas recalé nuevamente en Buenos Aires.
¿Qué hacía allí? Ese hilo que tejimos adentro, y que me sujetaba con cientos de compañeras, estaba intacto. Volvieron los abrazos -esos tan apretados- y volvió la alegría. Me fui a vivir a una pensión de cuarta, cerca del Luna Park, con la Negrita, que venía de Tucumán, también huyendo de soledades. La piecita era chiquita y bromeábamos que era “casi, casi como una celda”.
Así nos fuimos reencontrando una a una. Y fue aquel kiosquito -al costado de la avenida 9 de Julio- el otro escenario que pudimos inventar. Levantamos una fuente de trabajo: armamos un kiosco abierto las 24 horas, había que sobrevivir. Muchas veces con algunos miedos porque todavía estábamos en los últimos meses de la feroz dictadura.
Cada una fue reinventando su vida: armar una pareja, esperar una hija y, así, de a poco, otra vez nos fuimos metiendo en las marchas y saliendo a pintar paredes. El pueblo estaba en las calles, en plaza de Mayo, se olía la libertad, venían nuevos aires. Festejamos la vuelta a la democracia tan esperada. Pasaron los meses y otra vez el destino, la vida y una decisión me llevaron de nuevo a Trelew, como si la historia me tironeara y me invitara a volver.
22 de Agosto de 2007. Otra vez aquel escenario, el viejo aeropuerto donde los diecinueve compañeros entregaron sus armas. El último lugar donde los vimos vivos antes de que fueran masacrados en la base Almirante Zar. Pero ahora se llenaba de luces. Trabajamos mucho y muchos para que se llenara de luces. Memoria, verdad y justicia fueron derribando barreras y el gobierno provincial aceptó reconstruir ese espacio, que por muchos años había estado abandonado, solo visitado por jóvenes y pobladores de Trelew que anónimamente seguían rindiendo homenaje.
Volvió a estar en pie como Centro Cultural por la Memoria y fue así que en esa fecha -año 2007- junto con Carlota, Susana y otras cumpas nos organizamos y recibimos a cientos de compañeros, compañeras, familiares, madres y abuelas de distintos puntos del país. Los compañeros también pudieron ingresar y recorrer los pasillos de la cárcel de Rawson, donde habían estado detenidos. Éramos muchos, todos empecinados en NO OLVIDAR. Y yo volvía a estar allí.
Hoy el Centro Cultural por la Memoria emerge en una semi planicie patagónica con vientos desolados y muchas veces inhóspitos. Yo pude poner mi granito de arena. Mi paso como laburante de los Derechos Humanos (DDHH) por ese lugar fue la respuesta o el compromiso asumido ante aquel sentimiento de dolor en aquella mañana fría del 22 agosto del ’72 que me marcó para siempre.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS