Elvira Aidee Acuña
Posadas, Misiones, Argentina
Cuando pudimos recuperar nuestras voces nos dimos cuenta que los miedos son atemporales. Ya no miedos a las torturas, violaciones, simulacros de ejecuciones sino a cómo armaríamos ese rompecabezas que fue nuestro cuerpo. Miedos distintos al horror al que nos sometían esos seres perversos, llenos de sangre y revanchas. El miedo a que dentro de nuestras entrañas desgarradas hubiera la posibilidad de un embarazo. Creían que el sometimiento sexual era la perfecta venganza ante los silencios.
Fue el patriarcado recordándonos el papel que debíamos jugar en ese orden de terror y muerte. En las casas, hacendosas mujeres, criadoras de niños, tolerando amantes y dispuestas a la hora en que el macho la requería. Por otro lado, nosotras, osadas mujeres militantes e ideologizadas, caminando a la par, discutiendo en tribunas, debatiendo sin miedos y preparadas para cambiar el mundo. Éramos todo lo que ellos odiaban ¿Qué mejor para doblegar voluntades y que volviéramos al redil que hacernos ver que ellos eran dueños de nuestras vidas y de nuestras muertes, de nuestros cuerpos y, si querían, de nuestros hijos? “Yo te castigo en nombre de los mandatos, yo te violo, porque tengo derecho al placer de tu vagina, yo te mato, porque tengo el poder”.
Hoy, las luchas por acabar con el patriarcado nos hacen ver mejor el oscuro sentido de las violaciones. Mucho tiempo callamos y nuestros pensamientos de mujeres rotas nos llevaron a imaginar cómo sería la vida con el compañero elegido sin que nos interpelaran las sensaciones de asco pensando en la compulsión del violador. Entre esos temores estaba el de pensar si podríamos concebir hijos o si nuestro útero maltratado tomaría revanchas. También pensábamos si el placer del amor con el compañero sería eso, placer. La sabiduría del tiempo, la ayuda profesional y los brazos amorosos y comprensivos, fueron borrando los temores.
Cuando me preguntan si fuimos derrotados pienso que derrotados quizás, pero no vencidos. Cuando veo a mis hijos, que de alguna manera fueron recomponedores de mis pedazos, también siento que no pudieron con nosotras, que se creyeron que partiendo nuestros vientres jamás floreceríamos. Ellos, mi familia, mis compañeras y compañeros, nosotras en libertad, todos ayudaron a sanar. Ayudaron a que los fantasmas ocuparan el lugar que tienen que ocupar, cárceles y olvido.
Acá seguimos caminado patria-matria, firmes construyendo sueños y tratando que las utopías no se alejen.
Confieso que no pudieron conmigo.
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