Las del puerto

Conquistando sueños

Estela Cereseto

CABA, Argentina

Cumplí mis veinticuatro años incomunicada en la comisaría de Rawson. Habíamos caído presos unos días antes, en Comodoro Rivadavia. Íbamos por una avenida, cuando Luis me dijo: “Si esos autos vuelven a doblar, corremos”. Los autos volvieron a doblar pero nosotros no tuvimos tiempo de correr. Así que festejé mi cumpleaños sola en una celda. Pero Luis se las arregló para que me llegara un chocolatín de regalo. La solidaridad de los presos comunes…

Hacía seis meses que estábamos casados. Ese último mes habíamos decidido abandonar las pastillas anticonceptivas después de una charla con el Ruso, que estaba esperando su primera hija. Hasta entonces, nosotros pensábamos que las cosas no estaban dadas como para traer hijos al mundo. Veníamos escapando de La Plata, donde todos los días aparecía un compañero asesinado por la Concentración Nacional Universitaria (CNUConcentración Nacional Universitaria, organización estudiantil de extrema derecha que surgió en 1971 en Mar del Plata y La Plata. Cometieron asesinatos de militantes políticos. En 1973 se vinculan con la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y luego del golpe de 1976 varios se integran a los Grupos de Tareas.). Sin embargo, el deseo de tenerlos y la certeza de que nos esperaba un futuro mejor hicieron que fácilmente cambiáramos de idea. Pero no tuvimos oportunidad de intentarlo.

Al cabo de tres años y tres meses -después de infinitos trámites que realizó mi familia para conseguir la visa, lograr que me hicieran el pasaporte y certificar que no tenía causa ni condena- pude salir de la cárcel con la opciónPor el artículo N° 23 de la Constitución Nacional se da la posibilidad a los detenidos políticos de dejar el país para obtener la libertad.. Me sacaron de Villa Devoto en un camión celular cuyas pequeñas rendijas permitían ver el exterior. Los presos comunes, que iban en sus respectivas celdas -como yo- me decían que no mirara hacia atrás porque “si uno mira, vuelve a la cárcel”. Por supuesto que no miré para atrás y tampoco volví, al menos como presa. Llegamos a destino y me depositaron en una celda: estaba en Coordinación Federal.Centro clandestino de detención ubicado en la Capital Federal argentina que desde 1974 y sobre todo a partir del golpe cívico militar de 1976 fue uno de los más activos. Pasé la noche en ese lugar de terror y a la mañana siguiente me subieron a un auto al grito de “¡Carne de exportación!”.

Mi destino era España. En Ezeiza me esperaban familiares para despedirme. Solo nos dieron unos minutos. Una pareja de policías aeronáuticos me condujo hasta el avión, en el sector de embarque estaba mi hermana mayor que viajaría conmigo y mis custodios no pudieron impedir que nos diéramos un abrazo. Hacía años que no lo hacíamos porque en la cárcel no existían las visitas de contacto. Al llegar al avión me impidieron entrar, porque estaban haciendo la limpieza. Me quedé en la escalerilla con mis dos escoltas uniformados. Después, me contaron que alguien preguntó de qué lugar sería reina esa chica. Yo llevaba en la mano un ramo de flores que me había mandado mi mamá ¡No sabían que era la reina del Poder Ejecutivo Nacional!

Cuando me detuvieron en Rawson yo estaba cursando materias de 4º año de Medicina, así que al poco tiempo de instalarme en Madrid me propuse retomar los estudios. Pero los trámites eran muy engorrosos y, finalmente, desistí. Concreté mi proyecto cuatro años después, a mediados de 1984, cuando retorné del exilio y me presenté en la Facultad de Medicina de La Plata para reclamar mi derecho a continuar la carrera. Habían pasado diez años desde mi última cursada y, obviamente, había perdido la regularidad. Por eso me llamó la atención que me aceptaran tan fácilmente. Me sentí muy orgullosa por lo bien que había defendido mis derechos, hasta que un tiempo después supe que esto obedecía a una disposición nacional para todos los que habíamos tenido que abandonar estudios por razones de persecución política. Esta vez, la pelea la habían dado otros antes que yo.

Gran parte de mi exilio lo pasé en Cuba, trabajando en una guardería. Vivía rodeada de niños, cuidándolos y disfrutando de ellos. Esta experiencia me sirvió, entre otras cosas, para reafirmar el deseo de tener los propios. También fue allí donde volví a enamorarme de alguien que, como yo, estaba urgido por tener hijos. Ya instalados en Argentina, lo intentamos sin demora. Pero esta vez, la frustración fue mucho más cruel: pocos meses después a CarlónApodo de Eduardo Pereyra Rossi, asesinado en Rosario junto a Osvaldo Cambiasso el 14 de mayo de 1983, meses previos al retorno a la democracia. Ambos eran miembros de la organización Montoneros. lo mataron, junto al viejo Cambiasso, en un bar de Rosario. Faltaba tan poco para que cayera la dictadura… Después ya no hubo más oportunidades.

El tiempo fue pasando y junto con él mi posibilidad de tener hijos biológicos. Sin embargo, mi deseo no se atenuaba. Yo lo sentía tan firme como al principio, de modo que me fui animando a pensar en la posibilidad de adoptar. Tenía para entonces más de cuarenta y cinco años. Sabía perfectamente a lo que me enfrentaba. ¿Tenía derecho una mujer de esa edad a pensar en criar niños? ¿Qué juez iba a querer entregar en adopción un recién nacido a una mujer soltera? ¿Con qué derecho iba yo a manifestar mi deseo de que fuera un recién nacido sano, uno solo y en lo posible parecido a mí? ¿No eran muchas las pretensiones?

Para animarme a enfrentar todas las dificultades burocráticas que implica el trámite de adopción, recurrí a profesionales y amigos. Su ayuda me permitió afirmar la convicción de que a pesar de mi edad, de mi condición de soltera y de mis antecedentes yo tenía todo el derecho de hacerlo. Una vez más, para recuperar lo que me habían robado, tuve que luchar armada solo con mi claro y profundo deseo. Y esa constancia dio sus frutos. Al cabo de unos años me encontré con una niña recién nacida en mis brazos que me miraba con sus enormes ojos negros.

Cuatro años después del reingreso a la facultad logré recibirme de médica y lo viví como otra conquista. Sin embargo, estaba muerta de miedo con mi delantal blanco. No me sentía capacitada y me parecía que el título me quedaba muy grande. Nunca me había animado a hacer guardias, como otros compañeros que se entrenaban antes de recibirse. Decidí por lo tanto hacer una residencia y, como me gustaba la medicina general, elegí concretarla en la ciudad de Neuquén, que tenía mucho prestigio y trayectoria en esa especialidad, y aún lo tiene. Entonces, una vez más, tuve que dar pelea. Esta vez la razón fue la edad.

Yo superaba el límite estipulado para aspirar a la residencia, por lo que comencé una nueva lucha para que reconocieran que eso obedecía a que mi carrera se había postergado diez años a causa de la persecución política. Fueron y vinieron cartas pero las respuestas eran siempre negativas. La fecha se aproximaba. Un día, conseguí el teléfono del secretario de Salud de la provincia y, perdido por perdido, lo llamé. Confiaba en que su respuesta sería favorable porque él mismo pertenecía a una familia que había sido diezmada por la dictadura en Córdoba. Además, yo había cuidado a algunos de sus sobrinos en la guardería de Cuba. Sin embargo, tampoco él me dio su conformidad. Adujo que eso lo podía decidir solamente el jurado.

Yo no tenía acceso al jurado y la fecha del examen se acercaba. Así que, sin ninguna certeza de ser aceptada, saqué pasaje para Neuquén y llegué a Zapala. Hice el examen escrito sin saber todavía si mi inscripción sería considerada. Tras larga espera junto con los demás aspirantes, finalmente me llamaron para el examen presencial. Y entonces, ahí sí, me informaron que el jurado -por unanimidad- había aceptado mi inscripción al considerar válidas las razones por las cuales pedí ser exceptuada. Terminada la residencia, me ofrecieron trabajar en la cordillera y así conocí El Cholar, un pueblo del postergado norte neuquino que contrasta con el turístico y conocido Neuquén del sur. Pero esa es otra historia.

Soy médica generalista y he sido madre. Eso no me lo pudieron robar los milicos.

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