María Teresa Sánchez
Córdoba, Córdoba, Argentina
“El éxito, como la felicidad, es el efecto secundario inesperado
de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo”.
Viktor Frankl.
Psiquiatra y sobreviviente de varios campos de exterminio Nazi.
Como entonces, aunque siempre en tiempos de crisis, nos reunimos para hablar de lo que pensamos, hacemos y soñamos, es decir para hablar de nosotras, de nuestra identidad.
Somos las que nos prometimos que “la que salga, lo cuente”. Somos las que no olvidamos. Las que no tenemos miedo de mirar hacia atrás y convertirnos en estatua de sal. Somos ex presas políticas y esta propuesta de contar lo que hicimos de nuestras vidas luego de la liberación es en sí misma un acto de memoria y de identidad.
Dice Marcel Proust en su libro Le temps retrouvé que un acto de memoria es ante todo una aventura personal o colectiva que consiste en ir a descubrirse uno mismo gracias a la retrospección. Viaje azaroso y ¡peligroso!, porque lo que el pasado les reserva a los hombres es indudablemente más incierto que lo que les reserva el futuro.
Ya habían ordenado apagar las luces y dormir cuando la bicha llegó a la celda en la que me encontraba en el cuarto piso de celulares de Devoto. Me llamó por mi apellido de casada y me dijo: “Prepare sus cosas, que ya la vienen a buscar”. Al rato, me buscaron y a eso le siguió la requisa. Al finalizar, volví corriendo a las rejas del pabellón y saludé a las compañeras que se quedaban, la respuesta de todos los pabellones retumbaron en todo el penal: “¡Hasta siempre compañera! ¡Hasta la victoria!”. Ese saludo lo llevo siempre en mi corazón.
Me llevaron a Coordinación FederalCentro clandestino de detención ubicado en la Capital Federal argentina que desde 1974 y sobre todo a partir del golpe cívico militar de 1976 fue uno de los más activos. donde me encerraron en una celda totalmente incomunicada hasta el 6 de marzo por la tardecita, que me abrieron la reja y me dijeron que me daban la libertad vigiladaRégimen de libertad con controles periódicos ante la polícia local a los que fueron sometidos los presos políticos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). en la casa de mis padres.
Pasada la alegría del reencuentro con Sole, mi hija, que ya tenía cuatro años, con mis queridos padres, Lucas y Coca, y mi hermana Gladys, con mis tíos, primos, amigos y vecinos, empecé a darme cuenta que mi vida anterior se había esfumado, me había separado y casi nada quedaba de todo lo que había sido. Empecé a sentir mucha tristeza, algo poco común en mí.
Fue justamente Sole quien me trajo nuevamente a la vida cuando un día en que me contaba cosas y cantaba, viendo que no la escuchaba, se puso debajo de mi cara y me dijo: “Mami, vos estás llorando”. Esas palabritas me sacudieron y me pusieron en movimiento.
Gracias a una amiga del secundario empecé a trabajar en la inmobiliaria de su esposo y con mi primer sueldo compré una cucheta para dormir con ella y una radio-grabadora para escuchar música. Los días transcurrían apacibles en mi Santa Fe natal cuando, a fin de año, me fue a visitar al trabajo un amigo que vivía en Córdoba. A los días me invitó a almorzar y fui con mi hija, quien a cada rato le preguntaba si era mi novio y si se iba a casar conmigo, a lo que ambos contestábamos: “¡No, somos amigos!”.
Luego del dolor enorme de perder a mi padre en enero de 1981, en marzo viajábamos a las sierras con mi ”amigo” Luis, con quien convivo desde hace veintiocho años y tuve dos hermosos hijos: Lucas y Gina.
Todes actualmente vivimos en la ciudad de Córdoba y mis tres hijes forman un trío inseparable: Sole tiene una hija de veinte años, Candela, mi primera nieta, y Salvador, de siete. Ella es actualmente concejala en la ciudad de Córdoba. Lucas, tiene un hijo, Ciro, de cuatro años. Y Gina dos, León, que pronto cumple ocho, y Manuel, que cumple dos. Ambos, Lucas y Gina, militan como yo en la filial Córdoba de Abuelas de Plaza de Mayo.
Mi familia y por supuesto les compañeres de Abuelas y mi amada Soñita conforman el núcleo central de los afectos que me sostienen cotidianamente, me fortalecen y me dan el cariño y la alegría para vivir esta etapa de pandemia.
Nuestra casa en las sierras era un lugar de reunión permanente con amigues con quienes compartíamos comidas y largas charlas. En marzo había nacido Lucas y todos venían a vernos. Declarada la Guerra de Las Malvinas, las discusiones eran interminables: mientras muchos querían ir a pelear en la guerra que supuestamente íbamos a ganar yo, absolutamente sola, planteaba que estaban locos si creían que los militares que vendieron el país podían defender la soberanía y ganar la guerra.
Perdida la guerra me permitieron re-ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba (UNCUniversidad Nacional de Córdoba. Universidad Nacional pública. Fundada en 1613. Es la más antigua de Argentina y una de las primeras de América.), después de innumerables presentaciones y escritos. Pero antes de continuar mis estudios debía rendir nuevamente todas las materias que tenía aprobadas cuando me detuvieron, pues existía una resolución de la intervención militar a la Universidad que lo disponía y aún no se había derogado.
Vivir en las sierras en familia era hermoso y tranquilo, pero el retorno a la democracia revivió las ganas de participar en esa fiesta y nos mudamos a la ciudad de Córdoba. Un día me avisaron que una representante de Amnistía Internacional había llegado a Córdoba y que se quería poner en contacto conmigo. Tuvimos una reunión y luego se conformó el grupo fundador de Amnistía en Córdoba, éramos siete por lo que nos autodenominamos: Los siete locos.
Empezamos a trabajar y el grupo empezó a crecer a punto tal que Amnistia Internacional en Argentina fue la primera y única organización internacional y nacional de Derechos Humanos (DDHH) que tenía su sede en el interior del país, en Córdoba. Fueron años de mucho aprendizaje y hermosas experiencias en los que conocí las normas y funcionamiento del sistema internacional de DDHH y definí que me iba a dedicar a la militancia en esa área.
En abril de 1986 nació Gina. Entre estudio y militancia, pañales y mamaderas, junto con Luis participamos en muchas actividades. Me sentía feliz y completa.
En 1987 ¡al fin lo logré! me dieron el título de abogada y al poco tiempo con uno de los compañeros con los que había estudiado pusimos un estudio juntos y entramos a formar parte de la comisión de DDHH del Colegio de Abogados de Córdoba, a la que Luis ya pertenecía.
Al año siguiente, mientras hacía la adscripción a la materia Introducción al Derecho en la Facultad de Derecho de la UNC, me presenté a un llamado público de Antecedentes y Oposición -aún no había concursos- para ocupar un cargo de profesora en la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) en el que me nombraron. Posteriormente también me designaron en el cargo de asesora legal de Concursos en la planta permanente de la Facultad de Derecho.
Años después, en la ECI creamos uno de los primeros seminarios de DDHH de la UNC y fui nombrada a cargo del mismo. Se mantiene hasta el día de hoy y a su cargo quedó Emiliano Fessia, comunicador social y ex adscripto de la cátedra.
De la “escuelita de Ciencias de la Información”, ahora Facultad de Ciencias de la Comunicación, tengo recuerdos hermosos, tanto de mis compañeres como de los estudiantes que me enseñaron tanto. Me jubilé en 2016, pero aún hoy la extraño.
Era 1989. Ya se habían sancionado las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y, después de La TabladaLocalidad del Gran Buenos Aires en donde se hallaba el cuartel militar. El 23 de enero de 1989, 47 miembros del Movimiento Todo por la Patria (MTP) intentaron un copamiento para ocuparlo y apropiarse del armamento. El ataque fue rechazado luego de varias horas de combate, resultando muertos nueve militares, dos policías y 32 militantes, cuatro de ellos fueron detenidos desaparecidos., el retroceso en DDHH era palpable. Estábamos en una reunión de la comisión de DDHH del Colegio de Abogados cuando el presidente nos dijo que habían ido dos Abuelas a pedir si algún abogado o abogada se quería hacer cargo del área legal de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo.
Con el gringo Zanotti dijimos que podíamos hacernos cargo, ya que ningún otro colega podía. En ese momento, conocimos a las abuelas Otilia y Sonia, que habían esperado sentaditas en el bar del colegio todo el tiempo que duró la reunión.
Con las Abuelas aprendí el valor de la paciencia, de la persistencia, de la responsabilidad, del cuidado del otro y de sí mismo y de la importancia de la imaginación y la creatividad en tiempos difíciles. Con ellas he transitado casi la mitad de mi existencia y para mí ha sido y es una escuela de vida.
En 2006 murió mi madre y sin ella me sentí como perdida. Pero junto con Sonia, que como ella dice, no soy solo su abogada, sino su amiga, su hermana y también su hija, construimos una relación hermosa y disfrutamos de compartir el camino elegido por ambas.
A veces recordamos la alegría de cuando Néstor Kirchner la homenajeó con el premio Azucena Villaflor. Esa etapa y el gobierno de Cristina fueron los mejores años. El caso de la hija de Sonia, Silvina, su yerno Daniel y su nieto nacido en cautiverio fue juzgado en la llamada megacausa La Perla y después de tantos años de lucha pudo ver que los responsables de la desaparición de sus seres queridos eran condenados a prisión perpetua.
En Abuelas, aún con la pandemia, seguimos trabajando porque continuamente a ellas y a les nietes se les ocurren nuevas y hermosas ideas para realizar y poder encontrar a las y los que faltan y seguir demandando justicia. Porque como dijo Estela: “¡Nunca más es Nunca más!”.
Mientras recuerdo tantas cosas que quedarán en el tintero escucho a Serrat cantando: “Y bueno pues, un día más, que se va colando de contrabando, y bueno pues adiós ayer y cada uno a lo que hay que hacer. Tú enciende el sol, tú tiñe el mar y tú descorre el velo que oscurece el cielo. Y tú ve a clarea la espuma y la nube, la nieve y la lana. Y tú conmigo a cantar la mañana. Tú a dibujar el trigo y la flor, tú haces de viento y dales movimiento y le das color. Tú amasa los montes y el pozo a baldear y tú conmigo y el gallo a cantar… que hay que empezar un día más, tire pa´lante que empujan de atrás”.
¿Se acuerdan? La cantábamos en la cárcel a nuestros niños los poquísimos días que estuvieron con nosotras. Me sienta bien escucharla de nuevo en estos días y algunas mañanas la entono como me enseñó la Varillita. Como entonces, me da fuerza para empezar el día. Como advertirán, también la escucho mientras “re-cuerdo” mi vida, escribo estas sintéticas memorias y me digo a mí misma que “las experiencias vividas nunca se pierden, solo se transforman. Pero está en cada una de nosotras decidir en qué las convertimos”.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS, EDUCACIÓN