Ana Mirtha Marciale
Villa Rumipal, Córdoba, Argentina
Viajé a Cuba hace un año. Sola. Con el itinerario y las estadías reservadas. Llegué a ese cálido país ávida de conocer su gente, su paisaje, su flora y su destino. El taxista que me esperaba hacía varias horas -el avión salió con mucho retraso por una pequeña avería en el tren de fuselaje- no paraba de quejarse del calor extremo. Comprendí lo que me esperaba. Fuimos conversando animadamente y me contó que su casa, visitada por argentinos y uruguayos, era la única de Cuba donde se tomaba mate.
Ya estaba allí. En diez días recorrí cuanto pude. Iba al banco seguido a cambiar dinero y a sentarme con el resto de las mujeres que esperaban. Todas las noches tomaba una cerveza en lo del flaco, en la esquina del hotel, un bar típicamente cubano con algo de comida al paso. Todos los días salía desde el Vedado hacia el centro de la Habana a la aventura. Nunca sabía qué me esperaba. Viajé encimada en taxis baratos. Conseguí un guía en la calle que me llevó a tomar un mojito a La Guarida, además de recorrer la Habana Vieja.
Pero me detendré en una sola historia: la Historia de Sonia.
A Sonia la crucé un día cuando iba hacia el Malecón a sentir la brisa del mar. Con tiempo las dos. La abordé con simpatía. Ella accedió a sentarse y conversar. Le dije que había estado detenida en Argentina durante la dictadura. Y muy decidida permitió que la filmara ya que deseaba enviarnos un mensaje a todos los argentinos. Sueño con encontrarme con ella alguna otra vez. Les presento a Sonia.
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