Cecilia Graciela Muro
Nueva Gales del Sur, Australia
Desde 1985 a 1994 mi vida se desarrolló con una intensidad demasiado profunda. Nos gustó lo que veíamos, lo que vivíamos: playas y más playas con una ciudad grande, Sydney, con mucho verde y con una vida tranquila. Trabajo, vivienda, comida, salud y vestimenta garantizados.
Mi primer laburo, limpiando una casa y una oficina, no me gustaba una mierda. Hui rápidamente. Probé de peona, poniendo césped y hasta en un programa de trabajo del gobierno. Pero había un team que era de terror: chuperos, que se iban al bar, un pendejo zángano y así… por poco terminamos a los palazos.
De ahí a la fábrica. Cuando me dieron el laburo casi se me caen las lágrimas, era el primer trabajo oficial. Demás está decir que no soy proletaria, teníamos un gremio fuerte, pero me embolan las jerarquías: mayormente, mujeres en las máquinas y varones mecánicos. Me gustó mucho familiarizarme con máquinas, de alguna forma las entendía (sería por osmosis ya que mi viejo y mis hermanos siempre hablaban de ellas). Terminé mi etapa de fábrica y estaba en condiciones de tener un trabajo en la sección técnica de control de calidad, pero la dominaban los indios y no me dejaron pasar. En fin, era una fábrica de cigarrillos.
En 1988 entré en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Tecnológica de Sydney (UTS). Las materias ofrecidas eran hermosas, profesores de primera y los tutores de cada materia un lujo, tanto en la parte teórica como en la producción. Hice Estudios Sociales y Políticos, Cine y Video. Como materias optativas cursé radio producción y escritura de guiones. Ingresé en la Facultad escribiendo un ensayo sobre las Madres de Plaza de Mayo y terminé la última materia en Estudios Sociales y Políticos con un ensayo sobre las organizaciones revolucionarias en Argentina.
Ese mismo año me contrataron: logré el empleo por medio de una entrevista para trabajar de Consejera Multicultural para gente de habla hispana que había sufrido persecución política y tortura. Caí en un terreno donde se movían intereses individuales y burocráticos. Tenía cero conocimiento del funcionamiento del sistema, así que estuve entretenida estudiando políticas, procedimientos y protocolos y metiendo la pata constantemente. Además, discutía cosas que no me parecían bien. Me enloquecieron, pero el trabajo con la gente y el desarrollo comunitario en el cual participé -como tareas complementarias, ya que no solo de terapia vive la gente- fue una actividad querida por mí y apreciada por muchas personas.
Aprendí escuchando las historias de la guerra en El Salvador, de gente del campo, de sus éxodos. Al mismo tiempo, Juan Ramírez, mi compañero, comenzó -junto con un par de compañeros- un grupo de apoyo a Madres de Plaza de Mayo. Decidimos hacer algo por las Madres, ya que no pertenecíamos a ningún partido u organización existente y ellas fueron las que sostuvieron la lucha. Franco Pagella formó parte del grupo inicial, éramos tres ex presos políticos en el grupo.
En Australia, la comunidad argentina era chica. Las comunidades grandes eran -y aún son- las de uruguayos y chilenos. Juan, en ese tiempo laburaba en la construcción. En Argentina había sido oficial electricista de obra.
Siempre corría en la arena, nadaba en el mar o en la pileta de un club. A veces, yo sola, sintiéndome una reina privilegiada. Más de una vez en los chanchos soñé con playas desconocidas, ¡quién me ha visto y quién me ve! Iba al gimnasio de un club social y deportivo de rugby y salíamos casi todos los días con Juan como hicimos siempre los baraderenses: el café y los amigos.
En ese entonces, por 1985, en el gimnasio del club éramos solo tres mujeres haciendo fierros: una gringa, una boliviana y yo ¡Pioneras! Recién me acuerdo que también me hice de un club de nadadores en el barrio. Intentaba integrarme de alguna manera. Años densos, intensos de actividades, de tareas, de aprender un sistema, de ir conociendo otras culturas.
Hoy pienso que no sé como hacíamos: trabajo a full, facultad, militancia, tareas y más tareas y reniegues también… ¿No? Hasta a misa terminé yendo -yo, a quien las misas la deprimen-, porque además hacíamos trabajo con comunidades australianas a través de una parroquia.
Por medio de la facultad y del trabajo solidario conocí indígenas. Organizábamos actos culturales con ellos. Tienen cuadros con una capacidad descomunal pero son minoría, siguen discriminados y oprimidos. Sigue la violencia policial y las injusticias del sistema judicial. Siguen encarcelados. Perdura su cultura a través del arte de sus comunidades y tienen una presencia cultural muy fuerte aunque falta mucho para que la población australiana, en su mayoría, se sienta orgullosa de tamaño cúmulo de conocimientos. Racismo y discriminación existen también en el paraíso.
Tengo amigos poetas indígenas. Escribo poesía en castellano y las compañeras están siempre presentes en mi memoria, como referencia, como orgullo. Siempre recordándolas, imaginándolas. Sufriendo por Lili, que había quedado prisionera. Marchando con un cartel pidiendo por su libertad, aun sabiendo que era tan inútil mi gesto.
Por casualidad colaboré en un libro de antología de poesía de habla hispana en Australia. Tenía una vecina argentina con la que hablábamos cuando nos encontrábamos. Ella era escritora y con Juan la llamábamos “La Poeta”. Usaba sombreros y era muy especial. Un día me dijo que les faltaba un poeta para poder imprimir el libro, entonces, le conté que escribía y le pregunté si quería leerme. Así terminé participando de la publicación. En la presentación hablaron de una poeta-escritora y resulta que era yo ¡Imagínense ustedes, las que me conocen!
Siempre conservé mucho de la “Ceci”. Tendría que hablar, contar de Lía, mi hija, la beba que estuvo con “nosotras” en el Pabellón 49. Los chicos son los primeros que se enfrentan con una nueva sociedad en la escuela, una nueva lengua. Es un camino en el cual no falta la discriminación y los maltratos por parte de maestros. Lía salió adelante, nos ayudaba también en solidaridad.
Me considero una especialista -por práctica, conocimiento y capacitación- de mi trabajo en el área de violencia doméstica y apoyo familiar. Era una actividad donde mis principios y mi experiencia de vida se unían para obtener los mejores resultados. Me alegraba aprender algo nuevo o sistematizar en algún curso, en workshops, los conocimientos ya aprendidos: en protección a la niñez, por ejemplo.
Siempre estudié, permanentemente. Leí muchísimo de feminismo ya que era para mí una filosofía: teorías y prácticas en el área de salud de la mujer que no conocía y que no solo fueron importantes en mis trabajos sino también en lo personal. Nunca me cayeron las reglas de una sociedad hipócrita al mango, ni sus costumbres malsanas relacionadas a la opresión de chicas y mujeres, por lo tanto no me fue difícil entender estas teorías.
Como Comunicaciones está en el área de Ciencias Sociales, logré trabajar en el sector comunitario. Alcancé a saborear los frutos del Movimiento Feminista de Mujeres australiano, que fue masivo. Hubo centros de apoyo familiar y centros de salud de la mujer, así como también refugios feministas surgidos de ese movimiento. También vivienda social para mujeres, comités, equipos de trabajo formados por instituciones del gobierno: Departamento de la Vivienda, Policía, Poder Judicial, Centros de Salud Comunitarios, Centros Vecinales y organizaciones caritativas de las iglesias. En mi zona, el comité era coordinado por el Centro de Salud de la mujer, que se especializaba en violencia doméstica. Esos comités o committees eran muy valiosos porque nos permitían intervenir en diversos niveles. Por ejemplo, si la policía respondía o no, conseguir más viviendas sociales para mujeres y chicos o qué pasaba en la Corte con la seguridad para que la mujer no se tope con el violento. Ese trabajo me gustaba, era multifacético, fui siempre súper paciente, jaja. También estuve como coordinadora de un centro de salud para mujeres por dos años. Pero esa es otra historia.
Mi último trabajo remunerado, en 2012, fue en un servicio para gente sin vivienda o con riesgo de perder la suya. Cuando me retiré, terminé una Diplomatura en Manejo de Organizaciones Comunitarias. Hice, cada año, cursos de capacitación. Siempre digo, “si aprendí tres cosas, es magnífico y si aprendí una, también”. Con universitarios de Desarrollo Comunitario, aprendí a estructurar cursos de capacitación y siempre me mantuve al tanto en estos temas. Conduje workshops, organicé cursos para mujeres y participé en conferencias.
Como parte de mis tareas, hice radio comunitaria en la locución, la producción y el manejo técnico por once años: en castellano y en inglés, con música latina, análisis políticos a cargo de Juan, entrevistas de toda índole y segmentos pregrabados basados en temas de actualidad. Además, por un año hice televisión comunitaria: habíamos formado un equipo multicultural de jóvenes, que a su vez era auspiciado por una organización cultural latina, el Grupo de Apoyo a las Madres y la ULAT, que era una organización de grupos de solidaridad latinoamericanos. Juan, mi compañero, fue uno de sus creadores y motor organizativo del mismo. Ahí también andaba yo, con obligaciones hasta la coronilla.
A fines de 1993, Juan -luego de dos años de tratamientos por una úlcera que no tenía- tuvo que ser internado de urgencia por el corazón. Era angina, no úlcera. Él laburaba en la construcción además de todas las otras actividades. Lo internaron y lo mandaron a casa diciendo que no podían operar, o sea “morite”. Conseguí una doctora uruguaya que propuso otro cardiólogo y este, a su vez, a otro cirujano que dijo: “Claro que sí, lo puedo operar”. Y lo hizo. No tengo palabras para relatar mi estado de locura en esos días. Sobrevivimos, aunque quedé en estado de alerta otra vez. Juan se recuperó, siempre para adelante con un gran amor a la vida. Tres años después, estudió un año y trabajó de asistente de enfermería, un trabajo muy especial. Él era especial con su paciencia, su humanidad, su entendimiento de la gente. Al día siguiente de que fuera la ceremonia de graduación de la Universidad, tuvimos la cirugía de Juan, que pensaba seguir estudiando como para enseñar en la Facultad de Humanidades. Tenía el apoyo de varios profesores de Estudios Sociales y Políticos, pero las prioridades eran las prioridades: la recuperación de Juan y mi recuperación emocional y energética.
Fui dos veces a Argentina desde diciembre de 1984, en que retornamos a Australia. Una vez, por cinco semanas -en 1996, no me acuerdo bien- y la otra, nueve meses, en 1998, cuando tratamos de establecernos con casa y trabajo. Juan estuvo más de un año y, otra vez, a organizar en Baradero actos con invitados y el pase a un gremio importante como la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Yo con mi perra policía Vicky -que era terrible como todos mis perros- tenía pasaje para ir a Machu Pichu, las Cataratas y Brasil, pero me quedé en Baradero. Mi mamá vivía con mi hermano menor a la vuelta, así que elegí el terruño. Después me volví, tenía trabajo acá. Juan estuvo un tiempo más.
Luego vino la crisis del 2001 y acá quedamos, por lo menos las inversiones le sirvieron a la familia. Volvimos de Argentina y nos mudamos a las fueras de Sydney, para el norte, a 760 kilómetros. Lía quería mudarse, yo enganché trabajo y nos vinimos a la región en la que estamos ahora. Luego, Lía se casó y llegaron los chicos. Volvimos dos veces a Sydney por trabajo, a mi me era fácil conseguirlo.
Con Juan hemos hecho muchísimos videos: de actividades, de música, de teatro, de marchas porque yo tenía las cámaras y todo el equipo de luces y sonido de la Universidad y él era un camarógrafo de primera. Tengo no sé cuantos tapes en Beta Cámara en una caja, no sé en qué condiciones están para transferirlos a digital, están protegidos, espero sigan en condiciones.
Como verán me he dado los gustos, aunque a veces el estrés por las tareas me tenía los nervios de punta. La política entre organizaciones distintas y de diferentes países, los procesos que fueron disímiles políticamente, la relación con miembros del parlamento australiano, con los gremios australianos, con la Iglesia y los medios de habla hispana… me llevaría muchas páginas narrar todas las actividades que desarrollábamos. Una locura visto desde mis setenta años.
Siempre las tuve presentes Compañeras, siempre cercanas en mis pensamientos y en mi corazón. Nunca he conocido a un grupo humano como “Nosotras” y no dejo de aprender de ustedes. Esto no quiere decir que si tengo que discutir no lo haga, jajaja. Feliz de la vida de haberme encontrado con ustedes y agradecida a la Internet por poder ver que siguen tan hermosas. Ustedes saben quiénes son, me dieron apoyo cuando perdí a mi Juancito, a mi Juan, ahí estuvieron firmes ayudándome a vivir con su apoyo.
Mi relación con Isabella – la Izzi-, mi nietita de casi diez años, sería motivo de páginas también: ella es Libra, yo Aries y somos las dos Tigres de Metal en el horóscopo chino, ¡así que imagínense! Tengo cuatro nietos, los chicos de Lía, “mi beba”. Juan Sebastián tiene veinte, Oskar Bear dieciocho, Jack Gabriel dieciseis e Isabella nueve ¡Qué tal! Es karma, jajaja. Salí bastante buena de abuela, aprendí de Lía un montón porque es una madraza. Juan también era capo con los chicos, se reía con ellos.
Ahora cocino algo, saco fotos, edito, la llevo a Lía al trabajo. Ahí me tomo mi café cada mañana, camino, me siento a mirar el mar y converso con la gente. Leo bastante, diarios de allá, noticias y sigo escribiendo poesías. Por ahí me pongo a pintar, solo por el hecho de ver colores, de pasar el pincel, aunque en estos días no hice nada. Sigo los avatares de la Patria.
¡Ah, casi me olvido! Después que falleció Juan, en 2017, quedé un año sentada en la casa, solo funcionamiento esencial. Luego tuve algunas complicaciones de salud, pero ahora ando al pelo, súper recuperada, lista para tirarme de cabeza al mar en cualquier momento.
En fin, verán mis reniegues. Están en mi corazón y mi memoria compañeras queridas, siempre.
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