Por el mundo

De exilios y desexilios

María Luisa Babini

Managua, Nicaragua

Un día cualquiera en Devoto: un grupo de compañeras comparte historias y sueños. Indefectiblemente, caemos en lo de siempre: “¿Qué haremos en libertad?”. Y las palabras vuelan y las imágenes nos asaltan: ¡No más jarrito para bañarnos! ¡No más rancho podrido! ¡No más sol limitado! ¡No más cigarrillos compartidos! ¡Poder silbar y cantar cuando quiera! ¡Tener grasa de verdad para hacer los bizcochitos! ¡Abrazos verdaderos a lxs hijxs!

Pero esas imágenes no me prepararon para las verdaderas carencias de la libertad: la protección y contención de las compañeras en la cárcel, el compartir esperanzas y caramelosInformación y denuncias escritas en papel de cigarrillos y envueltas en nylon para ser transportados en la boca y sacados en las visitas. , la disciplina de la gimnasia, los poemas, dibujos y cartas que son de todas. Además, la creatividad en las artesanías y los juegos, la alegría, los círculos de estudio, la lectura del horóscopo con Felicitas disfrazada de pitonisa con un loro de plástico en el hombro y las películas contadas con adaptaciones libres.

Salí bajo opción. Mis primeros días en libertad, en Perú, estuvieron marcados por esas carencias. Me sentía sola, realmente sola. Tenía que aprender a vivir otra vida. Sin ese anclaje del cariño de las compañeras. Sintiéndome perseguida aun en este primer exilio. Reencontrándome con mi compañero y mis hijxs, reconociéndolxs, comenzando de nuevo.

Luego, México nos recibió con los brazos abiertos. Encontrar a compañerxs fue un poco como recuperar los afectos perdidos, ubicar el respaldo, la confianza, la contención afectiva. Pero faltaba algo en esa búsqueda permanente de sentirse útil, de dejarse permear por los sueños de hombres y mujeres nuevxs, de paraísos en la tierra.

Y apareció la fuerza del huracán nicaragüense, con cara de chavalxsLa palabra chavala procede del caló chavale, vocativo plural de chavó, muchacho. En el diccionario castellano chavala significa niña o joven. jóvenes, con un empuje y a la vez una laxitud increíbles, con una revolución. Tangible, real, verdadera. Y no hubo dudas: la historia nos daba la oportunidad de ser parte concreta de un sueño. Y para allí fuimos a aprender, a construir, a aportar lo que sabíamos y podíamos, a criar a nuestros hijxs en esa aventura, a darle un sentido a la vida.

El exilio, entonces, tuvo otra dimensión. Integrarme al pueblo nica, tan alegre, tan solidario, tan irresponsable en muchos sentidos y tan orgulloso de su revolución fue un proceso vertiginoso. No había tiempo para lamentos, para extrañamientos. Había que construir una historia y un nuevo país. Descubrí la pobreza, la verdadera pobreza, incorporé afectos, me extasié con lagos y volcanes, me sumergí en una vorágine donde todo era posible porque todo estaba por hacerse.

Me descubrí facetas que no conocía. Abandoné voluntariamente la vida partidaria -con esquemas patriarcales-, me rebelé contra la idea de asumir el rol de cuidado de lxs hijxs como único aporte a la revolución para sumergirme en la experiencia real de la revolución, desde la gente, con la gente. Repito: en esa Nicaragua todo era posible, posible y necesario; posible, necesario y urgente ¡Cuántas veces pensé en Devoto y en las compañeras! ¡Cómo disfrutarían este “paisito” y su aventura revolucionaria!

Regresamos en el ’84 a Argentina para vivir una experiencia frustrada, triste, difícil. La lucha por la supervivencia nos impidió reencontrarnos realmente con nuestro país de origen y militancia. A nuestros ojos era otro país, otras urgencias. Mi compañero no estaba bien y mis hijxs estaban prácticamente solos hasta la noche. Me sentí exiliada otra vez, arrancada de una realidad que ya era mía. Al poco tiempo, decidimos regresar a Nicaragua para continuar viviendo la revolución.

Fueron años maravillosos, con muchas limitaciones objetivas, pero eran las mismas limitaciones que tenía todo el pueblo. Eso creía. Eso escuchaba en las prácticas de las milicias, en la vigilancia revolucionaria en la fábrica donde trabajaba, cuando cavábamos absurdas trincheras que supuestamente nos iban a proteger de las bombas que los aviones imperialistas iban a dejar caer en Managua para destruir la revolución, cuando veíamos morir a los jóvenes en el Servicio Militar Patriótico, cuando nos llenábamos de antiimperialismo frente a la agresión yanqui, cuando cortábamos algodón o café junto con nuestrxs hijxs.

Los años pasaron rápido. Y la ética de la revolución también. Comenzaron a aparecer dudas, caudillos, líneas doctrinarias que no hacían una buena lectura de la realidad, por lo menos desde mi mirada y la de otrxs muchxs compañerxs. Llegó febrero de 1990 y la derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) nos agarró a todxs por sorpresa. Se manejaron mil razones para justificar la derrota: la oposición unida capitalizó los errores, un pueblo cansado de sufrir, de morir, de ver morir y de no tener nada. Comenzamos entonces a deconstruirnos y construirnos en otra realidad, siempre cerca de la gente, aprendiendo y aportando.

A la par de ricas experiencias personales y colectivas también fui acumulando pérdidas: mi compañero, una hija recién nacida y separaciones con mis hijxs que buceaban en el mundo buscando su lugar. El reencuentro ocasional con Argentina y las compañeras se hizo complejo ¿Cómo explicar la debacle de un proceso tan hermoso como el nicaragüense? ¿Cómo transmitirles las experiencias, de primera mano, de retrocesos y autoritarismo? ¿Cómo contarles que varios de los líderes revolucionarios eran violadores y acosadores? ¿Cómo explicar el apoyo del FSLN a la derogación de la Ley que permitía el aborto? ¿Cómo contarles la insurrección cívica de un pueblo contra una nueva dictadura? Temblaba cada vez que me invitaban a dar una charla por el miedo de no poder contarlo bien.

Recuerdo una anécdota que marca hasta qué punto había incorporado nuestras prácticas carcelarias. Como subdirectora de una fábrica de leche y helados confiscada por la revolución, organizaba reuniones periódicas de “crítica y autocrítica”, la mejor forma de resolver conflictos reales y latentes. No voy a olvidar jamás la cara de sorpresa, espanto y reprobación de lxs compañerxs al querer inducir una dinámica tan alejada de la cultura nicaragüense, signada por otras formas de enfrentar los conflictos. Aprendí a reconocer la infinita gama de grises, a alejarme de las visiones dicotómicas, del blanco o negro y a respetar a ese pequeño pero enorme pueblo que había sido capaz de derrotar a una tiranía. 

A los setenta y dos años mi vida continúa entre Argentina y Nicaragua. Me reencontré con las compañeras de Devoto, fortalecí viejos vínculos, incorporé nuevos afectos y descubrí la maravilla de la “abuelez”. Aprendí que mis exilios y desexilios no me limitan, sino que me enriquecen, que siempre estaré cambiando el casete, pero que tengo incorporado un verdadero popurrí de ritmos y valores. Conservo los principios, esos que no tienen fecha de vencimiento. Mi conciencia me dice que los valores de Devoto siguen intactos en mí y nos doy a todas «Nosotras» gracias por ello. 

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