Lucía Molina Martínez
Toronto, Canadá
Cuando recorro lo andado en esta vida mía, muchas veces he cuestionado la palabra “libertad”. Sé que está dentro del campo de la semántica, tan amplio y complejo. De todas maneras, siento que la palabra pierde sentido. El imaginario concepto de lo que significa ser libre y estar en libertad no coincide, para mí, con la realidad. O quizás, lo cierto sea que la libertad tiene matices, como los colores. Por ejemplo, el verde va de un verde fuerte a un verde pálido. Parece que cada vez se hace más elástico el concepto.
Tengo memoria. Cuando a mi corta edad de cuatro años nos acurrucábamos alrededor de mi madre, temerosos, ella nos protegía como una leona a sus cachorros y nos calmaba. Mi padre, a veces entraba furtivamente, protegido por la oscuridad y desaparecía en las sombras de la noche. Los niños lo intuíamos y lo confirmábamos porque al otro día había caramelos o algo más para comer. Salir a buscar comida demandaba una tarea previa: desatar la escoba de pichanaEscoba rústica hecha con un manojo de ramillas, el palo de escoba servía de mástil para atar una tela blanca. Así marchaba mi madre por el sendero, enarbolando una bandera de paz, seguida por su cría. Ella vigilante, por si aparecían los soldados que buscaban a los “sediciosos”. La libertad que se vivía a escondidas, murmurando y en voz baja, se fue haciendo costumbre durante La LibertadoraRevolución Libertadora. Nombre con el que se autodenominó la dictadura cívico militar que gobernó a la Argentina tras derrocar al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, dando inicio a la proscripción del Peronismo que se extendió por 18 años. y sus sucesores.
En mi adolescencia me fui a la ciudad contra la voluntad de mi padre. En ese momento, el trabajo escaseaba: fui operadora en una fábrica y moza de bar. En la era del Onganiato(1966-1970). Expresión que refiere a la dictadura cívico militar de Juan Carlos Onganía (1914-1995). la conmoción política era manifiesta. Perseguían y apresaban a estudiantes y a dirigentes sociales y gremiales indiscriminadamente. Las luchas populares se multiplicaban en las calles enfrentando a la caballeriza.
Era la convulsiva década de los años ’70. Había pasado un breve período dentro de los mohosos muros del penal de la calle Belgrano, de la docta cordobesa. Después de firmar papeles, que un agente sellaba enérgicamente, y recibir un sermón acerca de la buena conducta -con la marca en el orillo de “averiguación de antecedentes”- salí como un pajarito al que le abrieron la jaula. Me fui a dar explicaciones de mi ausencia al trabajo que había conseguido recientemente después del despido de la fábrica. El severo y robusto señor Griego -que me empleaba en aquel bar enfrente de la plaza San Martín- se mantenía de pie, intimidante. Pero me dio otra oportunidad después de explicarle acerca de un esguince sufrido en una caída. Algo de verdad había después de aquellas corridas en una manifestación en donde varios fuimos aprendidos.
Después del tormentoso 1972, llegaba ese esperanzador 1973. Había júbilo en las calles. Los murmullos se hacían voces, la gente hablaba con animación inusitada y se discutía de política en los bares. Un día, salí de mi trabajo y me bajé del ómnibus para unirme a esa gente festejando la liberación de los presos en todo el país. Allí sentí que se avecinaba esa libertad que soñaba. Se podía caminar por las calles sin esa sensación de peligro permanente. Caminaba contagiada con esa muchedumbre alegre.
Todo aquello empezó a derrapar cuesta abajo cuando el proyecto del viejo líder cambió de rumbo. Los trabajadores y jóvenes organizados pasaron a ser peligrosos y el proyecto de esa patria para todos se desvanecía. Llegando el año 1975 todo había dado marcha atrás: la sobrevivencia era difícil, los despidos y las detenciones arreciaban y me detuvieron. Fui del Destacamento de Informaciones al edificio que regenteaban las monjas del Buen Pastor, lugar colmado de mujeres jóvenes. El régimen en esa cárcel se había endurecido debido a la fuga de veintiséis prisioneras políticas.
Cuando salí en libertad lo hice con mi única pertenencia: una frazada gris a cuadros. Llegué a lo de Lidia, una amiga que alquilaba una pieza en el barrio Güemes. Fue hermoso su cálido abrazo. Me preparó un mate cocido y brindamos por mi libertad. Luego, mi jefe me recibió muy amable y me pagó los días de trabajo adeudados, pero me dijo que no podía emplearme pues no quería tener problemas. Me despidió relatándome su historia de inmigrante llegado de España y de su padre republicano muerto en la Guerra Civil Española dejando a la familia desamparada. Me aconsejó que no valía la pena perder la libertad.
Estaba sin trabajo pero libre. Busqué empleo y un nuevo hogar. Me reincorporaron en mi antiguo puesto, en una fábrica de autopartes en el barrio de Alberdi. Pero el despido no se hizo esperar, seguramente por mis antecedentes. Mi siguiente empleo fue un café–concert en decadencia por la crisis. Mi nuevo hogar era una pensión atendida por una señora de origen italiano. Su esposo era muy anciano y todavía mezclaba en su vocabulario palabras de su idioma. Doña Pina me cuidaba como a su hija y se preocupaba mucho por mí. Me preparaba unas fritatas italianas deliciosas mientras me contaba historias de la guerra y las peripecias de su huida en los tiempos de Mussolini.
La efervescencia del momento llevaba a no quedarse a un costado: las asambleas en las fábricas eran un lugar de aprendizaje y concientización para muchos jóvenes trabajadores. Estudiantes y obreros protagonizaban luchas de resistencia en medio del asedio de los personeros de siempre. La cacería humana se desató con una perversidad nunca vista con la llegada del golpe de marzo de 1976. La represión y el terror instaurado se ejercían sobre toda la población. La vida diaria transcurría con temor e incertidumbre: los amigos que buscaban refugio porque no podían retornar a sus hogares, el peligro que acechaba en cada esquina y las noches que se tornaban más oscuras. Las pinzas y allanamientos eran cotidianos.
El día que actuaba Lito NebiaFélix Francisco Nebbia Corbacho, más conocido como Litto Nebbia (1948) es un cantante, músico y compositor argentino. Considerado como uno de los fundadores del rock en español, en particular del rock argentino. Su canción «La balsa» de 1967 (en coautoría con Tanguito), interpretada por su banda Los Gatos, desató el éxito masivo del rock en español en Argentina y ha sido considerada la mejor canción rock de la historia argentina en el café-concert llegaron a buscarme: estaban vestidos de civil como todas las personas que venían al recital, pero se distinguían en el montón. A la hora de la actuación yo ya estaba en el Destacamento de Informaciones encapuchada y esposada, adivinando esos espacios que ya había transitado. Así, fui recorriendo dicho destacamento, la Unidad Penal Nº 1 hasta llegar a Devoto. La cárcel y sus largos días, con acontecimientos para la vida interna y externa, sucedían inexorablemente.
Cuando llegó la Guerra de las Malvinas, los días transcurrían en otra sintonía: el diario era esperado con expectativa y las listas de libertades aparecían como una tómbola de lotería. Un día estuvo mi nombre impreso en una lista. No puedo determinar el sentimiento en ese momento, creo que “no sentía”. Después de un tiempo la cárcel se te mete en la piel. La incredulidad me dominaba.
Dejar a las compañeras era como despegarme de la familia, ahí estuvo el apoyo para sobrevivir a la cárcel. La fantasía de abrazarlas y llevármelas conmigo me embargaba. También sentí miedo, parece que Platón tenía razón cuando describió la “Alegoría de la caverna”.
No conocía Buenos Aires. Había ido dos veces y la segunda viajé en un helicóptero militar amarrada al piso, espalda con espalda con Elsita y otras mujeres. Cuando llegamos, nos subieron a un camión sin ventanas de la Policía Federal.
Al salír estaba esa madre salvadora esperándonos en el famoso barcito, afuera del penal. La mamá de Alicia apareció con su hija y otras desamparadas como yo, igual a una gallina con sus polluelos, en medio de la noche. La libertad no era completa, era libertad vigilada: debía presentarme dos días a la semana al Comando Radioeléctrico.
Allí encontré a Roberto, que también estaba bajo el régimen de libertad vigilada. Yo lo había visto una vez, en el año 1975, cuando fui a visitar a mis compañeros de trabajo en la Cárcel de Encausados. Creo que era el joven que cebaba mate a las madres que visitaban a los presos. Sabía de él porque nos escribíamos cartas a través de unos compañeros; había sido liberado antes que yo. Averigüé su dirección en Córdoba, por intermedio de compañeras que tenían esposos y hermanos en Rawson.
Después de las peripecias y persecuciones, esperábamos ansiosos la llegada inminente de la democracia en 1983. No fue así, continuaron los acosos en el trabajo y en la calle. Otra detención y paseos por comisarías me esperaban en democracia. Mientras estaba detenida en Devoto había colectado visas de diferentes países: Francia, Austria, Estados Unidos y Canadá. No tenía ni la más remota idea de irme a ningún lado, pero se decía que había que tener una visa por protección. Después de mi detención en 1983, decidí que quería irme del país por un tiempo.
Escribimos cartas a Canadá, Francia y Estados Unidos. Canadá nos respondió primero, diciendo que nuestras visas todavía estaban válidas. Roberto también tenía visa para dicho país. Pero la devolvió para que se la dieran a alguien que la necesitara. Corría mayo de 1984 cuando llegamos a Canadá con estatus de inmigrantes permanentes, la primavera se asomaba pero todavía hacía mucho frío.
Comenzar una nueva vida en otro país tiene sus dificultades y pusimos todo el esfuerzo necesario trabajando y estudiando para tratar de insertarnos en este mundo culturalmente diferente y donde las estaciones “son invierno y julio”, único mes con sol.
Como dice Ciro AlegríaCiro Alegría Bazán, más conocido como Ciro Alegría (1909- 1967) fue un escritor, político y periodista peruano. Es uno de los máximos representantes de la narrativa indigenista, marcada por la creciente conciencia sobre el problema de la opresión de los indígenas y por el afán de dar a conocer esta situación., el mundo es ancho y ajeno. Yo diría que no es tan ancho, pero sí ajeno. Nos encontramos con los refugiados de otras guerras, peronass que vivieron y vivía nuestra misma realidad. Había mucha gente de Centroamérica, mayormente provenientes de El Salvador y Guatemala, donde la guerra era más cruenta. En este contexto, los movimientos de solidaridad canadienses, grupos religiosos y sindicales y ciudadanos progresistas se hacían eco de las denuncias por las violaciones de Derechos Humanos (DDHH) en Latinoamérica.
Participamos activamente en defensa y apoyo a los inmigrantes y sobre todo a los refugiados que sufrimos discriminación. En ese momento se proponía una ley que restringía las posibilidades de protección a los refugiados. Entonces, se organizó una huelga de hambre rotativa en veinte ciudades. En Toronto, se hizo una semana en un bote, rememorando el hecho ocurrido en 1936, cuando Canadá rechazó el pedido de ayuda del barco St Louis con judíos que escapaban de la guerra y tuvieron que retornar a Europa donde fueron exterminados. Formamos parte del grupo de apoyo a las Madres de Plaza de Mayo de Toronto, organizando campañas de denuncias por las atrocidades y los crímenes cometidos por la dictadura en Argentina. Participamos de los grupos solidarios enarbolando pancartas y denunciando la barbarie de la guerra imperialista. También del grupo de solidaridad con Cuba, contra el embargo inhumano que se ejerce sobre la isla y la red solidaria entre las distintas organizaciones de refugiados para coordinar eventos. Además, denunciamos la persecución y detención de miembros de la Túpac Amaru, la desaparición de Santiago MaldonadoEl caso Santiago Maldonado, se refiere a la investigación abierta a raíz de la muerte de Santiago Andrés Maldonado tras una liberación de un corte de ruta realizado por la Gendarmería Nacional el 1 de agosto de 2017, en el Pu Lof en Resistencia de Cushamen, situado en la provincia de Chubut, Argentina. El día anterior, Maldonado había participado en un corte de ruta, enmarcado en la lucha por las tierras ancestrales tradicionalmente ocupadas por la comunidad mapuche, que fue dispersado a la fuerza por efectivos de la Gendarmería Nacional en la madrugada del 1 de agosto. Su cadáver se encontró en el río Chubut, dentro del Pu Lof, allanado en la jornada de su desaparición, el 17 de octubre de 2017, cuando habían transcurrido 77 días sin noticias de su paradero y acompañamos la lucha del pueblo Mapuche.
Mi trabajo por tres años en una agencia sin fines de lucro que ayudaba a refugiados de todas partes del planeta, me permitió conocer en su verdadera dimensión la crueldad del mundo tan injusto en el que vivimos. Luego, trabajé por veinticinco años en el Ministerio de Bienestar Social de la ciudad de Toronto atendiendo la problemática de los sectores más vulnerables y marginados de esta sociedad, que no por ser desarrollada y tener tan buena reputación en el mundo, está exenta de tener los marginados del sistema que marchan hacia ningún lado.
Así transcurre esta vida en libertad, que no fue pensada para estar tanto tiempo fuera de mi Córdoba natal. Con el tiempo las raíces empiezan a cimentar y van creando lazos que me atan cada vez más a este lugar pese al tironeo que ejerce la eterna nostalgia por los que dejamos.
Sigo creyendo en la solidaridad con todas las luchas justas, la paz y la igualdad en cualquier lugar donde nos lleve la vida.
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