Amalia Antonini
Unquillo, Córdoba, Argentina
Salí en libertad de Devoto un 23 de abril de 1977 con el único sueño de abrazar a mi hijo Aníbal, era mi brújula. La dimensión del espacio de afuera era más grande de lo que imaginaba y una necesidad de afectos que me abrazaran y abrazarlos me recorría.
El reencuentro con mi mamá, papá y hermanas lo tengo colgado en la retina, especialmente el de mi mamá, mujer «brava» que salió a buscarme hasta dar conmigo, y sus visitas y sus cartas tan simples y tan llenas de amor, tan floridas, con el humor de las personas sencillas.
Más tarde el reencuentro con mi hijo de dos años, este momento fue delicioso, pero también lleno de preguntas, mis preguntas, mis recuerdos cuando me llevaron por la fuerza. Ahí estaba sin casi saber quién era yo, me miraba desde lejos sentado en una silla y yo queriendo abrazarlo, apretujarlo, besarlo… por fin le mostré unos alfajores que había llevado y como misterio resuelto, corrió y se sentó en mis piernas.
Aclaro que primero fui a la casa de mis padres Rafael Obligado a 800 km de Reconquista mi segundo hogar.
De apoco me reencontré con mi suegro, único que había quedado con dos niños Aníbal y Mario porque el resto habían sido fusilados en Santa Fe y Margarita Belén, Carlitos y Mario. Mi suegra y cuñada estaban presas.
¡El panorama era muy fuerte!
Había que seguir, queriendo, cuidando y la posibilidad de trabajar que no se esperó mucho porque a la semana ya estaba trabajando en el diario Edición 4, la casa, la ciudad adversa, y en especial a los chiquitos.
Trabajé 19 años en ese lugar mientras estrenaba casa regalada por mis suegros.
Mientras venían mis amigues que estaban presos, comencé a estudiar Ciencias de la Educación, me recibí, hice nuevos amigues, tenía sueños de cambiar la educación.
Dejé el trabajo anterior y enseguida comencé a tener horas en las escuelas y profesorado. Seguí militando desde la educación, fue una experiencia maravillosa, aprendí, desplegué mis deseos de enseñar y aprender, aprendí a mirar y comprender a otros.
Aníbal creció, estudió e hizo lo de todo niño, adolescente, joven.
Me faltaba algo más, y entre bajones y levantadas empecé a pintar, ahí volé, cada pincelada era placentera, cada color un privilegio.
Y llegó mi primera exposición sola, luego otras colectivas, luego un premio y el mejor premio fue encontrarme con la pintura, disfrutarla, pensarla, encontrar compañeres que hacían lo mismo y compartir los ratos.
Hoy están mis nietos Adela y Gregorio, las palabras vuelan y no pesco una para expresar mi felicidad. Pareja y mi hijo creciendo…
Hoy vivo en Unquillo, y antes de la pandemia, con un grupo formamos una Agrupación de Jubilades de las Sierras Chicas. No lo pudimos seguir por el peligro de contagio, aunque seguimos en ese sueño.
Agradezco a todes aquellos que me ayudaron a vivir con gratitud, a decir mis broncas, a pedir ayuda profesional cuando lo necesité y mucho.
También recuerdo aquellos que desde los medios y cercanos me repudiaron, a ellos no les agradezco. En cada repudio una salvaje reafirmación de mis ideas latía.