Graciela Movia
CABA, Argentina
Recuperé la libertad de la cárcel de Villa Devoto el 1° de abril de 1981. Todo fue muy rápido. Estaba llena de angustias y expectativas: el dolor por la pérdida de mi compañero, el alejamiento de mis afectos luego de tantos años de cárcel y el reencuentro con mis hijos, Ernesto y Fernando, de diez y de ocho años, respectivamente. Cuando fui detenida mis hijos vivieron con mis padres Helios y Ada, que además residían cerca de la cárcel. Épocas complicadas, los llevaban a visitar al padre -que estaba en la clandestinidad- y me los traían a las visitas en la cárcel. Los criaron con todo el amor de abuelos haciendo de papá y mamá.
En esa mezcla de sentimientos también había alivio, aunque todavía estábamos bajo la dictadura. Era un tiempo de incertidumbre. Como me habían otorgado libertad vigilada, todas las semanas debía presentarme ante el comisario. Además, cada tanto, aparecía gente extraña en el frente de mi vivienda situada en un pasaje.
Algunos compañeros decidían ir rumbo al exilio pero yo me negaba, no podía imaginarme fuera de mi tierra, de mi ciudad, de mi barrio. Sabía de la tristeza de los que estaban lejos.
En paralelo, Marcelo Vensentini había salido pocos meses antes. Y él tampoco quería irse. Fue todo vertiginoso: conocernos, amarnos, rearmar mi vida junto a mis hijos y un nuevo compañero. De pronto había comenzado una nueva vida.
Siempre mi centro estuvo puesto en mis hijos, los que tenía y los que fueron paridos en democracia: Santiago, Pablo y Julián. Fue maravilloso ver la actitud de Ernesto y Fernando para armar una nueva familia. Rearmar daba fuerzas y entusiasmo. Tenía temores, pero también me sentía pujante.
Eran tiempos donde en medio de la noche de la dictadura aparecían luces de esperanza. Ya el barrio no era igual, las caras conocidas y amadas no estaban y el aire que respirábamos era diferente. Al igual que cuando estuvimos presas, al salir, nuestro primer cobijo fue la casa de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Lucas Orfano, Cata Guagnini, Angelita Vensentini, Graciela Lois y Lita Boitano son algunos de los primeros y queridos nombres que siempre nos recibían. Parece mentira pero hoy recuerdo que en una serie de recitales de Mercedes Sosa se llenó el aire de tanto perfume de libertad.
Pasaron muchas cosas todas juntas y todo muy rápido, me doy cuenta ahora que me puse a escribir.
Vivimos aquel crimen que significó la Guerra de Las MalvinasArchipiélago de América del Sur situado en el mar argentino a 500 kilómetros de la costa. El 2 de abril de 1982 la dictadura cívico militar inició el desembarco de tropas en las Islas Malvinas, dando comienzo al conflicto bélico con Gran Bretaña. El enfrentamiento dejó un saldo de 650 combatientes nacionales y 255 soldados ingleses muertos. El 14 de junio de 1982 Argentina presentó la rendición. . En ese contexto, mi amiga de la vida, Stella Maris Sosa me propuso armar un taller, un espacio donde enseñar lo que sabíamos. Las dos veníamos del mundo del arte y del diseño. Queríamos transmitir eso a los chicos y las chicas.
Mientras tanto, Remy ,el padre de Marcelo, había alquilado una casa en Villa Urquiza para hacer un centro cultural y de paso, para que viviera su hijo que se había separado. Sueños locos del querido suegro, esos sueños que abrieron las puertas a los nuestros. Remy Vensentini, además de luchar junto con Angelita -su esposa- por su hijo Marcelo, iba a visitarlo casi todas las semanas y a llevarle los caramelosInformación y denuncias escritas en papel de cigarrillos y envueltas en nylon para ser transportados en la boca y sacados en las visitas. que todos esperábamos. También luchaban por su hija Rosalba, desaparecida. Como si esto fuera poco, también fue a visitar a muchos compañeros que no tenían familia a Devoto, La Plata, Caseros, Rawson.
No solo éramos nosotros, la nueva familia, mi amiga y nuestros proyectos. También ahí llegaban los presos y presas que iban saliendo a cuenta gotas. Había reuniones a toda hora. De la cárcel pasaban por Familiares y, de ahí, al taller de Urquiza.
Reuniones de debate pero también fiestas. Era tiempo de construir la alegría festejando. Varias parejas cruzaron sus primeras miradas en las enormes habitaciones de la casa de la calle Cullen.
En el medio de eso, con Stella íbamos pensando cómo armar nuestro taller, nuestro refugio donde habría pintura, dibujo y cerámica.
Somos de una generación que no se quedó esperando sino que pasó a los hechos, de modo que con nuestros hijos ya teníamos cinco alumnos y empezamos. De a poco se fueron sumando los hijos de una vecina, de presos y la hija de Graciela Lois. Aunque teníamos estos estudiantes gratis, daban una excelente imagen de alegría. Fue nuestra primera política de marketing.
En tanto, el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) nos dio un préstamo para poder equiparnos y hasta pudimos comprar el horno para que la arcilla se transformara.
Y así fue hasta que tuvimos muchos ingresantes que abonaban una cuota. Al principio, no nos dábamos cuenta pero en ese taller, como en muchas otras actividades, se volcaban familias que querían otras oportunidades para sus hijos, tales como plástica, música y deportes. También se sumaban mamás y papás que participaban de estas actividades que antes fueron dejadas de lado, como clubes y cooperadoras escolares. Destaco que muchos estaban militando en partidos políticos.
Eran nuevos aires después de esa guerra horrible, que llegó como final macabro de la dictadura. Eran los aires de la vida que volvía. Aunque parezca exagerado, me vi compartiendo panza de embarazo con muchas otras mujeres. Traíamos a los hijos de la democracia.
Así, la arcilla transformada en tazas, floreros, esculturas, arte transformó al taller en algo atractivo y se colmó de pibes y pibas. Primero, fue un día a la semana y después dos, tres y luego hubo días para adultos. Las mujeres tomaban mate en medio de la arcilla.
Cuando finalmente llegó la democracia nos encontramos rodeadas de chicos, chicas, mujeres y paredes llenas de obras producidas. Los pibes ganaron premios en un concurso que hacía la ex Unión Soviética sobre el espacio. Y las mujeres pudieron exponer sus obras en diversas muestras. Hasta que un día fuimos a la sede del Movimiento Ecuménico para devolver el dinero del préstamo.
Cuando llegó la democracia, ya habíamos empezado de nuevo.
Pero esa ya es otra historia.
Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, ARTE