Pese a estar protegida por ley como sitio de memoria, pretenden tirarla abajo
Cuando hace memoria Isabel Eckerl, frunce el ceño y apoya todos los dedos de su mano derecha arriba de la ceja, como intentando atraer cada dato y episodio que vivió un grupo de ex presas políticas en su lucha por lograr que la cárcel de Devoto fuera considerada un sitio de memoria y que, en consecuencia, no sea demolida. En esta entrevista relata un largo proceso de construcción de consensos, acciones políticas y entendimientos.
Isabel fue militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y dirigente gremial docente en Mar del Plata. Fue detenida el 15 de julio de 1975 y llevada al penal de Olmos. Tras el golpe militar, la trasladaron a la cárcel de Devoto. Allí permaneció muchos años, como cientos de sus compañeras.
El destino trágico de esas mujeres luchadoras se cruzó con el de un grupo de presos comunes que el 14 de marzo de 1978 fueron masacrados por los guardias en el pabellón séptimo. Murieron sesenta y cinco personas por el fuego y las balas. Años después, la búsqueda de justicia por lo que luego se conoció como la “Masacre del Pabellón Séptimo” volvió a cruzar los destinos.
“Se había pensado en la idea de sitio de memoria, pero no se presentaron los papeles. Los que terminaron solicitándolo fueron los integrantes del colectivo Masacre, los sobrevivientes”, relata Isabel.
Algunas ex presas políticas aportaron su testimonio a la Justicia para desarmar el relato oficial que decía que se había tratado de un violento motín, “el motín de los colchones”. Y la abogada querellante Claudia Cesaroni logró que fuera considerado de Lesa Humanidad.
“Declaramos contando situaciones de cómo las mismas autoridades que decidían sobre nosotros también lo hacían sobre los presos sociales. Decidían sobre todo el predio de la cárcel de Devoto”, explica Isabel.
En octubre de 2012 fue señalizada como sitio de memoria y el 5 de mayo de 2015 se incorporó al Registro de Sitios de Memoria, quedando así bajo la protección de la ley 26.691 de “Preservación, señalización y difusión de sitios de memoria del Terrorismo de Estado”.
Pero años después algo ocurrió: “El 12 de marzo de 2018, entre gallos y medianoche y sin difusión pública, se firma un convenio entre el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación y la Agencia de Administración de Bienes del Estado, votado en la Legislatura, en el que la Ciudad se compromete a pagar una cárcel en la provincia de Buenos Aires, en Marcos Paz, a cambio de que el Estado nacional le ceda el predio para tirar abajo la cárcel y usar el espacio. No está definido para qué”, dice Isabel.
Para conservar la memoria
La lucha volvió a convocar a estas mujeres, que tenían claro que el lugar debía preservarse aunque había diversidad de opiniones sobre qué hacer en el lugar y cómo avanzar. Esto las llevó a un proceso de construcción colectiva mucho más amplio y que no se privó de discusiones acaloradas.
El rostro serio y concentrado de Isabel haciendo memoria de datos se distiende cuando recuerda una de las tantas reuniones en el bar de la avenida de Mayo, 36 billares, cuando elevaban la voz como si estuvieran en sus casas: “Uno de los muchachos que jugaba al villar nos dijo ‘bueno, bueno chicas que no están solas”, cuenta entre risas.
Y continúa el relato del camino recorrido: “Conversamos nuevamente con la gente de Pabellón Séptimo y los docentes que trabajan en Devoto”.
Los aires políticos del gobierno de la Ciudad no eran los más favorables para la causa pero eso no las detuvo: “Es toda una concepción y nosotros debíamos encararlo desde la ampliación del estado de derecho”, afirma Isabel.
Las mujeres investigaron y averiguaron que “en el mundo hay varios casos de cárceles que habían sido cerradas y se recuperaron (Ver cuadro aparte). El planteo es que recuperamos a Devoto como sitio de memoria. No ponemos especial énfasis en si se vacía o no pero somos solidarias en la posición que mientras no exista en la ciudad otro lugar no hay que sacar a los presos de allí. El énfasis es en el sostenimiento del edificio”, explica.
También se contactaron con personas que viven en las inmediaciones de la cárcel: “Algunos vecinos quieren que se tire todo pero otros no, porque tampoco desean que les construyan enormes edificios en su barrio”, relata Isabel.
La búsqueda de la conservación de Devoto las ha llevado hasta las oficinas de funcionarios y legisladores. Incluso ante el juez federal Daniel Rafecas, que dispuso la elevación a juicio de la Masacre del Pabellón Séptimo y escuchó las ideas de estas mujeres. El trabajo realizado hizo que el tema fuera tomado por el Frente de Todos en la Ciudad de Buenos Aires y lo incluyera en su plataforma electoral de las elecciones de 2019.
La parada más conmovedora que tuvo este recorrido fue la de volver a ingresar en Devoto. Es que todo este proceso requería que las ex presas políticas que habitaron ese lugar reconocieran planos y espacios. Isabel ya había estado en otras dos oportunidades pero la entrada de 2019 “fue la primera que hicimos con compañeras, juntas. Fue muy emocionante”, recuerda.
Una tarde de octubre de 2019 se reunieron en el exterior de la cárcel y esperaron a que llegaran todas. Cuando las puertas se abrieron, para algunas, la sensación fue paralizante. Pero enseguida pasaron al lugar donde se hacen los registros y luego atravesaron un patio.
Algunas fueron a las plantas seis y cinco, el celular quinto donde funcionaban los llamados chanchos y ahora hay celdas para cuatro. Muchas se acordaban de todo e iban marcando lugares, puertas y ventanas. Y advertían cosas que ya no estaban. Al ver a los presos una de las compañeras, Berta, golpeó sus manos y dijo: “A ver ¿nos escuchan? Compañeros …” y relató el motivo de la presencia de todas ellas en la cárcel. Todos se juntaron alrededor de un mesón, en un espacio que ellas recordaban más amplio, y escucharon atentamente.
“Yo fui al cuarto y al segundo y en ese momento había uno por celda. Los ventanales que están al fondo del pabellón están más grandes y las mesadas que eran grises están pintadas de color claro”, recuerda Isabel.
Aquel día esas mujeres salieron de Devoto con la misma convicción que cuando recuperaron su libertad: la necesidad de buscar verdad y justicia y conservar la memoria. Para esto, es necesario que la cárcel de Devoto no sea demolida.
El Establecimiento Penitenciario N 1, conocido como penal de San Martín, Córdoba, cerró sus puertas el 12 de abril de 2015. Se encuentra ubicado en la calle Colombres al 1300, fue diseñada por el arquitecto italiano Francesco Tamburini y se inauguró en 1895.
Fue conocida como una de las cárceles más duras del país. Durante la dictadura cívico-militar albergó a presos políticos y funcionó como una suerte de campo de concentración en el que hubo hasta fusilamientos. Estuvo a cargo el Tercer Cuerpo del Ejército. En 2005 se desató un cruento motín que terminó con ocho muertos. Había 1670 internos y el espacio era para 870.
En la actualidad, es patrimonio de la ciudad de Córdoba y se trabaja en su remodelación para el funcionamiento de un parque y un centro cultural y recreativo.
En Dublin, Irlanda del Norte, la prisión de piedra Kilmainham Gaol, cerrada en 1924, se ha convertido en un monumento al nacionalismo irlandés. Las injusticias y crueldades perpetradas en ese lugar fueron el germen del nacimiento de la República de Irlanda. Por allí pasaron muchos luchadores sociales y algunos fueron ejecutados allí.
El último preso fue Éamon de Valera que salió de la cárcel el 16 de julio de 1924. Años después, fue primer ministro en varias ocasiones y presidente de Irlanda.
Tras el cierre la edificación permaneció abandonada hasta la década del ’60, cuando se creó un comité de voluntarios para restaurar el sitio. El trabajo se extendió por casi treinta años y en la actualidad es un museo para recorrer.
La cárcel Modelo de Barcelona, España, funcionó entre junio de 1904 y 2017. Se planteó como un centro penitenciario “ejemplar”, de ahí su nombre.
Tras la guerra civil y durante la dictadura de Franco confinó a miles de presos políticos. Aunque el proyecto original era para una persona por celda, durante el Franquismo se alojaban entre catorce y dieciseis hombres por cada una.
En el interior de sus muros ocurrieron muchas ejecuciones a garrote vil, un instrumento de tortura y ejecución que había instrumentado José Bonaparte.
Actualmente el lugar puede ser visitado con guías a modo de museo y existen varios proyectos para realizar distintas cosas en el lugar.
Fue el camino inverso: desde el bar de la esquina, que no era el mismo, cruzar la calle Bermúdez y abrazar a las compañeras que iban llegando para esta cita. Sólo algunas de tantas, que esa mañana de primavera tomamos coraje para entrar.
El ruido del portón de chapa que se abría disparó tantos recuerdos. La amabilidad para recibirnos, por parte del personal penitenciario, e invitarnos a ingresar no fue la misma que aquella vez cuando también se abrió el portón del lado de adentro y con unas pocas pertenencias varias de nosotras atravesamos la salida hacia la libertad.
Han pasado cuarenta años, volver al penal era como retroceder la película.
Lentamente fuimos atravesando rejas y pasillos. El olor era el mismo, los ruidos, todo volvía
Nuestra misión era reconocer cada espacio, cada hueco, por donde transitamos aquellos años las más de mil doscientas mujeres allí alojadas, las que sobrevivimos al peor momento de nuestra historia en el país.
El camino seguía siendo inverso, subiendo las escaleras que nos llevaban a los pabellones que incómodamente habíamos subido y bajado con las manos atrás por aquellos años y que ahora lo hacíamos sin esposas, sin represión.
La historia nos ubicó de este lado y nos pide a gritos que no olvidemos y nos recuerda que hacer memoria de cada sitio es nuestra responsabilidad por las compañeras que aquí quedaron, por la Masacre del Pabellón Séptimo y por cientos de historias que se tejieron entre estos muros.