Elba Noemí Arana
CABA, Argentina
Al obtener la libertad y tras mi solicitud, fui reincorporada como trabajadora social dentro del área de salud pública del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Así retomé las funciones que volvieron a conectarme con poblaciones de bajos recursos económicos y en situaciones de vulnerabilidad.
A la par de mi desempeño laboral participé activamente en tareas gremiales: Consejo Profesional de Trabajo Social, Asociación Gremial Municipal de Trabajadores Sociales y Federación de Profesionales de la ciudad de Buenos Aires. Desarrollé mi tarea no solo en pos de reivindicaciones sectoriales como delegada sino fundamentalmente en todo lo relacionado con la defensa de la salud pública en cuestiones referentes a presupuestos, equipamiento y accesibilidad al sistema, entre otros temas. Si bien mis áreas de intervención profesional fueron diversas voy a compartir aquí dos que considero las más significativas.
La problemática planteada por la aparición del VIH-SIDA me exigió un compromiso de acción y dedicación especial: tiempos y espacios ocupados excedían mis “horarios laborales”. Por entonces, experimenté una resignificación de la actitud militante.
Entendía que debíamos abordar la intervención desde una concepción integradora del individuo, reconociendo su ubicación desde la historicidad y el atravesamiento por circunstancias sociales, económicas, políticas y culturales de la época. Así iniciamos el trabajo junto con una médica infectóloga recién llegada al Hospital de Agudos en el que me desempeñaba como trabajadora social. Más adelante, se constituyó un equipo de trabajo interdisciplinario. Asumí por entonces el complejo desafío de generar un espacio nuevo dentro del ámbito hospitalario en el que -paradojas de un centro de salud- mitos, prejuicios y miedos se entretejían formando una maraña difícil de atravesar.
Me conecté con diversas instituciones y grupos de trabajo extra hospitalarios para conformar redes que posibilitaran la asistencia y cuidado integral de las personas afectadas por VIH-SIDA. En especial, la defensa de derechos cercenados por la estigmatización -pérdida de trabajo, de vínculos sociales y familiares- que llevaban a una profunda exclusión social que agravaba la situación y el sufrimiento. Llevé adelante múltiples intervenciones: asesoramiento y contención a pacientes, grupos familiares y allegados mediante trabajo grupal -prevención, reflexión, recuperación- y capacitaciones dentro y fuera del hospital. Organicé y coordiné talleres con personas drogadependientes, portadores de VIH y enfermos de SIDA en barrios del área, desde el enfoque de reducción de daño. Además, acompañé a jóvenes en etapas finales.
Pienso que todo lo que pude o llegué a hacer frente a tanto dolor y muerte “indigna” en parte, provenía de la fuerza adquirida en tantas experiencias límite atravesadas tanto por mí como por cada una de “Nosotras”, más allá de matices y particularidades.
Uno de los trabajos de investigación que realicé sobre experiencias de intervención comunitaria me permitió obtener una beca para su presentación en París, en un congreso internacional en 1999. La experiencia de compartir la semana que duró el congreso con personas de distintos países, muchos de ellos portadores del VIH y activistas, fue muy enriquecedora y un estímulo para continuar trabajando con renovadas fuerzas.
La otra experiencia que deseo compartir es la que llevamos adelante junto con otros trabajadores de la salud: un radio-teatro que se presentaba en un bar histórico del barrio y que, con colaboración técnico-artística de dos integrantes del grupo de teatro Catalinas Sur devino en la conformación de un grupo de teatro comunitario compuesto por personal de enfermería, administrativo, profesionales de la salud, pacientes y vecinos. Los ensayos se realizaban en aulas de Docencia, en horarios vespertinos.
El espectáculo Escenas de la vida hospitalaria giraba en torno a las vicisitudes que los pacientes de los hospitales públicos debían pasar para ser atendidos. Enfatizaba el esfuerzo de muchos de los trabajadores del hospital y retrataba de forma caricaturesca la burocratización en la que muchos se instalaban, haciendo padecer a los que no tienen otra posibilidad que hacer largas colas desde las 3 de la mañana. La realidad de la institución sanitaria se contaba con humor y afecto, trabajando con el recurso de la parodia, sin dejar de lado la mirada crítica que invitaba a la reflexión con el objetivo de llamar la atención e intentar revertir lo disfuncional del sistema y, así, lograr mayor humanización. Fomentaba el buen ánimo y la salud de integrantes y espectadores y defendía el hospital público de los intentos privatizadores.
Entre 2004 y 2009 el grupo contó desventuras y cantó con humor:
(…) “Con tos y con asma y con gripe buscando mi turno a las 4 llegué, son las 7 y yo sigo esperando, que la suerte me alcance esta vez…
El que tenga salud que la cuide, que la cuide, del teatro y la risa que no se olvide, que no se olvide…
Y, ¿quién atiende a mi abuelita y quién atiende a mi papá, a los que vienen desde lejos, si no hay más hospital?
Y, ¿quién entrega los remedios que yo no puedo comprar y a dónde vamos a atendernos cuando no hay obra social?, ¿A dónde busco? ¿A dónde espero si no hay más hospital?” (…).
Las representaciones se realizaban en la sala de espera del hospital, en plazas de distintos barrios de la ciudad, en congresos médicos. En fin, donde nos invitasen. Nuestro grupo, nominado en una terna, fue elegido para recibir el premio Maria Guerrero (Asociación Amigos del Teatro Nacional Cervantes).
La experiencia teatral hospitalaria me impulsó luego a integrar el grupo de teatro comunitario El Galpón de Catalinas Sur, donde se trabaja para recuperar y mantener la memoria sobre hechos históricos del país, con la firme creencia de que es posible un mundo mejor.
En lo personal, lo más valioso de mi vida: dos hijos que fueron y, como no puede ser de otra manera, son mis mejores maestros. Algo más: después de jubilarme me “permití” dedicar tiempo a actividades placenteras como pintura y arte textil.