Por el mundo

El grito

Silvia Arana

Quito, Pichincha, Ecuador

Viva la libertad

Si no se grita viva la libertad
humildemente,
no se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad
riendo,
no se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad
con amor,
no se grita viva la libertad...

Pier Paolo Pasolini

Fui encarcelada a los dieciocho años y forzada a abandonar la Argentina seis años después. Mi retorno a la libertad ocurrió de manera casi simultánea con el exilio, originalmente en Francia. Desde entonces, hace más de treinta años, vivo fuera de mi país. El escritor palestino Edward Said señalaba que la mayoría de la gente vive en conexión principalmente con una sola cultura, un ambiente y un hogar. Los exiliados, en cambio, están entre dos entornos o más. Esta pluralidad de visiones genera una conciencia de dimensiones simultáneas: el viejo y el nuevo entorno son vívidos, actuales y se desenvuelven al mismo tiempo en contrapunto.

Esa condición de dualidad propia del exilio en mi caso se prolongó más allá del exilio forzado, pues cuando pude regresar legalmente hubo otros obstáculos por los cuales abandoné otra vez el país. Desde entonces he tratado de superar el desarraigo, echando raíces no tanto en un lugar físico sino en los movimientos que persiguen la defensa de los Derechos Humanos (DDHH), enfocándome en el periodismo alternativo. “La verdad no solo se cuenta, se milita”, decía Rodolfo Walsh -escritor y militante montonero asesinado por la dictadura argentina en 1977- y esa es la senda por la que intento andar.

Hace un par de meses, hacia el final de una entrevista con una líder comunitaria de Guayaquil -después de que hablara sobre los graves problemas que los aquejan en las barriadas pobres del sur de la ciudad, donde no tienen agua suficiente para saciar la sed ni mucho menos para la higiene personal durante la pandemia del COVID-19-, le pregunté sobre su vida. Al escuchar mi pregunta, sorprendida, dijo: “Me quedo muy agradecida de que quiera saber sobre mi vida personal, mucha gente no la conoce porque nunca me han preguntado. Creo que es muy importante para que así se den cuenta de que nosotros también somos de acá, nosotros también sentimos en carne propia lo que vive nuestra comunidad”. 

Esta mujer luchadora, madre y abuela, que para sobrevivir vende en la calle meriendas que ella misma cocina, se sentía agradecida de que alguien quisiera saber sobre su vida. Ese era justamente el objetivo de la serie “Voces de Guayaquil, epicentro de la pandemia en Ecuador”: difundir la voz de quienes no tienen voz, visibilizar a los invisibles para el despiadado sistema neoliberal. 

El clamor contra la invisibilización de gran parte del pueblo y la discriminación racial, social y económica -antes y durante la pandemia- constituye el común denominador del movimiento indígena y de las organizaciones sociales (feministas, estudiantiles, afrodescendientes, ambientalistas, defensoras de los derechos de los inmigrantes y de la comunidad LGBTQ) en Ecuador, Estados Unidos y donde impere la desigualdad económica. Incluso en países que intentan mitigar y/o escapar de este sistema. Y en ese común denominador he hallado el espacio de resistencia donde pueden coexistir ambos entornos: mi país y mi lugar de residencia, es decir la dualidad o contrapunto que señalaba Said. 

Aunque la nostalgia sea parte mía, en cada momento de conexión fraterna con una persona que lucha por un mundo mejor, predomina otro sentimiento: la emoción de vivir mi libertad en la solidaridad con los demás. Ese es el espacio compartido donde no estamos solos y el sentido de pertenecer le da una dimensión más honda a la existencia. Paradójicamente, el sentimiento de concebir la libertad como una semilla que germina en la resistencia a la injusticia, nació entre los muros de una cárcel junto a “Nosotras”, las ex-presas políticas de Villa Devoto. En cada gesto de solidaridad que pueda ser capaz de generar hoy, se renueva aquella solidaridad incondicional aprendida junto a mis compañeras con quienes literalmente compartimos el mismo pan. Para ellas mi agradecimiento y mi compromiso para intentar vivir la libertad humildemente, riendo y con amor.

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