María Celeste Seydell
Córdoba, Córdoba, Argentina
Las casitas se llamó el proyecto al que me sumé estando en Costa CanalAsentamiento poblacional de la provincia de Córdoba ubicado a orillas del canal Maestro Norte.. Proyecto iniciado por el cura mercedario Carlos Diez. El carisma de los mercedarios es la liberación de los cautivos. Y cautividades abundaban: cautivxs de la pobreza, las adicciones, la enfermedad, la vejez, etcétera. Todas producto de las más antiguas injusticias.
Trabajamos con lo más lastimado de la sociedad: las mamás víctimas de violencia de todo tipo, cuyos hijxs habían sufrido abusos múltiples. Por esta razón, los niñxs eran institucionalizados. En los institutos para menores siguen soportando iniquidades. Muchas. Es una realidad insoslayable.
Cuando las mujeres madres hacían un clic y podían denunciar y distanciarse de sus parejas, el Estado no les restituía lxs hijxs porque carecían de vivienda y medios económicos para cuidarlos. Entonces la Orden de la Merced alquilaba casas en el barrio o barrios cercanos, y allí eran alojados dos o tres grupos de mujeres con sus hijxs.
El cura tomaba bajo su tutela a lxs niñxs y adolescentes judicializadxs y también respondía por las madres y su desempeño con ellxs ante los jueces de menores.
El primer tiempo en Las Casitas era para recomponer vínculos, recobrar confianza, recuperar identidad y aprender el lenguaje del cariño. No había plazos para lograrlos. Cada grupo y persona tenían su tiempo. El equipo ofrecía, en este lapso, la incondicionalidad del cariño y la aceptación de cada unx, sin más. Lo genial era que cada unx de lxs integrantes de Las Casitas ayudaba a lxs demás aportando sus saberes, sus capacidades y sus historias.
Prevaleció casi siempre la solidaridad, se ayudaban naturalmente, se entendían sin ambages, compartían cada cual sus talentos, sus experiencias, sus carencias y sus dolores. Había, por supuesto, muchos y variados conflictos. Claro que sí. Los del equipo de acompañamiento no teníamos horarios. El cura Carlos a veces a las 2, 4 o 5 de la madrugada salía a socorrer a unxs u otrxs. En no pocas oportunidades íbamos a campear a los adolescentes que no volvían en el horario normal. Muchxs de ellxs fueron tristemente expulsadxs a la calle y sobrevivieron como pudieron. No tenían ley ni norte. Solo mandaba la necesidad.
Las casas eran abiertas y nosotros no teníamos reglas, estaba todo por hacer, nos guiaba la intuición, el sentido común, lo que hablábamos con el cura Carlos, el taller de espiritualidad al que asistíamos una vez por semana, que nos fortalecía en nuestras convicciones y ponía luz en la resolución de problemas. Nada era fácil. Había que lidiar también con jueces y secretarios que no comprendían nuestro quehacer. Por ejemplo: pretendían que las mujeres trabajaran, que los jóvenes estudiaran y que lxs niñxs fueran escolarizados ni bien entraban a las casitas. Y No. No ¡No! Demandaba mucho trabajo individual y colectivo lograrlo. Todxs tenían tiempos y procesos dispares.
Por supuesto que existía la ayuda psicológica para todxs y cada unx. Y cuando se fortalecían, entonces sí, lo que ellxs mismxs requerían: estudio, oficio, trabajo, escuela. Íbamos a las escuelas y hacíamos de cerca el seguimiento de lxs niñxs. Era un trabajo de estar en alerta siempre. Especialmente con las mujeres a quienes, muchas veces, los maridos ubicaban y trataban de volver a la relación. En muy pocos casos y con mucha terapia algunos matrimonios pudieron volver a convivir y tener otra vez casa y familia. Siempre con ayuda del proyecto en los primeros tiempos. Y más alertas aún con lxs adolescentes que tenían ausencia de hábitos y hacían “una de cada color”. Terribles, desafiantes, hermosos y rebeldes.
No existían tiempos para el egreso, a veces, en contadísimos casos, eran meses y para otrxs, años. Algunas veces el acompañamiento fue de por vida, dado el deterioro o fragilidad de la persona. Cuando egresaban seguíamos en contacto, económicamente, por un tiempo, el que requiriera cada unx. Afectivamente hasta hoy.
Teníamos en el equipo una certeza: solo el amor cura. Es lo que sanó tantísimas heridas y lo que sin lugar a dudas es lo que perdura en ellxs y nosotrxs.
No existe en el país otra experiencia igual. Es única. Como únicxs somos quienes pasamos por ella. Gracias cura Carlos Diez. Él nos embarcó en ella.
Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, COMUNICACIÓN