Bonaerenses

El monte y yo

Araceli Gutiérrez

Olavarría, Buenos Aires, Argentina

A unos 20 kilómetros de la ciudad de Olavarría, cerca de la localidad de Sierras Bayas, existe un lugar bellísimo al pie del cerro Largo, que fue en su momento la concreción de un sueño: el de Pedro Pelloni, un inmigrante suizo que a fines del siglo XIX, en un sitio donde todos veían solo piedras y minerales para extraer, imaginó que podía crear un vergel.

El trabajo, la paciencia, el ingenio, el amor por su obra y la ayuda de sus hijos hicieron que Pedro pudiera dar forma a ese sueño y crear La Helvecia, que años más tarde se convertiría en uno de los viveros más importantes de la región, con gran cantidad de especies exóticas, frutales, florales y ornamentales.

Lamentablemente, la familia Pelloni tuvo siempre una tenencia precaria sobre el predio y medio siglo más tarde, en el año 1954, el gobierno de la provincia lo donó al gobierno nacional. Digo lamentablemente porque la dictadura de Aramburu, un año después, decidió tomar posesión efectiva del predio y dispuso que fuera un sitio para prácticas de formación militar. Este hecho, que no es malo en sí mismo -aunque hubiera sido mejor que continuara siendo un vivero-, contiene el germen de lo que pasó después. La dictadura cívico militar(1976-1983). Autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Fue una dictadura cívico-militar que gobernó a la República Argentina. Adoptó la forma de un Estado burocrático-autoritario y se caracterizó por establecer un «plan sistemático» de terrorismo de Estado y desaparición de personas. Conformado por las tres fuerzas armadas, impuso su proyecto económico neoliberal. que usurpó los poderes del Estado entre 1976 y 1983, usó las instalaciones como centro clandestino de detención o lugar de reunión de detenidos, LDR, según la jerga específica de los represores.

Así fue como se conjugaron un lugar maravilloso con gente que tuvo las conductas más siniestras.

Años más tarde, me reconcilié con el sitio. No con las personas que tuvieron esas conductas, sino con la belleza del lugar.

Cuando nos trajeron secuestrados a Monte Pelloni yo era muy chica, tenía veintitrés años. Si bien es cierto que se vivía de otra manera -tenía tres hijos- también es cierto que tenía toda la vida por delante. Sin embargo, en esos casi dos meses, que parecieron eternos, cada día buscaban hacernos sentir que nuestra vida no valía nada.

Las torturas físicas, psicológicas, la humillación, el saber que tus compañeros estaban sufriendo y, en mi caso particular, no saber nada de mis hijos, de mi familia, mi hermana y mi cuñado, me generaban muchísima angustia, que se sumaba al terror de saber que en cualquier momento te podían matar.

Tal vez por el hecho de ser mujer, y de tener un cuerpo muy chiquito -me decían “la poquito”- tuvieron conmigo algunas consideraciones que con mis compañeros hombres no. Esto me permitió ver a varios de los detenidos y reconocer ciertas características del lugar que me posibilitaron describirlo primero y reconocerlo después.

Más adelante, el paso por la cárcel de Devoto fue también una experiencia fundante para mí. Pese a lo duro que significó ser una presa política en plena dictadura, las compañeras que allí encontré fueron un sostén emocional, un ejemplo de vida y de lucha que me llevé para siempre. Además de muchas amistades hermosas que aún perduran.

Otra experiencia que me marcó en la vida y que me permitió tener una familia gigante y llena de amor fue la posibilidad de crear un hogar para chicas y chicos especiales en La Plata, que llevó el nombre de mi hermana Pichuca. Durante veintidós años, con todas las dificultades imaginables, llevamos adelante el hogar y por allí pasaron una gran cantidad de chicos que siempre consideré mis hijos. Varios de ellos me acompañaron cuando vine a vivir a Monte Pelloni.

Desde que salí de la cárcel e intenté reconstruir mi vida, con mis hijos y mi familia, supe que en dar testimonio y perseguir justicia tenía una batalla a la que no podía renunciar y una causa que debería defender siempre, por nosotros, por los que ya no estaban y porque era necesario que las personas que habían cometido esas atrocidades enfrentaran a la sociedad y asumieran las consecuencias.

Nunca fue un camino fácil porque mucha gente nos negó su apoyo, porque mucha gente consintió los crímenes o, simplemente, decidió que era mejor ignorarlos y seguir adelante. Pero muchos otros sí nos escucharon y nos acompañaron en esta lucha que tuvo avances formidables como el Juicio a las Juntas, y retrocesos terribles, como las leyes de Obediencia DebidaLey N° 23.521, de 1987, que estableció que los delitos cometidos por miembros de las fuerzas armadas durante el terrorismo de Estado con grado inferior a coronel no fueran punibles por considerar que obedecian órdenes superiores. y Punto FinalLey N° 23.492 (1986) que estableció la caducidad de la acción penal contra los responsables del delito de desaparición forzada de personas en Argentina. y los indultos a los represores. La lucha, sin embargo, nunca se abandonó y junto con los familiares, las Madres, las Abuelas y los HIJOS mantuvimos vivo el reclamo durante años enfrentando, incluso, a las instituciones de la democracia que en ese momento nos daban la espalda. Cuando durante el gobierno de Néstor Kirchner se anularon las leyes de impunidad y se reanudaron los juicios, supimos que por fin la justicia llegaría.

Por eso resultó fundamental visibilizar Monte Pelloni y, así como el juicio por el asesinato de Carlos Alberto Moreno se realizó en Tandil y obligó a la sociedad a confrontar con su pasado, que el juicio de Monte Pelloni se haya llevado a cabo en Olavarría, en la sede de la Universidad, hizo que como nunca en la ciudad se hablara de Derechos Humanos (DDHH) y de las atrocidades cometidas por los represores. 

Por eso me pareció tan importante recuperar este lugar y me pareció que venir a vivir acá era una oportunidad única de dar testimonio, no ya para buscar justicia que tarde y lentamente estaba llegando, sino para que ya nadie pudiera decir que no sabía lo que había pasado en Monte Pelloni, situado a apenas quince minutos del centro de la ciudad.

Y era también una oportunidad de recuperar la belleza del lugar, de traer vida y alegría a un sitio donde reinó el terror. Por eso vine con mi familia, con mi compañero, con mis hijos, con mi mamá y hasta con mis perros porque, aunque no resultara fácil vivir acá por las condiciones materiales y aún las espirituales, ni siquiera esa victoria les vamos a conceder: la memoria triunfará siempre sobre el olvido.

Desde que recuperamos el lugar y lo convertimos en “sitio de la memoria”, todos los años las escuelas realizan visitas educativas en forma permanente. Además, la Universidad estableció un vínculo muy estrecho con el sitio y produce en forma constante material histórico, científico y político relacionado con los hechos que sucedieron acá. Cada 24 de marzo, en el aniversario del golpe militar, el Concejo Deliberante de Olavarría sesiona en el Monte.

Durante el juicio de Monte Pelloni, donde se condenó a los principales responsables de la estructura represiva en el centro de la provincia, se utilizó una consigna que rezaba “Olavarría despierta”, que era al mismo tiempo una descripción y una invitación. Y creo que en gran medida se cumplió, que una parte grande de la población debió afrontar que acá habían sucedido cosas terribles, que muchos compañeros pagaron con su vida la defensa de sus ideales. Y que muchos otros sobrevivimos pero arrastramos durante muchísimos años, junto con nuestras familias, las consecuencias del terror al que fuimos sometidos.

Por esta razón, una de las cosas más emocionantes que me pasaron en la vida fue haber recibido, en 2016, por iniciativa de los concejales más jóvenes, la distinción como Ciudadana Ilustre del partido de Olavarría.

Declaré ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) (1984); en el Juicio a las Juntas (1985); en los Juicios por la Verdad de La Plata (2005); en la mega causa Circuito Camps (2012); en el Juicio Monte Pelloni (2014) y Monte Pelloni 2 (2019).

Creo que ahí está la clave de la construcción política que significaron los juicios, la lucha contra la impunidad, la necesidad de generar conciencia acerca de los crímenes que se cometieron. El compromiso que tienen hoy los jóvenes con los DDHH me genera una gran esperanza en que hechos como los que sucedieron en Monte Pelloni muy difícilmente vuelvan a suceder en nuestra Patria.

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