Navegando el Paraná

En primera persona del plural

María del Rosario Badano

Paraná, Entre Ríos, Argentina

                                                     

Contar. Empezar a deshilvanar los hilos de la memoria, de las memorias. Volver a comenzar, transmitir. Ir al filo de los relatos. Soltar amarras y volver a mirar. Detenernos en detalles, en gestos, en lo que no hay que olvidar. Armar y rearmarse. Algunos de los desafíos de haber sobrevivido al genocidio.

“Nosotras en libertad”, testigas y testimonios en las causas de Lesa Humanidad en la intensa, persistente e intrincada búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia. Cada una de nosotras ha declarado a lo largo y ancho del país donde cada juicio y juzgado se lo ha requerido: cruzando geografías, reinaugurando caminos, desandado otros tiempos cargados de emociones para poder dar cuenta de lo ocurrido. Allí estábamos y estamos.

He declarado en siete oportunidades ante el Juzgado Federal de Paraná. Cada oportunidad, por el momento histórico, implicó un encuentro singular con diversos jueces y juezas, con diferentes imputados o en busca de ellos. Fue pasando el tiempo, nosotras fuimos creciendo, cumpliendo años, armando y transitando la vida con sus sabores y sinsabores, con encuentros y desencuentros y seguimos testimoniando. Ha transcurrido demasiado tiempo. Ha quedado demasiado en el camino buscando justicia.

El testimoniar es personal y, sin embargo, simultáneamente, es colectivo. La primera sensación compartida que se nos impone es si tendremos algo importante para decir. La segunda es si podremos hacerlo y, por último, si servirá lo que digamos: ¿contribuirán las pruebas que ofrecemos para que haya justicia? Sentimientos e ideas van a una velocidad inusitada y desatan emociones superpuestas con las que hay que lidiar.

En los juicios la escena que se construye tiene algo de teatral, de reglamentado. Comienza cuando parada frente a todos y todas juramos por los 30.000, por la Memoria, la Verdad y la Justicia, por los Hijos y por la Patria. Allí emerge la compañía: ya no estamos solas. La sala está completa. Los ojos de fiscales, abogados y abogadas, acusados, jueces y juezas clavados en una y, al mismo tiempo, en todas. Las preguntas que quieren saber y hurgar en este relato, en todos los relatos; en este espacio, en todos los espacios; en este calvario, en todos los calvarios.

Comienza la declaración y se seca la boca, se entrecorta la voz pero también emerge poderosa, porque los que no están nos acompañan. En el estómago, los nervios dan paso a una tranquilidad desconocida. La fragilidad y la fortaleza se refuerzan en cada testimonio que relata de mil formas las prácticas genocidas, las denuncias, las palabras que iluminan y las imágenes que hablan.

Sin lugar a dudas, esa experiencia tiene la potencia de la direccionalidad política que la contiene: cada vez que estas narraciones circulan por el propio cuerpo, por el corazón. Allí donde somos capaces de mirarnos y reconocernos, en ese momento único, se conjuga una primera persona del plural sin la cual no hay coraje, valentía ni convicción.  

Es de destacar a las profesionales del programa de acompañamiento a las víctimas-testigos en juicios de Lesa Humanidad: jóvenes comprometidas en una tarea silenciosa y efectiva. Estar con, acompañar, tender la mano, contener en una red que soporta más peso y densidad de lo que aparenta.

Testimoniar, sabemos, consiste en narrar, reconstruir. En mi caso, poner palabras a la crueldad en dimensiones hasta ese momento desconocidas y doblemente complejas por haber sobrevivido al plan de exterminio, por haber estado allí. La significación de lo vivido contiene y trasciende el dolor, la huella personal, que vuelve a conjugarse en primera persona del plural, en lo agudo de las ausencias, el pasado y futuro que se unen en el grito de NUNCA MÁS.

Esta narración que toca lo más profundo de cada una, donde lo indecible está esforzadamente dicho, comunicado, atravesando senderos de vida y muerte, es puesta a disposición para que sea conocida por la sociedad. Testimonio y sobreviviente se funden para contar lo que se vio y vivió. Constituye, sin dudas, un acto de entrega que se hace en primera persona, en primera persona del plural, en segunda y en colectivas personas.

El poder hablar, testimoniar, ha posibilitado a muchas compañeras detectar los silencios no queridos tan poblados de saberes que tenían, identificar los paisajes habitados y aquellos tiempos oscuros que reiteradamente retornan a pesar de sí mismas. El miedo construye una coraza, la autocensura y la posibilidad de no recordar que sustrajeron la palabra, se quitan las trabas e inician un camino de reconstrucción más que interesante, doloroso y necesario. El trabajo artesanal, amoroso, cartográfico y acompañado recupera una subjetividad adormecida y (nos) recupera en la convicción de que tiene sentido decir, habitar y poder hacerlo.  

En los juicios -al menos en los nuestros- los genocidas decían que teníamos una escuelita para aprender a declarar, descalificando permanentemente los testimonios que realizábamos. La estrategia política se centraba en que nuestra narración cayera en el vacío, se desestimara. Incluso, ponían en duda nuestra salud mental. 

En cambio, los testimonios y argumentos de los genocidas se ajustaron sin fisura a un guión, a un esquema de escuelita, reiterado cacofónicamente una y otra vez: la persona/víctima, la testigo declarante, no existía. Discurso militar, patriarcalmente lineal, monolítico en el pacto de silencio sostenía un crimen que no cesa. A ese “guión” le opusimos la denuncia de cada práctica genocida, desde múltiples miradas, en sus detalles, en sus particularidades y en la evocación precisa, irrefutable, verdadera. Los reconocimientos de los centros clandestinos de detención y exterminio, lugares del horror, materializan, singularizan, dan poder y significado con efecto de verdad a lo que se ha denunciado y ha podido ser escuchado. La contundencia y convergencia de nuestros relatos, las claves de género con que nos supimos leer con el correr de los años, confronta con la construcción del discurso impune y hermético que hasta hoy sostienen.

Los juicios, sobre todo los orales, han constituido un momento para testimoniar de gran ansiedad, encuentro y alegría. Y la espera de las sentencias, lo más parecido a una celebración. Unanimidad en sentir que nos habíamos sacado una mochila pesada que no sabíamos que teníamos. La reparación que implica testimoniar, ser oída, no importa si se lo hace por primera vez o se lo ha hecho muchas veces. La reparación, algo que vuelve a estar en su lugar y no lo estaba, ocurre. Lo vivimos como parte de un camino que por momentos nos parecía imposible, no esperable, ya que la operación política de la negación daba paso al olvido. El genocidio era un episodio de particulares -nosotras- y no un proceso social, del país, de la ética y la política. Era, también, un invisible fantasma del miedo que reitera permanentemente dónde está el poder.

Sin embargo, ya no es así: la política de Estado y el trabajo incesante de los organismos de Derechos Humanos (DDHH) forjaron instituciones comprometidas con el tema. Abogadas y abogados increíbles, desde los viejos y queridos de siempre hasta los jóvenes maravillosos en su inteligencia, apuesta y osadía. Todos persistiendo en la búsqueda de verdad y justicia. También hoy el Poder Judicial ha podido escuchar y escucharnos.

Cuando una declaración termina, el público que acompaña aplaude, se cruzan abrazos interminables, alegría y un cansancio feliz por la tarea realizada. Paraná, una ciudad -la mía- como otras vuelve a despabilarse sobre lo que sucedió durante la dictadura por las noticias de los medios: que hubo torturas, robos de bebés, detenidos-desaparecidos. Aquí en la ciudad, en la clínica, a dos cuadras de tu casa, en la Facultad. Siempre parece que se comienza de nuevo.

Entonces será necesario mirar una y otra vez nuestro pasado: con miradas capaces de transformar el sufrimiento, el miedo, la denuncia, el violentar y la indignación en construcción de futuro. Mirar y mirarnos en clave de un recorrido. Somos capaces de descender al infierno en primera persona del plural cuando acusamos, pero también en esa misma persona del plural recuperarnos en la memoria viva de nuestros muertos y la dignidad de la condición humana.

Etiquetas: ,