Andes, Pampa y Patagonia

En Salta

Pía Viltes

El Carril, Salta, Argentina

Soy Pía Viltes, salteña. Fui detenida el 24 de marzo del ’76 por Gendarmería en la localidad de Embarcación. El 7 de septiembre del ’79 fui liberada. No lo podía creer por la fecha, ya que es el Día del MontoneroEn homenaje a dos jefes de la incipiente organización Montoneros, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramos, asesinados el 7 de septiembre de 1970. , ni me lo creía cuando las cumpas que estaban conmigo en celular gritaron que llegó mi libertad. Preparé mi mochila hecha de un vaquero y salí. De allí me llevaron al Escuadrón N° 601Unidad de Infanteria del Ejército argentino con base en Campo de Mayo, centro clandestino de detención durante la dictadura cívico militar. . Dormí una noche sobre mi tapadito verde, que era de Georgina Droz, fusilada en PalomitasSe conococe como masacre de Las Palomitas al asesinato ocurrido el 6 de julio de 1976 cuando 11 presos políticos, detenidos en la unidad penal de Salta, fueron sacados de la cárcel y masacrados en un supuesto enfrentamiento. con otras once compañeras y compañeros. Al día siguiente me llevaron a Devoto y de allí me dieron la libertad. Ya sabía que tenía que ir a una parroquia cercana, donde mostré cartas de mi familia como documento, y me dieron dinero y un vale para ir a almorzar. 

También me explicaron dónde tomar el colectivo para ir a Retiro. No tenía idea del valor del dinero y cuando me sirvieron comí rápido y me parecía que todo el mundo me miraba. Tomé el colectivo donde me habían indicado y llegué a la Terminal. Allí tomé el tren Mitre hacia José León Suárez, donde vivía mi hermano con su familia. Cuando llegué, mi cuñada estaba haciendo empanadas -salteñas por supuesto- y asado. Fue un encuentro muy emotivo y raro, me sentía desubicada.   

Al otro día, mi hermano consiguió pasaje en colectivo para Salta pero antes se aseguró de conseguir un papel de la Policía Federal para que pudiera viajar tranquila. Les llevó el diario donde estaban las listas, para que vieran que yo estaba en libertad. 

Llegué al fin a Salta. Mi mamá esperaba en la Terminal ¡Imagínense lo que fue! A ella se la veía con mucho miedo. De allí tomamos el colectivo a la finca donde nacimos todos los hermanos. Se llama Calvimonte, está a dos kilómetros, en un lugar que se llama Palmira. Al otro día mi mamá me dijo que teníamos que ir a Gendarmería porque un gendarme que iba a pescar en el manantial -y según ella era muy bueno- le ofreció hacerme un papel para presentarlo donde lo pidieran y lograr así que no me molestaran. Fuimos y me hizo el papel un gendarme de apellido Zabaleta. Así yo viajaba más segura.  

Lo primero que le pregunté a mamá fue sobre mi flaco, Raúl Benjamín Osores. Ella me dijo que le habían aconsejado no preguntar acerca de él. Mis hermanas y hermanos tampoco sabían nada. Desde ese momento comencé a buscarlo. Iba a traer agua de la acequia y recordaba cómo jugábamos, me parecía que iba a aparecer en cualquier momento haciéndome asustar, porque era juguetón. 

No podía viajar a Embarcación porque le habían recomendado a mi familia que no me moviera de casa. Por la cara con que me miraba mamá no me atrevía a insistir, pero tenía una persecuta porque se me hacía que mi flaco en cualquier momento llegaría desde el monte o de cualquier lado. Le pedí a mamá que fuéramos a una curandera amiga de ella, a la que iba a ver mientras estuve detenida. Iba antes de viajar a verme, porque cuando la mujer le decía que estábamos penitenciadas mamá no viajaba a Devoto.

Fui a verla y me dijo: “No lo busques, Dios sabrá qué pasó”. Me dio una desilusión y entonces fui a otro curandero que me dijo: “Él está vivo”. Casi salto de gusto y el corazón se me quería salir por la boca. Me dijo además: “En una fiesta donde habrá mucha gente él la va a ver, pero hará como que no la vio”. Como la próxima fiesta era la de Sumalao, donde se juntan miles de personas, para allá me fui. Ese día yo miraba a la gente que iba y venía, no quería que se me escapara nadie. Volví con los ojos rojos y dolor de cabeza. No encontré a mi flaco. 

Por supuesto que mi mamá y la familia no me dejaban salir y me cuidaban como billete, pero pasó un tiempo y comencé a trabajar en todo el proceso del tabaco, en los rastrojos o potreros, en la finca donde vivía mamá. De allí iba al campo con mi hermano. Después me fui a la ciudad a trabajar en quehaceres domésticos y cada mes venía a visitar a mamá y también a bailar, porque a pesar de todo habíamos salido con ganas de disfrutar. Pero en todos lados buscaba compañeros y fue muy doloroso ese tiempo: no poder hablar en nuestro idioma y no aguantar el ver llorar, mucho menos que le pegaran a alguien. Me metía a defenderlos, porque en los bailes a veces se producía algún entrevero. Pero me faltaba mi flaco.  

Sufrí muchos años, pero no me cansaba de buscarlo. Y me fui a Embarcación porque me invitaron al cumpleaños de quince años de mis sobrinas de corazón, así les digo porque son de la familia de dos compañeros que eran integrantes del sindicato y que ayudaron al flaco después de que me detuvieron. En la primera visita al pueblo buscaba cumpas y todo lo que encontraba eran explicaciones como “lo detuvieron”, “falleció” o “se fue”. Estuve con mis hermanos en los lugares donde él trabajó, en misiones indígenas, en el pueblo en que me creían muerta. Fui varias veces hasta hoy, son mi familia y me dicen “hermana” o “tía”. Su madre -que tanto me quería- falleció justo cuando yo estaba en el pueblo. 

También comencé a conectarme con compañeros de Derechos Humanos (DDHH) porque un día me llegó una citación para declarar por mi flaco y demás compañeros. Desde entonces, seguí con ellos en los juicios. En todos estos años me comuniqué con cumpas de Córdoba -como Virginia Guzmán y Olguita García- y, además, fui a La Rioja para el aniversario del asesinato del obispo Angelelli. Ahí estuve en la casa de Azucena Fuentes -la gringuita- que escribió el libro Mi Cuadernito Azul. Allí había muchos compañeros ex presos también y podíamos charlar en el mismo idioma. 

Después que pude despegar de mi mamá, porque fue muy duro para ella y no quería herirla, comencé a meterme en organizaciones. La primera fue la Agrupación de Gauchos y desfilé a caballo frente al monumento de Güemes. En ese entonces estaba el capitán Ulloa como interventor de Salta. Fue mi primer desfile. 

También organizamos la fiesta del Día del Niño, con censo por edad para poder regalarles un juguete, globos y golosinas a todos los niños hasta las últimas fincas. Para ello hicimos rifas, pedimos donaciones en los negocios del pueblo y también en la ciudad. Llegó el día y subimos las cosas en el camión de mi sobrino con ayuda de un cumpa que tenía sonido. A la mañana comenzamos con chocolate y pan dulce donado de panaderías. Este trabajo sirvió también para organizar en el pueblo un grupo de fútbol femenino. 

Trabajé fuerte en el barrio para el Día de la Madre, organizando campeonatos. Además me incorporé como secretaria a la Agrupación de Gauchos de El Carril, que es donde vivo. Ahí lo primero que hice fue formar una comisión de damas porque la fiesta se venía encima y había que dar de comer a todas las agrupaciones que participaban. Fue el mejor recibimiento para los invitados. 

Por otra parte, como quería estar con mis cumpas, me incorporé a la Asociación Lucrecia Barquet que hasta la actualidad participa de los juicios de Lesa Humanidad. Ahora, por la pandemia, solo asistimos en forma virtual.  

Diez años después de salir de la cárcel me casé y tengo una hija que se llama María Pía y una nieta de cinco años, Mora. Trabajé en el hospital del pueblo hasta jubilarme. Me gusta mucho vivir en el campo. Mis cumpas quieren que escriba un libro porque dicen que no puedo dejar en el olvido mi militancia. Veré si me animo alguna vez.  

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