Alicia Schiavoni
Córdoba, Córdoba, Argentina
Nací en un pueblo de Entre Ríos, Rosario del Tala. Allí crecí y aprendí a convivir con esas castas que hacían de la desigualdad un modo de vida: la Iglesia y el Ejército convivían con mi gente, dejando una impronta cultural muy fuerte.
Digo esto y lo aclaro pues desde allí vengo y desde allí construí mi identidad, oponiéndome a esa forma ya establecida y “normal” y optando por la Justicia y la Verdad que fueron los pilares que se anteponían a esa hipocresía.
La justicia como la entendía cuando joven: “Que nadie quede excluido” de esa comunidad que era mi pueblo. La verdad de cómo mirar la vida, encontrar vínculos y honrar valores, camino que fue un hilo conductor a la militancia de mis años juveniles, mi llegada a Córdoba para estudiar.
Fui detenida en la ciudad de Córdoba. Pasé por la cárcel San Martín, Córdoba y la cárcel de Villa Devoto, Buenos Aires.
Libertad vigilada en enero 1982.Después de seis años de cárcel comencé a integrarme a la vida en esa sociedad golpeada y dolorida por tanta crueldad como fue el genocidio con 30.000 desaparecidos y miles de presos en cárceles del país y campos de concentración. Con todas las dificultades, en una sociedad donde los miedos atravesaban los entramados de vínculos familiares, amistades y vecinos, de esos que vivieron cercanos compartiendo las rutinas del barrio. Me integré a trabajar en mi profesión como fisioterapeuta. Después de dos años, me fui a México como refugiada.
Luego de todo este ir y venir, propio de una inestabilidad, mi único pensamiento y deseo era encontrar un lugar donde poder recomenzar una vida dentro de los parámetros medianamente saludables. México, después Italia y así inicié el exilio, que como un puente imaginario comencé a transitar.
Exilio, palabra que conocí en mi propio cuerpo y alma cuando dejé mi país para radicarme en otro, como repatriada por ser ciudadana italiana, país desconocido, lejano y con códigos de convivencia diferentes que curiosamente fueron integrando mi rutina y mis saberes cotidianos, del vivir y de cómo ejercía mi profesión como fisioterapeuta, ¡claro! Una experiencia que fue vivida en esos dos andariveles: por un lado, lo que fueron mis deseos profesionales frente a esa elección como carrera y ¡en mi país!; por el otro, en Italia, no encontré un lugar donde desarrollarme y crecer profesionalmente en los primeros años de ese exilio no deseado.
Todo se iba armando como un rompecabezas, poniendo y sacando piezas, mirándome al espejo como “Alicia en el País de las maravillas”: entrar en esas grietas que solo yo observaba y mirar por esa hendija y danzarle a la vida.
Además, sentir las diferencias, esas que me parecían tan alejadas de mis pequeños hábitos -el mate, el dulce de leche, el folklore y mi informalidad- y que fueron enredándose en mi cuerpo así como el «musguito en la piedra» y comenzaron a ser parte de mí. Esto sin perder mi identidad argentina, entrerriana. Esos nuevos espacios fueron dando vida a mi vida y hoy, después de todos esos años, Italia es mi segunda patria.
Con ese espíritu enriquecido y esa energía movilizadora, en ese país que comenzaba a ser el mío, me aboqué a la búsqueda de la verdad sobre el asesinato de mi hermano Eduardo, que ocurrió en la cárcel de Caseros en 1980. Además, participé de la Asociación Italia-Argentina, la Asociación Candelaria de Mujeres Inmigradas, Mujeres del Mundo y fui voluntaria de Médicos sin Fronteras Roma.
Los primeros pasos de esa búsqueda fueron dirigirme a la Cruz Roja italiana y de allí a la internacional con sede en Ginebra. El compañero David Andermansten colaboró con su tiempo, dedicación, compromiso ¡y su archivo! con esta investigación. Fueron momentos inolvidables en su casa de Ginebra, donde vive.
Después de tantos vaivenes me llegó ese sobre blanco por correo de la Cruz Roja Internacional. Información tan esperada sobre mi hermano Eduardo de sus momentos tan difíciles del encierro carcelario. Con todo esto ya en mis manos, material importante para proponerme como querellante, inicié otro camino: intentar hacer el juicio en Italia sobre su asesinato. Pero no fue posible.
Hermano, todo estaba empapado de recuerdos, de tu existencia... De repente la sonrisa serena del despido... Tu cuerpo frágil se desintegró en la soledad de tu celda se llevó tu bondad tu esfuerzo tus esperanzas... ¡Qué pasó! Escribieron en el diario tu nombre los de otros... explicando que tu “suicidio“ y el de los otros compañeros era la respuesta al fracaso de la organización y tantas otras cosas más, que no vale pena mencionar... Hermano, la rabia me cruje los dientes decisión empujada por la crueldad miserable de quienes disponían de tu tiempo, de tu soledad administradores prepotentes de tus emociones de tu oscuridad dejaste en mí una luz de creencias de fuerzas contrapuestas que empujan la coherencia de mis actos, de mis sentimientos... El vacío de tu ausencia me acompaña me adolora mucho tiempo me costó encontrar mi equilibrio con la muerte porque hoy entiendo que es solo un pasaje, una transformación... Tu energía la siento dentro de mí me guía... encuentro tus mensajes en otra dimensión... aparecen así como un soplo, rompiendo el dolor de la ausencia y dándome la alegría de tu existir... Quisiera explicarte que hoy puedo reírme como lo hacíamos cuando éramos niños quisiera contarte que soy la misma de siempre… que en este pasaje mío por acá he sacado, he puesto, he remendado he caído en profundos pozos de agua helada... decirte también que tengo miedos, que puedo manejar y que algo de coraje me queda todavía de vez en cuando rompo este silencio metiéndome en la profundidad del misterio… Así, estoy contigo y tu presencia.
Con este sentimiento comencé el camino, ese donde se mezclaban la historia de mi abuelo Luigi Schiavoni, italiano, inmigrante, que tomó la decisión de dejar su país en 1886 y llegar a Argentina acosado por el hambre; y la historia de mi hermano Eduardo, encarcelado y asesinado por su entrega, su lucha por una sociedad más justa, equitativa y sin hambre.
En ese péndulo donde esas dos historias unían generaciones lejanas, de vida y de territorios, decidí que Potenza Picena, pueblito de Italia donde nació mi abuelo, fuese el lugar para el reconocimiento y homenaje a mi hermano Eduardo José Schiavoni, detenido en octubre de 1973. Asesinado en julio de 1980, en la cárcel de Caseros, Buenos Aires. Eduardo, Lalo, el Pelado.
Toda esa energía fue uniendo ideas y consolidando un intercambio con las autoridades hasta llegar al evento: la entrega de un pergamino reconociendo a Eduardo como hijo de Potenza Picena y simbolizando la hermandad entre Italia y Argentina. Ese evento fue posible gracias a la dedicación, compromiso y sensibilidad del síndico Sergio Paulucci ¡Mi hermano Eduardo, hijo de este pueblo!
Compartieron y colaboraron los compañeros Walter y Roberto Calamita, la Embajada Argentina y Carolina Di Monte, actriz e hija de Piero Di Monte -testigo sobreviviente del juicio de La Perla, Córdoba-, que representó con un monólogo la “Realidad sin vida” de los campos de concentración.
La Asociación de Hijos de Italia estuvo presente con las palabras MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA. Palabras que en cada uno de los asistentes seguramente abrieron corazones en nosotros, por tantas ausencias, y en ellos, los italianos, recordado su propia tragedia de guerra y hambre. Así se sintió en ese espacio lleno de niños de las escuelas de los alrededores, maestros y el vecindario.
Quiero decir que esta síntesis, así contada, encierra un trabajo político muy intenso, de muchos meses, junto con mis queridas hermanas de la vida Adela Gutiérrez y Gladys Baratce. Sin ellas no hubiese sido posible, sobre todo en el acompañamiento, coordinación y la contención con el amor puesto en nuestra hermandad.
Ese evento fue muy importante porque pude, personalmente, sentir que la ausencia de Lalo se transformó en algo tangible, así como una luz que iluminaba esta unión, fortaleciendo lazos dormidos. Además, hoy ampliando conciencias, compartiendo historias pasadas y presentes -las de ellos y las nuestras-, su nombre y los de tantos otros compañeros que quedaron allí grabados en cada ángulo de ese pueblo, recordándolos, pidiendo justicia y por un ¡NUNCA MÁS!
Las palabras DEMOCRACIA, NUNCA MÁS, CÁRCELES, CAMPOS DE CONCENTRACIÓN, MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA sonaron y repicaron con fuerza como repican nuestros tambores en las calles argentinas.
¡Emoción!, por tanto compromiso y amor entre nuestros pueblos, con la sabiduría de que las fronteras solo son líneas imaginarias.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS, EXILIO