Ángela Beaufays Herrero
Bruselas, Bélgica
Hoy, en Bruselas, contestando preguntas a un estudiante universitario que realiza su tesis de estudios sobre la represión en Argentina, la cárcel y el exilio. Sí, en pleno territorio de la memoria. Espacio suspendido en el tiempo al que recurrimos para alimentar, después de más de cuarenta años, nuestro testimonio.
En 1981 llegué a Bélgica junto con mis hijas. Tras sobrevivir a tres traslados (Mendoza-Devoto, Devoto-Mendoza, Mendoza-Devoto) y a un consejo de guerra (no quiero ponerlo en mayúscula) había salido en libertad. Y ahora sigo aquí, en exilio, viviendo entre dos aguas: con una hija y una nieta acá, y mi otra hija, en Argentina.
La libertad fue asumir todo lo que transcurrió durante nuestro encierro sin que pudiéramos intervenir: los hijos, los padres, los hermanos que también estuvieron presos pero de otra manera. Aún perduran las secuelas.
Desde nuestra llegada, nos incluimos en el espacio del exilio. Hubo difusión, denuncias, solidaridad y nuevos vínculos afectivos generados por una familia temporaria. Eso permitía sobrevivir y luego volver o integrarnos al país de acogida ¿Familia temporaria? No estoy tan segura de eso. Esta etapa fue reflejada en nuestro libro “Historias de Exilio”.
Durante el tiempo de compilación y elaboración del libro descubrimos que todo lo compartido está en un rincón de la memoria y que se atiza ni bien nos encontramos. Como con las compañeras de cárcel, estos afectos no son temporarios, nos constituyen, están en nuestras mochilas. Y el tiempo pasó trabajando y descubriendo patrias grandes, compartiendo con chilenos, uruguayos, guatemaltecos, salvadoreños, colombianos, kurdos, ruandeses y sirios. Este exilio que ya no es, pero sigue siendo.
Así vivo en este país que me permitió ejercer mi libertad. Me licencié en Ciencias Políticas, Económicas y Sociales y trabajo en la difusión de problemas vinculados con los Derechos Humanos (DDHH). También en difusión cultural a través de la danza y el teatro, en la alfabetización y el apoyo escolar a mujeres y niños migrantes.
Además, participo de la lucha por la preservación y creación de espacios verdes en la ciudad a través de huertas colectivas y en la recuperación de alimentos que son descaradamente tirados a la basura mientras los candidatos a refugiados deambulan por la ciudad con el estómago apretado de miedo, de hambre y de frío.
En toda esta actividad, a veces febril y disparatada, está siempre presente el espíritu de nuestra solidaridad de presas. En esta época de encierro en pandemia extraño el mate alrededor del calentador, las lecturas compartidas, el teatro clandestino y todas las estrategias de resistencia que se me presentan cuando aflojo.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS, EXILIO