Bonaerenses

Felicidad

María Eva Romero

Quilmes, Buenos Aires, Argentina

Soy María Eva Romero. Soy de Posadas, Misiones, tengo sesenta y siete años y estuve detenida en mi ciudad casi dos. Después me llevaron a la cárcel de Villa Devoto con todas las compañeras.

Salí en libertad el 24 de diciembre de 1979. Lo más chistoso es que me querían traer en el camioncito de los militares y yo no quise. Decí que justo vino el papá de una de las compañeras y pude viajar con ella desde Chaco -estaba allí porque nos hicieron Consejo de Guerra en Resistencia- hasta Posadas. 

Durante todo el trayecto el papá iba retando a mi compañera y no pudimos fumar un solo cigarrillo ¡una desesperación total! Llegué a las seis de la tarde más o menos a mi casa, no encontré a nadie de mi familia, justo un 24 de diciembre. Tuve que ir a la casa de mi hermana, me llevó mi vecino.

Después de eso empecé a buscar trabajo, lo conseguí en un supermercado y tenía ahí, todos los días, a un médico torturador que me iba a visitar, iba a comprar: un picadillo, un paté de foie, como para decirme: “Acá estoy, no te hagas la viva”. Me seguían. Estaba con mi mamá y mis hermanas, en mi casa. Finalmente, viajé para Buenos Aires porque ya no soportaba más esa situación. 

Cuando caminaba por las calles de Buenos Aires, Capital Federal, miraba a todas las chicas que pasaban al lado mío para ver si conocía a alguien, alguna persona conocida, alguna compañera… y no conocía a nadie, a nadie, a nadie…

Luego empecé a trabajar, conocí a mi pareja y, después de cuatro o cinco años, tuve a mis hijos: dos mujeres y un varón.

Después de un tiempo vine a vivir a Quilmes, allí fue cuando conocí a Graciela, en una guardería donde llevábamos a nuestras hijitas. Nos encontramos ¡Por fin una compañera! Hasta ahora es mi amiga querida.

No encontré cabida en ningún lado para hacer algo políticamente, hasta que mi hermana me trasmitió una ley, que es la ley de causa y efecto, la ley mística del budismo que es para transformar tu vida. La estaba pasando muy mal, estaba sola criando mis hijos, alquilaba, me había quedado sin empleo y empecé a trabajar en casas de familia, con muchos sufrimientos.

De ahí en adelante practiqué el budismo Nichiren Paihonin, que es lo que me fortaleció y me ayudó a cambiar mi vida. Porque tenía mucho odio, mucho odio hacia todo, por todo lo que había pasado. Encontré una continuidad entre mi pensamiento peronista y la filosofía budista que incluye la justicia, la felicidad, la armonía, el bienestar y la paz para todas las personas.

Hoy sigo practicando y trasmitiendo la ley mística, el Nam-myojo-renge-kyo por la felicidad, la paz y la armonía de todas las familias. Lo logré, lo logré, mis hijos están grandes, trabajando. Yo bien, solamente que de un ojo no veo y del otro tengo cuatro de visión, tengo glaucoma. Nunca supe que tenía glaucoma porque estando en Devoto nunca vi un oculista y es una enfermedad que avanza.

Hoy en mi vida estoy bien, tranquila, siempre luchando para que la gente pueda lograr la felicidad en su familia, con sus hijos y cambiar la situación en la que está.

El budismo que practico es de la Soka Gakkai, una Organización No Gubernamental (ONG) mundial de creyentes budistas para el desarrollo de tareas en el campo de la paz, la educación y la cultura. El lema de este año para todos los argentinos es “Esperanza, Victoria y Felicidad”. No dejo de tener mi corazón peronista, apostando por Néstor, Cristina y Alberto, orando para que puedan iluminarse y tomar las decisiones correctas para nuestro pueblo.

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