Mabel Irene Fernández
Goya, Corrientes, Argentina
Cuando presentamos el Tomo II de Historias Chiquitas que Cuentan la Historia Grande, la hija de Juan Carlos, que nos acompañaba en la mesa, tomó el micrófono, nos miró y, después de unos segundos, dijo: “Quiero contarles algo que quizá suene tenebroso, pero así sucedió”. Y contó que luego de la identificación de los restos de su papá, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los convocó y les preguntó si antes de la restitución querían ver armado el esqueleto del padre. Las hijas mayores inmediatamente dijeron que no. Pero los menores, que eran muy pequeños la última vez que lo vieron con vida, dijeron un rotundo “sí”. Entonces, comprendieron que era necesario, porque las más grandes tenían interiorizada la estructura, la imagen, la altura del padre; pero los más chicos, no. Entonces, así lo hicieron.
Luego, vivieron el traslado de los restos, el entierro, el juicio y la condena a los responsables de su muerte. Pero sentían que no bastaba. Y, cuando en la presentación de este libro escucharon y leyeron los testimonios de amigos y compañeros, contando no solo la faceta militante sino la cotidiana, la que les permitía identificarse como hijos, sintieron dolor porque debieron enfrentar la tristeza de lo que se perdieron. Sin embargo, también sintieron ternura, porque pudieron completar muchos espacios que parecían vacíos, como deshabitados, espacios del padre, de la familia.
Los recuerdos de los demás, las memorias de otros, le dieron la carnadura que como hijos necesitaban. Sabían que todo esto valía la pena, no tenían dudas de que era la mejor forma de despedirlo, de decirle adiós y de cerrar el duelo.
Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, DERECHOS HUMANOS