Entre sierras valles y ríos

Ilusiones y desilusiones

Nidia Giacumino

El Durazno, Córdoba, Argentina

Fui presa política entre abril de 1977 y el 3 de diciembre de 1983. Tenía 19 años, hacía dos meses que me había casado y no sabía que estaba embarazada. Me detuvieron junto con mi marido y nos llevaron al centro clandestino La Perla. Luego nos trasladaron al campo de La Ribera y a la cárcel de San Martin, en Córdoba. Después me llevaron a Villa Devoto y, finalmente, a Ezeiza. Algo ya se escribió sobre esos años. Agradecía estar viva mientras estaba en la cárcel, el deseo de todas era estar en libertad y saludables. Anhelaba estar con mi compañero y mi hijo, que nació en enero de 1978 y que, amorosamente, criaron mis padres. Los años siguientes, luego de recuperar la libertad, fueron extremadamente duros: los conflictos estaban en el día a día, la pelea entre mi pareja y mis padres y la búsqueda de trabajo en una sociedad donde me sentía extraña. 

Y con un hijo amado pero para el cual éramos dos extraños. Me llevó mucho tiempo darme cuenta y poder hablar de eso. Pasaron cerca de treinta años para que pudiera empezar a sanar tanto dolor. A los dos meses de salir quedé embarazada. Y cinco años después me separé. Nadie pudo darse cuenta de la enfermedad mental de mi marido, lo veíamos como una depresión que nos sumergía en un pozo profundo. Un día sentí que nos íbamos a morir si continuábamos juntos. Crié a mis hijos sola desde todo punto de vista: económico y afectivo.

La vida me fue poniendo personas que en cada etapa me ayudaron muchísimo. Recuerdo un encuentro que se hizo en Buenos Aires, por la presentación del libro Nosotras presas políticas, al otro día fui a comer con varias compañeras y compartimos cómo había sido el reencuentro con la familia, los hijos y las parejas. Llegamos a la conclusión que la cárcel fue durísima, si. Pero los años que siguieron también. No estábamos preparadas para el después, ni la familia, ni la sociedad y nosotras menos.

Por una de mis hermanas me acerqué al yoga, por un amigo a la ecología y fui descubriendo nuevos mundos. Me di cuenta que no bastaba con un cambio político, fue común ver como conocidos que habían estado presos y pasado por mucho dolor al asumir un puesto de poder se transformaban. Y sí, todos tenemos nuestra cuota de poder: con los hijos, en el trabajo, en cada situación de nuestra vida. ¿Cómo manejar ese poder?

Trabajé mucho, muchísimo hasta tener mi propio emprendimiento: un restaurante vegetariano que sostuve durante veintitrés años. Fue un espacio que me proporcionó mucha formación, me permitió costear los estudios universitarios de mi hija y, fundamentalmente, superar muchos miedos. Por ahí pasó gente maravillosa, varios artistas, y cimenté amistades para el resto de la vida.

Siempre me pregunto ¿cuál es mi aporte a este mundo? Veo un mundo con mucha desigualdad y la codicia de unos pocos. No hay una receta ni cambio posible si no pasa por nuestra conciencia. Y ahí está nuestra comodidad. Hace años comencé a leer las investigaciones sobre los efectos en nuestro cuerpo de los diferentes alimentos que comúnmente se consumen. Y es un círculo perfecto: te embotás, te enfermás, comprás remedios y dedicás tu vida y tu dinero a enriquecer a unos pocos. 

Me contacté con un grupo muy grande de compra de alimentos orgánicos, una maravillosa red que va creciendo y de la cual participan más de cien pueblos de Córdoba y otras provincias. Es un ejemplo concreto de que con organización y esfuerzo se puede. Compramos dos veces al año directamente a pequeños productores, la mayoría alimentos no perecederos, a un precio más barato o igual que el de un mayorista. Esto es posible gracias al inmenso trabajo de dos mujeres y un grupo de apoyo.

En 2014 me vine a vivir a las sierras. Fue como nacer de nuevo. La experiencia de estar en contacto cotidianamente con la naturaleza me cambió la vida. El día a día es exigente y placentero. No podés distraerte cuando caminás porque es pura piedra, podés doblarte el pie o pisar una víbora o que te pique un escorpión en verano. No hay agua potable ni gas natural: traemos el agua de un arroyo y la calefacción es a leña.

Todo es muy intenso. Me di cuenta,  por primera vez en mi vida, que los recuerdos dolorosos se despedían de mi mente. Encontré por la zona mucha gente joven con la que formamos un grupo de compra de productos orgánicos, verduras y frutas. En tanto otro fomenta la huerta propia y comparte saberes. Durante dos años compartí con estudiantes secundarios algo de la experiencia de mi prisión durante la dictadura. Conocí realidades muy duras de abusos, drogas, carencias y poco espacio donde hablar o compartir situaciones traumáticas.

Y varios trabajamos un proyecto de reforestación para la cuenca del lago San Roque, en conexión con la Facultad de Agronomía.

En lo personal hice terapia muchísimos años. Agradezco haber encontrado a una terapeuta muy especial que aborda situaciones traumáticas desde una mirada muy integral y con la cual sostengo el vínculo.

Creo que la codicia desmedida y el sistema capitalista y patriarcal tienen un punto fuerte y, a la vez, débil: el consumo. Por lo que siempre me pregunto: ¿A quién le compro? ¿A quién le doy mi dinero, fruto de mi trabajo y horas de vida? ¿Qué consecuencia tiene cada cosa que hago?

La mejor respuesta que voy encontrando a estos interrogantes es que la suma de muchas voluntades logra cosas que parecen imposibles. De eso estoy convencida.

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