Navegando el Paraná

Irma Albelo, noventa y tres años

Dalia Elisa Canteloro

Corrientes, Corrientes, Argentina

Nosotras en Libertad es el entramado de muchas pequeñas y grandes historias que merecen ser contadas por sus propias protagonistas. Pero en el caso de Irma Albelo no es posible, porque con sus noventa y tres años le es muy difícil -y hasta doloroso- recordar para contarnos lo que le tocó vivir. Yo, Dalia Canteloro, su hija mayor, me atrevo a contar en su nombre porque es la panza peronista que me dio la vida y de quien mamé mucho peronismo de primera mano, igual que Gloria -Osito- mi hermana.

Irma fue detenida el 14 de setiembre de 1976, casi un año después que sus hijas. En Villa Devoto estuvo en el primer piso de planta 6, pabellón 30. Convivimos las tres en el 3° piso de celulares, celda 84. A mi me dieron la opción para salir del país en agosto de 1977 y a Gloria se la otorgaron en noviembre del ’78. Irma recién pudo recobrar su libertad el 24 de diciembre de 1978.

En lo único que pensaba Irma era en estar con sus hijas, que vivían en Madrid. Hacia allí viajó casi de inmediato, con cincuenta años y dejando toda su vida en Rosario, porque no le importaba nada más.

Durante su exilio Irma se ocupó de cuidar a sus nietos Pablo y Amanda, ambos nacidos en Madrid, y a los niños de otras compañeras que, como sus hijas, viajaron a El Líbano para realizar el entrenamiento a fin de integrar las Tropas Especiales de Agitación (TEA) y las Tropas Especiales de Infantería (TEI) en el marco de la contraofensiva de Montoneros en el año 1979.

Vivió el dolor de perder a su nieto Mariano estando en la cárcel y el temor de perder a sus hijas cuando volvieron clandestinas a la Argentina. Pero siempre estuvo presente, apoyándolas como mejor podía. Ella y Gloria quedaron a cargo durante varios años de la Casa del Movimiento Montonero de Madrid, situada en Puerta de Hierro. Allí conoció, y la conocieron, muchos compañeros y compañeras de la organización a quienes siempre trató como si fueran sus propios hijos.

Volvió a la Argentina en 1984, a su vieja casa de Rosario, en el barrio Arroyito, donde siguió apoyando a sus hijas, nietas y nietos. Trabajó como empleada doméstica y dama de compañía, fue presidenta de un centro de jubilados durante muchos años, hizo teatro y leyó mucho. Todavía lee el diario Página/12.

Dio su testimonio en el juicio Feced I realizado en Rosario, que le hizo revivir su paso por El Pozo de la Alcaidía de esa ciudad donde fue torturada y le hicieron escuchar la tortura a los compañeros de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

Jamás dejó de votar al peronismo, jamás renunció a sus ideales de luchar por una patria justa, libre y soberana. Fue y es una combatiente de la vida, de carácter fuerte, impulsiva, con el corazón generoso de quien ha vivido una existencia intensa, de sólido compromiso militante, como tantas mujeres de su generación que siempre pensaron también que “la Patria es el otro” y que nunca claudicaron a pesar de todo el horror que les tocó padecer.

Mi eterno homenaje a mi madre.

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