Liliana Ortiz
CABA, Argentina
Se abrió el portón y, empujándolo con mis hermanas, llevamos hasta la calle el coche que había quedado varado desde la muerte de mi papá, un año atrás. Era un Ford Customline -así decía un aplique que tenía- y para la época era bastante nuevo. Este hecho significó un paso importante para nosotras en este camino de crecer en los años ’60 y ’70. Graciela, con audacia, lo puso en marcha como pudo: con su altura llegaba justo para manejarlo. A los tumbos, empezamos a dar vuelta a la manzana una y otra vez para poder aprender a estacionar. Mientras, en ese recorrido, ensayábamos jugar al carnaval tirando baldazos y globitos con agua que transportábamos en la parte de atrás. Asombrábamos a lxs vecinxs.
Lo habíamos bautizado la Ballena Azul, así le decían lxs compañerxs que ya en esa época frecuentaban mi casa para hablar de sueños, de política, de revolución, de peronismo, de socialismo, de la liberación de la mujer, de las pastillas anticonceptivas, de los Beatles, Joan Báez, Mercedes Sosa, el Che, el Cordobazo, de Ho Chi Min(1890-1969). Líder revolucionario vietnamita que fundó el Partido Comunista de Vietnam. Fue presidente desde 1951 hasta su muerte. y MaoMao Tse Tung (1893-1976). Máximo dirigente del Partido Comunista de China y fundador de la República Popular China. Impulsó la reforma agraria y la revolución cultural., de la lucha armada, la vuelta de Perón, del qué hacerEs un tratado político escrito por Vladímir Lenin (1870-1924) entre finales de 1901 y principios de 1902. Lenin presenta propuestas sobre la organización y la estrategia que debe seguir un partido revolucionario. y tanto… Tanto que nuestros días eran una mezcla de adolescentes, militantes, revolucionarios, de cambios de arriba para abajo o de abajo para arriba. Peleas y sonrisas de casamientos a las apuradas y sin más ceremonias que los brindis entre amigos, la maternidad, la no maternidad. La lucha. En la Ballena Azul, transportábamos sueños.
Volví a casa a ver ese portón casi diez años después. Ingresaba sola en mi soledad, apenas meses de estar cumpliendo la “libertad condicional” con la fuerza amasada en los años de cautiverio y de resistencia colectiva. La Ballena Azul ya no estaba detrás de ese portón. Solo quedaron recuerdos y vestigios de los tiempos duros que vivimos, la casa me lo decía.
No encontré a nadie de mi familia: muertos mi padre y mi madre y mis hermanas vigiladas, exiliadas y refugiadas en lugares distintos y ajenos. Sí encontré una puerta tapiada con maderas que la cruzaban después del atropello de las fuerzas represivas cuando ingresaron a buscarnos. Por los ventanales, con sus vidrios rotos, se colaba el paso de los años de intemperie y soledad en las que habían quedado nuestras historias.
No encontré materialidad mía, solo mis recuerdos de los que no estaban. No estaban por más que buscara en los distintos rincones -ni en el fondo ni en la cocina- donde tampoco se hallaba mi madre.
Seguí recorriendo la vieja casa de la infancia con ese portón que abrimos y cerramos. Era grande y tenía un altillo donde había una habitación que supo ser el refugio de un montonero. No lo sabía. Lo entendí al encontrarme con Carlos, el Negrito. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo había visto y me di cuenta lo que estaba ocurriendo. Ese altillo, ese recóndito lugar fue y era el refugio donde él había vivido los años oscuros de la dictadura. Se lo había habilitado mi cuñado de ese entonces, que tenía muy en claro que a un compañero no se lo abandona y, si hay que transgredir y arriesgar, se hace. El Negrito resistió en Bahía Blanca, ciudad que al represor Acdel Vilas le gustaba recorrer buscando colaboración para la entrega de quienes llamaban sospechosos. Él se reinventó en ese cuadrículo que pudo armar con lo poco que quedaba de mi casa.
El adentro, en la cárcel; el afuera, un continuo. “Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad. La única irreal es la reja”, dijo Paco Urondo(1930-1976). Francisco Paco Urondo. Escritor, poeta, guionista, periodista y militante político de la organización Montoneros. Fue asesinado en una emboscada por fuerzas conjuntas de la policía y el Ejército en Mendoza..
Cada pieza conservada era una parte de lo que había sido y de lo que tenía en mis recuerdos desde aquel día de la salida de la Ballena Azul. Aquella casa de la infancia me mostraba los lugares sin heladera, mesas, sillas, cuadros, camas, ropas, fotos, mochilas, herramientas, libros. Lugares vacíos de toda materialidad. Vacíos de los seres amados, puro despojo, pero llenos de recuerdos que hasta hoy llevo y que me ayudaron a rearmarme en un nuevo camino, paso a paso, de nuevo a nuevo.
Construyéndome en nueva familia, amigxs, compañerxs, muchas nuevas luchas, otros desafíos para, en definitiva, seguir siendo aquella persona que en uno de esos días de los años ’70 se convenció de que la vida es lucha de los pueblos y es lucha sin fin hasta la victoria siempre. Celebro la vida.
Recién llegada a Buenos Aires, desde Bahía Blanca, comencé a trabajar en el barrio Villa IAPI, frente al Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, en Monte Chingolo. Verlo, mientras recorría el camino General Belgrano, me impactaba cada día por su imponencia. Pensaba en aquellos días finales de 1975, el intento de copamiento del destacamento militar y la masacre de militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)… Más de cien compañeros.
Caminaba por la única calle asfaltada, los Andes, hacia adentro, para encontrarme con un grupo de mujeres que ya estaban organizadas y que habían sabido enfrentar los años dictatoriales más difíciles en los que además de reprimir hambrearon al pueblo. Este universo de mujeres lo conformaban madres, amas de casa, adolescentes, niñas y niños que se organizaban -en forma precaria- muy solidariamente para armar la olla. Cocinaban por turnos para las familias que participaban en una cooperativa de hecho.
Aún no habían podido concluir los largos y engorrosos trámites obligatorios para conseguir un status legal y, de esta manera, ampliar su horizonte de lucha con otras cooperativas a fin de conseguir mejoras en sus condiciones de vida. Nos juntábamos en una casa que Adolfo Pérez EsquivelAdolfo Pérez Esquivel ( 1931) es un activista, escultor y pintor argentino Premio Nobel de la Paz en 1980, destacado como defensor de los derechos humanos y del derecho de libre autodeterminación de los pueblos, defensor de la resistencia proponente de la teología de la liberación. les había prestado después del otorgamiento del Premio Nobel.
Realizábamos distintos talleres, entre ellos el de educación sexual. No hablábamos de orientación de género pero a la luz de los hechos estaba claro que tenían un contenido feminista, como desde siempre, tuvieron las luchas de las mujeres que se organizaron en torno a múltiples demandas. Por las mañanas, dos veces por semana, llegábamos con mi compañera de trabajo, Zulema, ginecóloga y militante radical. Con ella convertíamos la única sala -que en otros momentos era lugar de la comida- en un sitio de clase con su pizarrón. Por las tardes, se desarrollaba allí el apoyo escolar.
Alrededor de una única gran mesa rectangular se iban acomodando las vecinas que llegaban. Previamente, se ponían elegantes, según decían. Se sacaban las zapatillas y se colocaban tacos altos -algunos eran los de punta fina-, se peinaban de otra manera y algunas aprovechaban para limar sus uñas y cuidar sus manos con cremas que Ana les aportaba. Una vez acomodadas comenzaba la charla, usábamos cartulinas con los dibujos del cuerpo humano con los genitales bien marcados. Conjuntamente íbamos nombrando en voz alta las distintas partes del cuerpo, lo que causaba revuelo, timidez y silencios, pero nunca quejas sobre lo que hablábamos. Hasta que en un momento, Zulema sacaba un espejito de su cartuchera y una palangana que habíamos comprado para que cada una -en la intimidad del baño- observara su cuerpo y en cuclillas colocaran sobre la palangana el espejo para mirar lo que no podían nombrar, lo que callaban, su vulva, la vagina. Este acontecimiento, lejos de ser una simple mirada, se transformó en la posibilidad de quererse y respetarse en esa intimidad que, en ocasiones, solían sentir ultrajada. Este disparador para romper los silencios a los que se sentían obligadas por temor o prejuicios, abrió ventanas por donde hablar de otras cosas: de deseos que muchas veces no tenían. Nada que ver con lo que a mí me ocurría y, sin lugar a dudas, algo que me acercó a sus realidades.
Este trabajo como educadora popular me enseñó más de lo imaginable, tanto que muchas veces no he encontrado palabras para expresarlo. Hasta el día de hoy sigue marcando mi andar. Siempre recuerdo a Ana, la catequista de las comunidades eclesiales de base, líder natural. Madre joven, abuela joven y activista joven.
Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, GÉNERO