Martha Álvarez
Corrientes, Corrientes, Argentina
Me detuvieron en septiembre del ’76 y salí en libertad el 14 de enero del ’78. Me avisaron cuando estábamos encerradas en las celdas, con luz baja. Se escucharon ruidos de llaves abriendo las rejas, tacones de las guardias, luces que se encendieron y escuché mi nombre gritado en el pasillo: “¡Martha Angélica Álvarez, traslado con efectos, tiene 10 minutos para prepararse!”. En todo el pabellón empezó el alboroto. “¡Es la libertad compañera!”, me decían. No salía de mi asombro, no atinaba a nada. Se escuchaban gritos de saludos, buenos deseos y me quedó atragantado el saludo de despedida que no pude decir, porque la guardia que me llevaba me dijo: “Si contesta, le suspendo la visita a todo el pabellón”. Y me callé.
Me llevaron a la CoordinaciónCentro clandestino de detención ubicado en la Capital Federal argentina que desde 1974 y sobre todo a partir del golpe cívico militar de 1976 fue uno de los más activos. de la Policía Federal, me pusieron en una celda y le pregunté al que parecía el jefe: “¿Cuándo sale el avión?” Me respondió: “¿Qué avión?, mañana a las 12 queda libre”. Llegó el día y salí en libertad. Sabía la dirección de unos tíos, entonces empecé a preguntar y me explicaron que no quedaba lejos. Llegué al departamento y me dijeron que la familia estaba veraneando en Villa Gesell.
Hago un paréntesis para contarles un poco de mi vida. Soy cordobesa, me casé con un correntino y fui a vivir a Corrientes. Mi compañero era médico y yo soy psicóloga. Tuvimos cuatro hijas. A él lo detuvieron en marzo, unos días antes del golpe militar, y a mí, en septiembre, en el segundo allanamiento. Mis hijas, en ese momento tenían seis años Mariana, cinco años Julieta, cuatro años Valentina, y once meses Luciana. Cuando me detuvieron y me pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) tomé noción de que no me iban a liberar, que estaba incomunicada y que mis nenas estaban solas con mi madre, que había llegado justo un día antes de mi detención ¿Qué iba a ser de mis hijas? Mi padre propuso: “Yo quiero a las cuatro o a ninguna. A las chicas no se las puede separar”. Entonces, se fueron a Alta Gracia.
Vuelvo al momento en que quedé en libertad: sola en Buenos Aires y los tíos no estaban. Sin un peso. Vi un cartel que decía “Compro Oro” y vendí mi alianza. Recordé que a una compañera de celda y de militancia, Silvia Martínez, la estaba visitando su hermana. El dinero que recibí no me alcanzaba para sacar los pasajes a Córdoba así que tomé un taxi y fui a Devoto.
Vi una larga cola de familiares y empecé a preguntar por Gloria de Corrientes, nadie la había visto. Tenía mucha hambre y me fui al bar. Volví varias veces a la cola pero Gloria no venía. Una de las señoras me preguntó para qué la quería encontrar y le expliqué, generándose un bullicio que no olvidaré.
Todos querían saber si conocía a sus hijas, que les contara cómo estábamos adentro, si no tenía miedo de estar ahí y me tocaban para que les diera suerte. Un señor me sacó del tumulto y me acompañó al bar, donde tenía mi valija, y le pidió al dueño el teléfono. Pude hablar con los amigos de mis padres y, con gran alegría, me dijeron que ellos vendrían a buscarme. Mientras, este buen señor recorría la cola de familiares pidiendo colaboración: el montoncito de plata crecía sobre la mesa del bar y él me decía “un poquito más, no está demás”.
Recién esa noche me permití pensar ¿Qué voy hacer? ¿Cómo reconstruyo la familia? ¿Cómo restablezco los lazos? ¿Cómo será el reencuentro con mis hijas y con el papá? Estaba en un momento del país en el que todavía desaparecía gente, ¿vivir solas con mis hijas era ponerlas en peligro? ¿Cómo iba a mantenerlas? Los trabajos estables que tenía se habían cancelado después del golpe militar. Era docente en la Universidad y en un Profesorado católico. Solo me quedaba el consultorio. Esta vez tendría que ser sin supervisiones en Buenos Aires y con la terrible duda, ¿me admitirían en los grupos de estudio mis colegas?
Solo tenía claro que no me quedaría en Córdoba: volvería a Corrientes, donde había comenzado mi vida profesional y política, y donde estaba mi compañero. Sabía que le daría fuerzas sentir que seguíamos en la lucha y que no nos iban a separar.
Llegué a Alta Gracia de mañana temprano: tantas emociones, besos y abrazos, la familia en pleno. Las chicas estaban durmiendo y no me animaba a despertarlas. No sabía si estaban enojadas conmigo ni ¿qué sentirían cuando les propusiera volver a casa? Temía sacarlas de un lugar cuidado y exponerlas a otra situación de violencia. Las desperté y fue un encuentro hermoso, estaban tan contentas como yo. Hablamos de todo, después les expliqué por qué creía que era mejor irnos a Corrientes.
Llegamos y nadie nos esperaba en la estación. Fuimos a nuestra casa: un departamento de dos dormitorios en planta baja. Las nenas estaban contentas de estar allí, fueron a ver si encontraban algunos de sus amiguitos y, al rato, tocaron timbre. Eran varios vecinos que, tras haberlas reconocido, se acercaron a ver cómo estábamos y a ofrecerse por si necesitábamos algo.
Uno de mis temores era no saber cómo iban a reaccionar. Si bien habíamos tenido muy buenas relaciones, la espectacularidad de los allanamientos, el operativo militar con carros de asalto y soldados rodeando el edificio -emboscados en el suelo, en la terraza- y no saber cuánto había calado el discurso oficial sobre la subversión. Pero al acercarse la gente con afecto, me volvió el alma al cuerpo ¡Cómo da fuerza la solidaridad de la gente! Tenía que prepararme para volver a trabajar, ¿quién se quedaría con las chicas? El portero se comunicó con Elena, que antes cuidaba a las chicas y ellas la querían mucho.
Rescaté una Renoleta y empecé los trámites para visitar a mi compañero, él estaba detenido en Resistencia, Chaco, en la Unidad 7. El primer encuentro fue conmovedor: vernos después de dos años, sabiendo lo que habíamos pasado, detrás de un vidrio y viendo a las nenas hablar por un tubo. Tuvimos que esperar a Semana Santa para tener una visita de contacto.
Volviendo al tema de mi trabajo, logré vender la lámpara cialítica, que se utiliza en cirugías. Es lo único que nos había quedado de una clínica que tuvimos. Encontré un local en un primer piso a un precio accesible, lo tuve que rasquetear, pintar, ponerle cortinas y creatividad porque era inapropiado, pero después de los arreglos ¡parecía un consultorio! Saqué un aviso en el diario diciendo que volví a atender y me decidí a esperar. A la semana había dado dos turnos. Eran pacientes nuevos, no los conocía, ¿y si eran policías? No podía dejar de pensar que eran capaces de cualquier cosa, ya habían empezado los llamados telefónicos con voces anónimas.
Me faltaba la tarea más difícil: encarar al grupo de estudio. Sabía donde se reunían, me decidí y llamé. Estaban todos y algunos que no conocía. Me recibieron con abrazos. Tanta solidaridad de personas que no eran de la militancia. Era como empezar a hacer pie en un tembladeral.
A las nenas ya las había anotado en la Escuela N° 6, que quedaba a dos cuadras del departamento; no tenía que pagar transporte y podía mandarlas de tarde cuando me iba a trabajar.
Y llegó el Mundial ’78Copa Mundial de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). En 1978 se disputó el torneo en Argentina en el contexto de la dictadura cívico militar. Este evento popular fue utilizado por el gobierno de facto para ocultar y silenciar los crímenes de Lesa Humanidad que cometían en el país. Asimismo buscaba presentarse frente al mundo como un gobierno que respetaba las garantías constitucionales. El torneo fue ganado por el selaccionado argentino, con muchas dudas sobre la legitimidad de algunos encuentros. : la gente alborozada, hombres, mujeres y niños. Salí en caravana en la Renoleta con las nenas y sus amiguitos, todo eran cánticos y risas. A mí se me caían las lágrimas, sabía que se habían castigado a muchos presos políticos como medida preventiva para que no hubiera disturbios y que la prensa internacional mostrara solamente lo contento que estaba el pueblo.
Comencé a recibir ayuda de la Cruz Roja Internacional y de Amnistía Internacional. Alicia, una amiga, nos la gestionó y nos mandaban encomiendas con leche, quesos suizos y cosas ricas. Con eso más la mensualidad que mandaba mi padre y lo que había empezado a ganar, nos arreglábamos.
Empezó el ’79 y creía que todo estaba ordenado. Fui a visitar a mi compañero y me dijeron que no estaba, que lo habían trasladado a la Unidad N° 9 de La Plata. Allí comenzó otra historia, de peregrinación por todo el país. Trataba que las nenas no perdieran las visitas de contacto y que disfrutaran, como una aventura, de estos viajes. Se logró gracias a la ayuda de los organismos de Derechos Humanos (DDHH): ir en avión, ver las playas y los pingüinos y conocer a otros chicos que, como ellas, tenían a su papá preso.
Llegamos al ’82 y no se podía ocultar el malestar económico-social. Además, la Guerra de Las MalvinasArchipiélago de América del Sur situado en el mar argentino a 500 kilómetros de la costa. El 2 de abril de 1982 la dictadura cívico militar inició el desembarco de tropas en las Islas Malvinas, dando comienzo al conflicto bélico con Gran Bretaña. El enfrentamiento dejó un saldo de 650 combatientes nacionales y 255 soldados ingleses muertos. El 14 de junio de 1982 Argentina presentó la rendición. sacudió a toda la sociedad, poniendo en evidencia el costo humano. El gobierno era insostenible después de la derrota. Cuando fui de visita a Rawson, a fines de julio del ’82, me enteré que estaba firmada su libertad. Después de tanta espera al fin logramos reunirnos toda la familia.
A fines del ’84 nos separamos, fue difícil aprender a convivir después de casi siete años y cambiar el modelo de pareja con que empezamos. Cada uno había cambiado y no fue posible construir un vínculo horizontal. Pero nunca fue cuestionado el amor que nos tuvimos hasta su muerte.
Volví a los lugares de los que me habían sacado. Desde entonces, estoy en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) en la cátedra de DDHH y en el profesorado San José. Sigo con el consultorio, aprendiendo y enseñando. No me quiero jubilar, el contacto con la gente joven me llena de interrogantes y me gusta. Tengo seis nietos y un bisnieto y, desde hace treinta años, otro compañero.
Este es un pantallazo de lo que fue una parte de mi vida cuando salí de Devoto, cómo veía a la gente, cómo nos veían a nosotras y qué inserción social fuimos construyendo. Lo que me pregunto a veces es qué registro en la subjetividad dejamos de esos tiempos, cómo se dio el pasaje a la posmodernidad y a los millennials. Tendremos que ir rescatando el valor de la palabra.
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