Por el mundo

La vida te da sorpresas

Susana Mabel Elicabide

Bogotá, Colombia

¡Sorpresa! Me avisaron que me daban la libertad y no me alegré. Quería que saliera la mamá de Carmen, una señora mayor que no se resignaba a estar presa. Con ella y la española Esperanza compartíamos la celda. Pero las cosas eran así. Avisé a gritos a todo el penal y recibí como respuesta una oda a la alegría de saludos y abrazos a viva voz de las compañeras. Me trasladaron junto con otra detenida -cuyo nombre no recuerdo- a la Policía Federal. Allí nos tuvieron alrededor de diez horas bajo una tensa incertidumbre y sus típicas perversiones: probar armas sin balas cerca nuestro o la entrada sorpresiva de un tipo con pinta de boxeador -con los puños, la cara y el buzo salpicados de sangre- que nos miraba siniestramente con la mandíbula apretada y luego cerraba la puerta.

Salimos sin documentos, no recuerdo lo del dinero pero ambas tomamos el tren a La Plata ¡Oh, sorpresa! Percibir los espacios, la iluminación del sol, el color de las flores, mujeres embarazadas. Todo eso nos llegaba como algo redescubierto desde otra dimensión, lo comentábamos como niñas y la gente nos miraba extrañada. Ella bajó antes y yo llegué hasta el final del recorrido. Anochecía y caminé hacia la casa de mis padres con una terrible sensación de paranoia. Al llegar, vi que la casa no tenía luz. A medida que ingresaba se abrían grandes los ojos de mi hermano Rubén Darío que estaba peinándose frente al espejo alumbrado por tenues velas. Detrás de mí, ingresó mi hermano menor, Ernesto Fidel, que con incredulidad me vio entrar. A la sorpresa se sumó la alegría infinita por el reencuentro. Ernesto fue a buscar a mis padres que pedían ayuda a mi tía Salus para poder viajar al día siguiente a la visita en Devoto. La oscura casa se llenó de luz, gente y bullicio. Era el 23 marzo de 1978, justamente el cumpleaños de mi hermano mayor Ricardo Horacio.

La felicidad era total, pero mi miedo siempre estuvo allí, en algún lugar de mi cuerpo… aún estábamos en dictadura. Mi familia me rodeó con enorme amor. Poco a poco me fui enterando de los dos intentos de asesinato a mi padre. Y ¡oh, sorpresa!, un sicario del comando lo salvó dado que lo había tratado con bondad durante su infancia ¡Un tipo sin escrúpulos que sentía empatía! ¡Qué suerte!

Al fin, me reencontré con mi farsante pareja, el Pety, que enviaba postales o cartas y las leíamos entre todas porque siempre abordaba temas interesantes. Nos vimos en una plaza mientras mis padres caminaban de lejos. Simuló alegría, lealtad, cariño y me comunicó que el Partido Obrero Revolucionario (PO) estaba organizando nuestra salida del país, alrededor del mundial de fútbol. Así que en agosto de 1978 nos fuimos a Brasil, luego a Perú y a Ecuador, donde conocimos a GuayasaminGuayasamín Oswaldo (1919-1999). Destacado pintor, dibujante, escritor, grafista y muralista ecuatoriano. y su agraciada casa-museo. La meta era Venezuela, porque nos esperaba Elena, mamá de Dora Apo y tía de mi papá. Nunca nos salió la visa y anclamos en Colombia con un mes de embarazo y diez dólares en el bolsillo.

En el momento de mi libertad, Pety vivía con una compañera a la que abandonó para acompañarme y salvarse de la dictadura. Le mintió a mis padres diciéndoles: “Susana me perdonó”. Me enteré de toda esta situación en julio de 2008 y a un mes del fallecimiento de mi madre, cuando me dijeron: “Te separaste ahora, pero la culpa es tuya por perdonarlo en esa plaza” y me contaron de esa relación. Todo fue muy doloroso. “La vida te da sorpresas”, canta con justeza Rubén Blades.

Para mi tranquilidad espiritual lo supe después de treinta años. Así que pude gozar plenamente y vibrar con intensidad por el nacimiento de mi hija Laura Carla, lo más hermoso de mi vida. Pero, en 1999, cuando salió a la luz su doble vida con otra familia y un hijo de seis años, el efecto fue abismal. Más a Laura, que creía mucho en su papá: constatar su sagacidad para mentir y coexistir con una concepción patriarcal de la sociedad que decía cuestionar fue una dolorosa sorpresa para ella. Si bien lo sospechaba desde hacía un tiempo, el problema no fue la infidelidad sino la mentira que rompe confianzas construidas durante años y que en un instante se destruye. Fue así que se perdió vivir la hermosísima emoción del nacimiento de nuestro nieto al que tampoco podrá disfrutar, porque lo que comenzó como su gran habilidad para violar confianzas terminó destruyendo cosas valiosas para la vida y la lucha, afectando a todos, inclusive a él. Hoy estamos en el camino de cerrar un duelo prolongado. Y no es nada fácil.

En fin, desde 1978 hasta el 2015, nuestro pequeño grupo trostkista-posadista tuvo participación y reconocimiento en la izquierda por nuestros compromisos. Por ejemplo, en los instantes en que el sindicalismo se imponía frente al neoliberalismo con la consigna “ceder algo para no perder todo”, trabajamos por “no retroceder de lo conquistado”. Así, impedimos la privatización de la empresa Teléfonos de Bogotá, luego de una gran movilización de trabajadores, campesinos, estudiantes, barrios y hasta usando las contradicciones en el seno de empresarios colombianos. El costo fue inmenso: el vil asesinato del abogado del sindicato y de Derechos Humanos (DDHH) Eduardo Umaña Mendoza, entre otros crímenes típicos de la barbarie nacional.

Además, organizamos con otras fuerzas cuatro Festivales Mundiales de la Juventud y encabezamos luchas estudiantiles. Fundamos, con otros, la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios (ACEU), peleando para que entraran todas las tendencias. Lamentablemente, hoy es una organización no gubernamental de la Juventud Comunista. Tuvimos representación nacional e internacional y generamos muchos foros, eventos y publicaciones. Viajamos y colaboramos con otros procesos en Nicaragua, Ecuador y Venezuela. Apoyamos los procesos de paz y constatamos de cerca las debilidades de las guerrillas previendo su inexorable descomposición debido al accionar hacia niñas y niños, a la población en general y a su vinculación con el narcotráfico.

La sorpresa más grande es la misma Colombia, que está muy lejos de las relaciones políticas, culturales y sociales de Argentina. La élite gobernante -heredera de los peores vicios de la colonia- no ha podido construir un Estado burgués que controle todo el territorio. Desde la independencia, solo ha habido guerras locales. Se cuentan 168 en el siglo XIX y el siglo XX comienza con la Guerra de los Mil Días en que se pierde Panamá. Con el asesinato del muy probable ganador a la presidencia Jorge Eliecer Gaitán, en 1948, se desató la violencia partidista entre liberales y conservadores que generó desplazamientos y masacres que arrojaron la triste cifra de trescientos mil asesinados. Se siguió con crímenes dispersos hasta que el ingreso del narcotráfico, en la década de 1980, y los paramilitares, a partir de 1990 hasta el presente, han desatado las más fieras atrocidades. Coparon todos los espacios de la sociedad, la toma del poder de los aparatos del Estado y extendieron todo tipo de ensañamientos. Cinco millones de campesinos, indígenas, afrodescendientes y pobladores desplazados y desgarrados de seis millones de hectáreas de tierra, que actualmente son propiedad de voraces terratenientes, miembros del Congreso e instituciones militares, mafias y multinacionales. Además, extienden la frontera agrícola en la Amazonia.

Pese a tanta crueldad hay excelentes intelectuales, luchadores incansables y nuevas generaciones que pelean por los derechos de género y diversidad, dignidad en la vida, derecho a la tierra, derechos indígenas y afrodescendientes, defensa de la ecología y el territorio, derecho a la salud, a la educación, al empleo, al agua, a la vivienda digna y contra las masacres y la brutal represión.

Luchan por vida, dignidad y porque Colombia no siga condenada a “años de soledad” en su irracionalidad.

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