Ana Mohaded
Córdoba, Córdoba
Era de noche en mi pueblo catamarqueño y los faroles a kerosén titilaban indicando el camino en la oscuridad. Un bullicio inusual se congregaba en la casa de mi abuelo Santo. Había llegado gente con una máquina que «hacía luz y tenía gente adentro». Las sillas de la escuela se ordenaron en la galería, frente a una gran sábana blanca. Yo tendría siete años y jugaba con otrxs niñxs a tirar maíz y buluquitas de paraíso, mientras lxs vecinxs se acomodaban resoplando de calor o abanicándose con cartones.
El de la máquina pegó un grito para anunciar que ya empezaba y, ante el asombro generalizado, donde estaba la sábana aparecieron unos caballos con una carreta al galope. No tengo claro si gritaban lxs de la carreta o lxs de la galería pero la algarabía era generalizada. Y ¡hasta había música de orquesta! Esa fue la primera proyección que presencié de lo que luego me enteré que se llamaba cine.
Cuando salí de la cárcel, casi veinte años después de ese acontecimiento, el cine era mi elección. Quizás por algún ensueño que erotizaba mi memoria o porque había descubierto su poder transformador cuando lo estudié en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) entre el ’73 y el ’75. Pero la dictadura había cerrado Cine y yo, además, estaba expulsada de la universidad. A pesar de la vuelta a la democracia nada volvía a ser como antes. Retomé el oficio de fotógrafa mientras trataba de comprender un mundo arrasado y revitalizado al mismo tiempo. Las Madres en la Plaza, lxs desaparecidxs que nos faltaban, el juicio a las Juntas, la pobreza exponencial, las resistencias ¿Qué narrar de entre tantas historias que reclamaban ser puestas en común?
A mediados de los ’80 mi amiga Marité Sánchez me convocó a aportar en una campaña por los derechos de lxs niñxs con Amnistía Internacional. Sin recursos disponibles, optamos por diapositivas sincronizadas con un audio en cinta a casetes. Lxs niñxs que asistían al taller Julio Cortázar fueron lxs protagonistas, jugando a hacer teatro e interactuando con títeres. La canción El mundo del revésAlude a la canción infantil de la cantante María Elena Walsh. -versión del Zurdo Roque y Tere Ferreyra- dio un cierre casi épico y el nombre al «audiodiapo». El estreno lo hicimos en el salón de actos de la UNC a sala llena, no por nosotrxs sino por un congreso de no sé qué ¡en el que aplaudieron de pie! Hicimos sólo dos copias para las filiales de Europa y Latinoamérica que enviamos en unas cajitas con todo súper detallado. Nunca supe sus derroteros, pero lxs protagonistas -que hoy conforman HijosHijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, organización de DDHH de Argentina, creada en 1995 por hijos e hijas de desaparecidos. En la actualidad presenta más de dos mil integrantes. – aún recuerdan esos momentos en los que nos sentíamos haciendo algo que iba a trascender a esas concretas fotos y sonidos.
Lograda mi reincorporación en la UNC entré en la Escuela de Comunicación Social, donde con varixs compañerxs hicimos una movida rememorando las gestas de “contra información” de los ’70 para difundir el juicio a las Juntas. Como una práctica de esa propuesta, con Pichuco Barnes y Víctor Díaz grabamos en VHS una ficción documental en homenaje a lxs desaparecidxs de comunicación social: Aprender de (la) Memoria (1987). Hasta hoy es un material revisado por lxs estudiantes en cada 24 de marzo.
Pero de cine, nada. Era una meta distante, sobre todo para quienes no vivíamos en Buenos Aires. Y, como no hay héroes solitarixs, la lucha colectiva fue el atajo posible para arrimar el bochín. Con varias organizaciones logramos subsidios para cortometrajes en 16 mm y llamados a óperas primas del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales (INCAA), entre 1987 y 1988. Me acoplé en el área Fotografía en algunos cortos y largos, los primeros desde la dictadura, con abordajes comprometidos socio políticamente. Ahí empezó a hablarse de Nuevo Cine Cordobés (NCC), y tal era nuestro entusiasmo por este empuje que hasta conformamos la filial del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (SICA), de la que fui elegida secretaria general. Pero poco duró el dulce. La gran devaluación del ’89 dio por tierra al incipiente NCC y debilitó la organización y las urgencias freezaron los proyectos audiovisuales.
Es difícil hablar de cine, de amor o de política desgajados de la historia. En el ’89 con mi compañero, Carlos Mahieu (abogado de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas de Córdoba), nos trasladamos a Catamarca donde teníamos mejores condiciones para conjurar la recesión. Allá nos sumamos al trabajo de Derechos Humanos, reclamo de justicia por el asesinato de María Soledad Morales y, personalmente, a la formación en comunicación y cultura.
En el ’95 se abrió un concurso federal para TV al que me presenté con un proyecto elaborado con estudiantes, docentes y amigxs. Ganamos. Hicimos Kipus, una serie documental que narra historias de resistencias bajo el eje de los medios de comunicación de Catamarca. Lo más bonito fue la experiencia y organización del equipo. Con Humberto Carrizo, amigo y camarógrafo, improvisamos un taller de formación urgente para el conjunto que nada sabía de cine y TV pero sostenían un entusiasmo y compromiso transformador en todos los sentidos. Creamos un relevamiento colaborativo de medios locales laborando en redes a tracción de afectos y solidaridad, con mensajes vía ómnibus o viajantes, cartas manuscritas, encuestas en fotocopias enviadas a maestras rurales que, a su vez, llevaban a la radio del pueblo o paraje cercano. Con esa energía, la U Matic, el micrófono y sin otra previsión que la hospitalidad catamarqueña, recorrimos la provincia investigando, grabando, trabajando, aprendiendo y disfrutando.
Cerrado ese proyecto y tras la pérdida de mi compañero, quise retornar a Córdoba con mis hijitas Nayeli (6 años) y Munai (4). En las marchas que hacíamos por Memoria, Verdad y Justicia fui encontrándome con lxs actores de El mundo al revés. En 2003 HIJOS realizó, en Córdoba, el segundo encuentro internacional y me invitaron a registrar el acontecimiento. Los círculos mágicos de la vida se repitieron en Tejiendo redes: lxs hijxs de HIJOS actuaban en pequeñas ficciones. Actualmente, esta segunda tanda de niñxs son jóvenes militantes con lxs que organizamos actos, debates y producciones artísticas ¡No nos han vencido!.
Con las ganancias de Kipus compré una camarita S-VHS con la que salí a entrevistar a compañerxs de militancia de los ’70 de la Organización Comunista Poder Obrero, empujada por las preguntas de hijxs por entender las luchas y las vidas de sus padres y madres. Mi militancia estuvo muy ligada a la práctica estudiantil y a poco de andar fui secuestrada y detenida, por lo que yo me sentía sin capacidad de responder plenamente esos interrogantes.
Con una dinámica ceñida por la crianza de mis hijas, el trabajo y la falta de recursos proyecté hacer las entrevistas en mis vacaciones. En los currículum vitae de las mujeres que hacemos cine se ven los huecos de los tiempos de maternar. Cada enero, durante cuatro años, viajaba a casas de compañerxs de otras provincias o venían a la mía y con la S VHS encendida fuimos saboreando encuentros, llorando ausencias y escarbando memorias. Tuve un caudal tan rico y conmovedor de testimonios de la militancia de los ’60 y ’70 que creo que hay varias películas latiendo en ese registro de experiencias y reflexiones.
En 2006, apurada por un homenaje a detenidos desaparecidxs en la Universidad de Buenos Aires (UBAUniversidad de Buenos Aires. Universidad Nacional pública. Fundada en el año 1821. Es la mayor Universidad del país y está considerado uno de los centro más prestigiosos de América. ), corté, pegué, lloré, analicé, gocé y reviví una y otra vez a cada cumpa con los 50 minutos que alcancé a editar. Asociaciones libres y licitas es una búsqueda amorosa, militante, introspectiva, una ofrenda a una organización política de la que aprendí -práctica y conceptualmente- que nuestro sentido en la vida es amar al pueblo y transformar el mundo en el mejor posible para ser gozado comunitariamente.
Un modo similar tuvo Treinta y dos, un largometraje documental sobre lxs compañerxs asesinadxs en la Unidad Penal Nº 1 de Córdoba, realizado con familiares de las víctimas (Producción Norma San Nicolás). Iniciamos el rodaje cuando esos crímenes no habían sido juzgados, respirando la angustia de la herida abierta. Cuando empezó el juicio UP1, estábamos editando -con Juampy Antún- y como un modo de exorcizar el tiempo dolido creamos una puesta de no ficción para la introducción y el cierre de la que participaron HIJOS, Abuelas, Familiares, ex presxspoliticxs y organizaciones sociales. Crearon una representación de las luchas pasadas y presentes. En 2012 lo estrenamos en el pabellón Argentina en el marco de un congreso de memoria, a sala llena, pero esta vez era porque lxs familiares habían convocado.
Desde que salí en libertad compartí creaciones con escuelas, sindicatos, organizaciones sociales, abrazadxs a metodologías de cine pobre y cine comunitario. Convites que acoplaron mi docencia en cine con la militancia en memoria. También con estudiantes y docentes de la Facultad de Artes. En el 40° aniversario del Cordobazo realizamos Acciones colectivas, un corto muy musical que pivotea sobre el fecundo vínculo del presente y el pasado y de obreros y estudiantes. En 2016 montamos ¿Qué tendrá que ver?, formulando esa pregunta a lxs estudiantes que cursan ahora, en relación con sus vidas y las de lxs detenidxs desaparecidxs. A través de intervenciones artístico-políticas vimos hermanarse a estxs jóvenes con aquellxs de las fotos en blanco y negro -identificadas en principio con una tragedia- y la forma en que fueron descubriendo esas experiencias intensas, comprometidas, gozosas e indispensables.
En el cine, como en el amor y la política, no hay una persona responsable de toda la creación, sea buena o mala. Hay otrxs que acompañan, un modo cultural que se filtra, un pensamiento que permea, una práctica que sostiene. Cuando en 2006 retomamos los juicios por delitos de lesa humanidad, se palpó una nueva dimensión de justicia con un Estado presente. Pero eso no nos eximió del profundo trabajo de memoria, del testimonio y de la palabra que tenemos que poner por lxs que no están. Esto es lo que intenté narrar en un corto. De entre los proyectos audiovisuales que dirigí tengo especial afecto a Palabras, porque es simple y austero y, a su vez, creo que permite entrar en una dimensión subjetiva compleja. Luego me enteré que se puede emparentar con el cine en primera persona que surgió como una expresión nueva, pero cuando lo realicé no lo sabía ni era mi pretensión. El saber y las artes emergen de vivencias y necesidades comunes, por eso se manifiestan en distintos lugares de modo similar. Aunque aparezca una sola voz y un solo rostro ese también fue un trabajo colectivo, un relato de un nosotroxs, que, además, circula en esa línea. Por ejemplo, ex presxs politicxs de Córdoba lo incorporan para sus tareas de Memoria, Verdad y Justicia.
Cada obra representa un proceso de encuentros con momentos que no son visibles en ella sino que se transfieren en el exceso, en lo que no se registró, en la experiencia que no cabe en el cine, que se guarda en los rastros de memoria, y en las subjetividades que nos emparentan, con las que crecemos en sororidad y construimos identidad.
En la actualidad los hogares están invadidos por aparatos que tiran luces pero no iluminan, más bien enceguecen. Siempre es bueno retornar a los faroles que nos guían, convocarnos en galerías, plazas, sindicatos y escuelas -procurando que lxs niñxs tengan maíz y buluquitas de paraíso para jugar- y encender nuestras máquinas de luz -con toda la gente adentro- y proyectar las películas que nos miran mientras seguimos creando el mayor largometraje colectivo que nos convoca: “la Matria es de todxs” .