Por el mundo

Lo hicimos juntas

Paulina Maciulis

Toronto, Canadá

Fui detenida junto con unos ciento cincuenta delegados y representantes de los trabajadores de diferentes plantas industriales situadas a la vera del río Paraná, desde la ciudad de San Lorenzo (al norte) hasta Villa Constitución (al sur). Varios de ellos están desaparecidos o fueron asesinados. Fue el 20 de marzo de 1975, un día que marcó un hito importante en la historia del movimiento obrero argentino. Además, fue un ensayo de lo que sucedería un año después, en mayor escala e intensidad, en todo el país. 

Después de varios intentos fallidos, los militares me otorgaron la opción para salir del país. Fui la primera en llegar a Canadá por medio de un programa de patrocinio para refugiados que el gobierno canadiense había implementado gracias al trabajo del Grupo por la Defensa de los Derechos Civiles en Argentina (GDCRA). El patrocinio de unos familiares míos, a quienes llamo mi tío y primos en Canadá, ayudó a que mi caso se resolviera rápidamente. Esta familia me dio la bienvenida y me ofreció apoyo, cariño, techo y comida. Había sido mi tío – sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial- quien se enteró de este programa para presos políticos argentinos e inició el proceso para que yo pudiera acceder, pese a que en esos momentos se enfrentaba a una situación personal muy dolorosa. Su esposa estaba enferma y moriría pocas semanas después.

Luego de mi llegada, me contactaron integrantes del GDCRA. El apoyo y el afecto que muy pronto desarrollamos fueron de extrema importancia para mi asentamiento en este país. Después de cuarenta años, a esas compañeras las sigo considerando parte de mi familia.   

El GDCRA se inició por familiares de desaparecidos en Argentina y fue incorporando a muchos canadienses solidarios. Los integrantes del grupo hicieron un trabajo de hormiga hablando con los políticos, con instituciones religiosas diversas (como la cristiana y la judía), con sindicatos, con organizaciones por el medio ambiente y con diversos medios de comunicación. Uno de los principales objetivos era dar a conocer la situación de los Derechos Humanos (DDHH) en Argentina a la comunidad canadiense y al gobierno para ejercer presión internacional. Mi colaboración con el grupo fue mutando en función a mi aprendizaje del idioma inglés, del tiempo disponible y de las habilidades personales. En las presentaciones de mis compañeras de Toronto se detallan las miles de tareas y acciones del GDCRA. La lista de los nombres de las organizaciones y los individuos que nos dieron su apoyo es inmensa y no cabría en esta presentación.

A nivel personal, teniendo en cuenta mi participación en el movimiento obrero, fui invitada a hacer exposiciones en reuniones y conferencias de los sindicatos. Además, tuve la oportunidad de acompañar a las Abuelas de Plaza de Mayo a una reunión de la Liga de Mujeres Católicas en la provincia de Saskatchewan. Esta liga, la Organización Desarrollo y Paz (también de la Iglesia católica) y el GDCRA hicieron una campaña de solidaridad con la Argentina que tenía entre sus ejes el envío de cartas de niños canadienses a las Abuelas de Plaza de Mayo. La idea era contribuir a la difusión internacional de los crímenes de la dictadura argentina, reforzar el apoyo internacional para mayor seguridad de las Abuelas y darles pequeñas alegrías. El proyecto, desarrollado en 1979, tuvo una respuesta masiva y se enviaron decenas de miles de tarjetas y cartas. 

En 2017 y 2018 colaboré con un compañero argentino representante de Abuelas en Canadá y los Estados Unidos. Participaba de la Red Argentina por el Derecho a la Identidad Canadá/USA, creada para colaborar en la promoción del derecho a la identidad y en la búsqueda de los nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo que podrían estar en otros países. La Red organizó una serie de presentaciones en Argentina, Estados Unidos y Canadá, con una muestra llamada “La lucha escrita: La solidaridad puesta en palabras”. Se expusieron originales de cartas de niños canadienses que respondieron a la campaña de solidaridad en aquel 1979. También se incluyeron detalles de la campaña, su contexto histórico y un mensaje para quienes dudaban de su identidad y creían que podían ser hijos de desaparecidos.

En aquellas épocas de dictadura, uno de los eventos que tuvo gran impacto en Canadá fue el organizado por el No Candu for Argentina Committee, formado por el GDCRA y muchas otras organizaciones e individuos. El objetivo fue detener un cargamento de agua pesada para el reactor nuclear que saldría de Canadá hacia Argentina. Llevó meses de organización: información, educación, desarrollo de estrategias y logísticas, pues fue en la provincia de New Brusnwick, situada sobre la costa este del Atlántico, alejada de los ajetreos políticos de las grandes metrópolis. Averiguar de qué puerto saldría el cargamento era una tarea de detectives que llevó a cabo una gran compañera americana-canadiense con gran éxito. 

Finalmente, se hizo un piquete en el puerto de Saint John del que participaron el Sindicato de Portuarios, la Federación de Trabajadores de New Brunswick, el Consejo de Trabajadores de la ciudad y otros sindicatos, organizaciones religiosas, del medio ambiente y de la sociedad civil. Los trabajadores portuarios, que se negaron a cargar agua pesada para el reactor nuclear argentino, reclamaban la libertad de presos políticos. Diarios de tirada nacional y estaciones de radio informaron acerca del evento. En general, los sindicatos canadienses no se involucran en paros a menos que no se cumplan aspectos acordados en una paritaria; no participan de actividades políticas y sociales con frecuencia. No Candu for Argentina marcó un hito y figura en la historia de los trabajadores de New Brunswick.

Después de casi treinta años de trabajo constante de varios compañeros argentinos y canadienses con los diferentes gobiernos de turno, se consiguió que el gobierno argentino reconociera a esos trabajadores canadienses. El 13 de marzo de 2010 el embajador argentino en Canadá, Arturo Guillermo Bothamley, presentó la Orden de Mayo al representante del sindicato y explicó que dicho premio es el honor más importante para ciudadanos de otro país. Cientos de personas se reunieron en Saint John para honrarlos por lo que fue llamado “el ejemplo más emblemático de la solidaridad de los trabajadores canadienses con trabajadores del tercer mundo”. En esa ocasión, tuve el honor de dirigirme al público en el que había representantes del gobierno de esa provincia y de la ciudad de Saint John.

Las condiciones en el mundo han cambiado significativamente, algo similar ocurre con mi nivel de energía. Recuerdo con afecto y nostalgia mi participación en consejos de dirección de centros comunitarios y sindicatos. También mi colaboración con los grupos de DDHH de Uruguay, Chile, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Sudáfrica y mi participación activa en el partido de oposición a nivel provincial y nacional. Esta última actividad hoy está reducida a mi pequeña colaboración económica y mi apoyo firmando peticiones. Participé marginalmente del Comité por la Liberación de Milagro Sala y sigo cooperando en pequeña escala con mis hermanas chilenas -a las que me une un gran afecto y amistad- en algunos aspectos de sus trabajos.

En estas actividades solidarias conocí al que sería el padre de mi hija. Él era un refugiado de un país de África. La relación duró doce años, con muchos altibajos, ¡más bajos que altos! Fueron años difíciles: enfrenté problemas económicos, estaba sola con mi hija y la pequeña familia en Argentina sufrió una tragedia que los marcó para siempre. Quizás estando allí, las consecuencias no hubieran sido tan malas para mi familia. Mi hija logró, con gran esfuerzo, una educación universitaria sumamente cara en este país. Es una gran persona y estoy muy orgullosa por eso.

Creo que mi asentamiento en este país, tan diferente en muchos aspectos al nuestro, fue facilitado por mi familia en Canadá y la solidaridad y el cariño de las compañeras. Pero también porque sentía que ya había vivido algunos aspectos del exilio a través de mis padres: ellos habían llegado a la Argentina con una valijita, como lo hice yo. Fueron inmigrantes, campesinos pobres del este de Europa, que llegaron solos, no tuvieron acceso a la educación y aprendieron el idioma español en las chacras, las fábricas y la calle. La guerra no les permitió que pudieran reunirse con sus familias. Sus paisanos serían su familia, como lo son mis compañeras aquí. 

Apenas llegada a Canadá me llamó un representante, creo que de Inmigraciones, para darme la bienvenida y recordarme que allí “los trabajadores no tienen problemas”. Me quedó claro que no debía involucrarme en sindicatos. Además, me informó acerca de un centro comunitario que me ayudaría a acceder a las clases de inglés y a procesar documentos. Fue a través de ese centro comunitario para mujeres de habla hispana y portuguesa que encontré mi llamado. Además de ayudarme en los aspectos prácticos me permitió acceder, entre otras cosas, a eventos comunitarios, trabajos voluntarios, entrenamientos y participar de eventos feministas. En dicho centro aprendí sobre la situación de muchos inmigrantes y refugiados que no podían acceder a derechos mínimos.

Después de lavar platos, ser mesera y hacer otras tareas que se les ofrecía a los recién llegados, logré un trabajo en otro centro comunitario de ayuda a inmigrantes y refugiados y, pocos años después, en una organización provincial sin fines de lucro que se dedica a abogar por los derechos y a desarrollar políticas y regulaciones favorables a estos grupos. Trabajé en dicha organización durante veintiséis años. Esto me permitió mantener mi hogar y, a la vez, sentirme útil en un área tan cercana a mis convicciones. Aún ahora, después de muchos años, persiste la falta de equidad para muchos inmigrantes y refugiados, el racismo escondido y otros males del capitalismo neoliberal afectan a los más vulnerables con más fuerza que al resto de la población.

En su artículo “Discovering Dictatorship: The Shaping of a Canadian Human Rights Discourse in Regard to Latin America, 1970-1985″ David Sheinin, un historiador canadiense que ha estudiado el tema de los DDHH en América Latina, dice que:

“El activismo por los DDHH en Canadá transformó la forma en que los canadienses entendían América Latina. Mientras que en la década de 1960 pocos eran conscientes de los problemas de los DDHH en la región, al principio de la década del 1980 había amplio conocimiento de los vínculos entre la represión y la injusticia social en muchos países de América Latina. Es más, los líderes políticos canadienses empezaron a responder. Lo más importante es que los DDHH se convirtieron en la piedra angular de la política exterior canadiense en la década de 1980. La política canadiense hacia Sudáfrica, por ejemplo, se inspiró de una manera significante por las reacciones a la dictadura en Argentina, Chile, América Central y otros países en las Américas”. (Trent University, p. 17. La traducción es mía).  

Estemos o no de acuerdo con que los DDHH fueron la piedra angular de la política canadiense en la década de los ’80, no hay duda que eso lamentablemente ha cambiado mucho en estos últimos años. También cambió la situación política de la mayoría de los países latinoamericanos. Eso ya es otro tema. Pero esto no debe detenernos sino darnos ánimo para seguir luchando por los DDHH en la medida de nuestras fuerzas e ir pasando la antorcha a los más jóvenes. 

Aquí en Canadá, creo que igualmente en otros países, en el 2020 la pandemia y sus efectos nos llama de nuevo la atención por la desigualdad que existe para los negros, los indígenas, los inmigrantes, los refugiados, los trabajadores que reciben un salario mínimo, los trabajadores rurales temporarios y otros sin documentación -muchos de ellos a los que debemos llamar esenciales en este momento- y para los adultos mayores en centros geriátricos en muy malas condiciones. 

Creo que se desprende de este escrito que todo lo que hicimos lo hicimos juntas, compañeras y compañeros, y que estuvimos y estamos juntas en las buenas y en las malas. Y si bien las malas han sido muchas, las buenas también. Con encuentros, música, cantos, bailes, asados y tragos que volveremos a repetir cuando pase la pandemia.

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