Berta Eugenia Falicof
CABA, Argentina
Se cumplían cuarenta y dos años de la Masacre de TrelewEl 22 de agosto de 1972, en Trelew, cuidad de la provincia de Chubut, 16 jóvenes militantes peronistas y de izquierda fueron capturados y asesinados, tras fugarse del penal de Rawson. En 2012 , el Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia resolvió condenar a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y 3 tentativas, declarando estos crímenes de Lesa Humanidad. . Hacía poco tiempo que la Justicia la había considerado delito de Lesa Humanidad. Muchos motivos, especialmente la construcción de la Memoria Colectiva, confluyeron para que en Rawson -ciudad cercana a Trelew- nos encontráramos familiares de las víctimas, organismos de Derechos Humanos (DDHH), funcionaries y habitantes de la zona en una gran pueblada.
Fueron días de apretados abrazos, de discursos comprometidos con el “Nunca Más”, del recuerdo de les asesinades, de música, de cantos y de mesas compartidas.
Como parte de esa conmemoración me invitaron a dar una charla en la Universidad. Sentada frente al auditorio, mientras observaba cómo les asistentes iban ingresando al aula, una mezcla de pánico, extrañeza y tristeza profunda me fue envolviendo.
En un momento, levanté la mirada y sentí que era observada por decenas de personas expectantes, esperándome, mientras yo me preguntaba qué hacía en ese lugar y a qué se debía tanto silencio.
En segundos, retrocedí cuarenta y dos años a una calle de la ciudad de Santa Fe donde caminaba con mis compañeres de la facultad acompañando el féretro de Alejandro Ulla, fusilado en la cárcel de Trelew. De pronto la policía irrumpió con golpes y con gases lacrimógenos, arrinconando a les manifestantes que iban tropezandose entre sí.
Recuerdo que desconcertada y despavorida miré hacia atrás tratando de encontrar un lugar para refugiarme. Vi entre la gente a un policía que, rodilla en el piso, me apuntaba con su escopeta lanza gases ¿Cómo resistirse a lo inexorable?
Ya en el suelo, por el impacto en la columna, inmovilizada, sin fuerza en las piernas, atravesada de miedo y de dolor, solo atinaba a protegerme la cara con los brazos para que no me pisaran. Mientras, el remolino de manifestantes corría gritando alrededor de mí.
¿Cuánto tiempo estuve así?, no sé. En un momento, alguien encajó sus brazos bajo mis axilas y me arrastró por la calle hacia el patio de una casa, dejándome en el piso. Un hilo de humo se desprendía de mi ropa quemada y el ardor en la columna era insoportable.
Cuarenta y dos años después, conmemorando ese aniversario en la Universidad y ante cien personas, sentí el mismo miedo, la misma tristeza, el mismo dolor por tantos anhelos frustrados, por tanta irracionalidad y por tanta vida muerta.
Observaba a todes en silencio y solo al encontrarme con una mirada amiga pude reaccionar, adelantando el calendario todos esos años en una fantástica carrera.
Comencé entonces a hablar mientras las lágrimas iban esclareciendo y precisando la memoria. Pude así hilvanar los sucesos de aquel tiempo, el recuerdo amoroso de les asesinades y el significado de esa Masacre, anticipo de tantas otras en la historia de nuestro país.
Mientras me aplaudían, yo lloraba por lo que no fue.
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