Bonaerenses

Marcas

Beatriz Horrac

La Plata, Buenos Aires, Argentina

Una vez más con las compañeras resistiendo, hoy a la pandemia, a la desesperanza, con la convicción de que otro país es posible y otro mundo, necesario. 

Antes de la cárcel, fui parte de un grupo de adolescentes católicos marcados por la Teología de la LiberaciónEs una corriente teológica cristiana integrada por varias vertientes católicas y protestantes, nacida en América Latina en la década de 1960 tras la aparición de las Comunidades Eclesiales de Base, el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia Episcopal de Medellín (1968), que se caracteriza por considerar que el Evangelio exige la opción preferencial por los pobres.. Estudié en un colegio secundario dependiente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y tuve profes que desde sus identidades diversas -socialistas, anarcos, marxistas, peronistas- me abrieron el bocho. Me acerqué a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y armamos el centro de estudiantes del Liceo Víctor Mercante. Cuando egresé en el ’73, empecé a militar en la Juventud Peronista (JP) en un barrio de Ensenada: clases de apoyo con los pibes, reuniones con las mujeres y discusiones en la unidad básica a la tardecita con los hombres del barrio. Tenía dieciocho años. 

Ni bien se pudo ingresé a trabajar como secretaria -nueve horas por día- en Propulsora Siderúrgica, la fábrica más grande de la zona, del grupo Techint. Elegí militar en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) mientras estudiaba Psicología y Medicina… no sé cómo hacía con los tiempos. Tenía “un compañero” que me pasaba a buscar en moto por la facu. Al final del día, él tocaba la guitarra y cantaba. Aprendí a bailar tango y milonga en su abrazo. 

El 5 de abril de 1976 hombres armados me sacaron de mi oficina, de adentro de la fábrica. Me llevaron a un centro clandestino, el ex Batallón de Infantería de Marina (BIMEx Batallón de Infantería de Marina que fue utilizado por la dictadura cívico militar como centro clandestino de detención. ), luego a la cárcel de Olmos y, finalmente, a Devoto. Recuperé la libertad en el ’80, aún la dictadura hacía sentir su peso en las calles. Trabajé como profesora de francés, actividad que había iniciado en la cárcel. Era lo que sabía y podía poner en común, un modo de resistencia. 

A mediados de los ’90 me fui metiendo, de la mano generosa de una amiga desde los tiempos de la parroquia, en una disciplina que estudia la relación entre el trabajo y la salud: la Ergonomía. Encontré en ese campo de conocimiento la posibilidad de articular mis intereses por los derechos de los trabajadores, mis conocimientos de Psicología y Medicina -interrumpidos por la detención- y las ganas de “hacer algo”. Era un época en la que el discurso neoliberal empezaba a sentenciar el “fin de la historia” y de cualquier utopía socialista, a la vez que instalaba el Punto FinalLey N° 23.492 (1986) que estableció la caducidad de la acción penal contra los responsables del delito de desaparición forzada de personas en Argentina. y la Obediencia DebidaLey N° 23.521, de 1987, que estableció que los delitos cometidos por miembros de las fuerzas armadas durante el terrorismo de Estado con grado inferior a coronel no fueran punibles por considerar que obedecian órdenes superiores. .

Por entonces, y casi por azar, un amigo me ofreció una suplencia para enseñar francés en una planta de Fiat-Peugeot en la localidad de Jeppener, a 60 kilómetros de La Plata, donde vivo. Allí trabajé ocho años, dando clases de francés a obreros, técnicos, ingenieros y directivos… hasta clases de castellano a un director que había venido de Francia, porque la globalización a nivel empresarial exigía bases de datos únicas y sistemas de comunicación on line con la sede en Francia. 

Compartí la vida en fábrica, los debates, los despidos de fines de los ’90 y conocí los negociados de la familia MacriMientras Mauricio Macri fue presidente de la empresa Sevel Argentina (1993-1995) exportaba autopartes a Sevel Uruguay para cobrar reintegros por exportaciones. Los autos se ensamblaban en Uruguay y Argentina los importaba. Así evadió millones de dólares. con las autopartes supuestamente exportadas e importadas de Uruguay. Entendí qué valor tenía ser hijo de padres obreros, poder estudiar y querer entrar a la fábrica donde habían trabajado el padre, el tío o el vecino. Comprendí el impacto de la flexibilización horaria en la vida cotidiana de las familias obreras y el padecimiento de las mujeres amas de casa. También supe que los directores que habían recorrido todos los puestos, desde aprendiz a número uno o dos de la empresa, que también lloraban los despidos y lamentaban en los asados los cambios en la fábrica, eran queridos y respetados por el personal. No habían olvidado su historia. Fui testigo silenciosa de la silla nunca más ocupada en mis clases, esa donde se sentaba el despedido. Nadie lo dijo nunca, pero todos sabíamos que era un acuerdo y una forma de resistencia. Como el ausente que seguí poniendo al lado de su apellido en las listas al final de cada clase, nunca lo taché. 

Aprendí lo que era ser despedida un día, en la pausa entre una clase y otra, al escuchar: “La empresa prescinde de tus servicios desde mañana”. Estaba contratada. Tenía dos nenas chiquitas. Tuve que salir a buscar otro trabajo.

A fines de 2001 ingresé en el Ministerio de Salud, en el área de capacitación. Un día, por 2006, tuve la suerte de que me asignaran -junto con un equipo multidisciplinario- la realización de un asesoramiento en el Astillero Río Santiago, empresa provincial de larga historia en la zona. Sus trabajadores habían liderado las luchas obreras allá por los ’70. Un monumento y las placas con los nombres de medio centenar de desaparecidos reciben hoy a quien ingresa al predio. Mi compañero de entonces es uno de ellos. 

Apoyé con mi trabajo de asesoría a recuperar el funcionamiento del Comité Mixto de Salud y Seguridad establecido ya en el convenio colectivo del ’74, reclamo de los compañeros de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Astilleros. Los trabajadores reclamaban el ejercicio del derecho a participar de las decisiones de la empresa que podrían afectar su salud. Sentí que mi historia personal y mis convicciones se hacían una con sus luchas, me consideraba parte, una más peleando por los mismos anhelos. 

En 2008 murieron dos trabajadores del astillero por una explosión en el doble fondo de un barco en el que trabajaban una noche. Se me rompió el corazón, sentí que no había vuelta atrás. Salud y Trabajo. Defender los derechos al trabajo, a la salud, a la vida, por la dignidad. Porque los días más felices fueron, son y deben seguir siendo peronistas. Porque nos debemos trabajo para todos y en eso nos va la vida. 

Hice una maestría y colaboré en la elaboración consensuada de una ley provincial sobre el derecho a la participación de los trabajadores. Escribí artículos, investigué, asesoré y capacité. Armé y dicté cursos para gremios de la Confederación General del Trabajo (CGTConfederación General del Trabajo fundada en 1930.) y de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Los delegados y delegadas tienen los mismos problemas, los mismos desafíos. Aprendí que las organizaciones gremiales son complejas pero también imprescindibles, motor de la historia. Su voz hace oír la de miles de silenciados. 

Desde hace veinte años soy profesora de Ergonomía en la Tecnicatura de Higiene y Seguridad de un instituto provincial. Son cuatro comisiones que representan más de un centenar de alumnos por año. Conversamos y discutimos. “Ustedes, los técnicos, están para hacer cumplir las normas. Es decir, para defender la salud de los trabajadores”, les digo. En ciertas épocas este discurso resultó por demás perturbador para algunos colegas, disruptivo para la mayoría de los alumnos. Son hijos de trabajadores que, a veces enamorados por los cantos de sirenas neoliberales que los invitan a sentarse a la mesa de la patronal, olvidan su origen. 

Trabajo mucho, quiero hacerlo bien, me pagan por ello como a todos los docentes. Un día me voy a jubilar, me canso más que antes. Pero no por ahora, aún hay mucho que hacer.

Además se viene el juicio a Techint. Desde el Colectivo Propulsora Siderúrgica Conformado por ex trabajadores y familiares de detenidos desaparecidos de la fábrica Propulsora Siderúrgica. seguiremos diciendo MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA  a nuestros desaparecidos. 

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