Navegando el Paraná

Miscelánea

María Rosa Genevois

Santa Fe, Santa Fe, Argentina

En los años ’70 padecimos con la familia ambas dictaduras. La dictablanda se llevó a la cárcel a mi compañero en ese momento y me dejó con dos niños y un embarazo bastante avanzado. Recorrimos cárceles, trabajamos desde la Comisión de Familiares de Presos Políticos en Santa Fe y, finalmente, vivimos desde Rawson la liberación de los presos políticos; entre ellos, mi compañero y padre de mis hijos. Volvimos a la ciudad de Santa Fe, donde teníamos la mirada puesta en nosotros. Yo había seguido militando y luego nos reintegramos ambos. No podíamos seguir viviendo ahí, al menos no con tranquilidad.

Orgánicamente nos mandaron a la ciudad de Corrientes, clandestinos por supuesto, una historia que conocerán muchas compañeras: el trabajar sobre niños pequeños la idea de dejar de ver a la familia, no decir sus nombres, no hablar de su casa y de sus “tíos” -los compañeros- y refundar la familia junto a esos tíos, pocos, que conocían la casa y nos podían frecuentar.

Así llegamos a fines del ’73, combinando el trabajo orgánico clandestino con el de superficie y “refundando” la familia, pues veníamos de dos años viviendo distintas experiencias: la menor había conocido a su padre en un locutorio de rejas en la cárcel de Rawson.

Aprendí a amar a Corrientes y a su gente, el barrio, los vecinos que no te preguntaban qué hacías ni de dónde venías para ayudarte con los niños o para convidarte con tortillas a la parrilla.

A fines del año 1974 y por problemas de seguridad nos trasladamos a la ciudad de Roque Sáenz Peña. Allí el 17 de abril de 1975 fuimos todos a parar a la cárcel. Literalmente todos, también los niños que en ese momentos tenían tres, cinco y siete años.

Siete años de cárcel yo, ocho mi ex compañero y ahora recién voy al objeto de esta nota, recuerdo, miscelánea o como le queramos llamar.

Comencé a viajar a casa de compañeras en Chaco y en la ciudad de Corrientes y ahí, en el último viaje, decidí buscar la casa en la que habíamos vivido como familia y ,donde pese a todas las dificultades de ser clandestinos, fuimos felices.

Mis compañeras en esta tarea fueron Judita y Uli. Único dato que tenía era el recuerdo de que la casa estaba muy cerca del mercado El Piso. Otro recuerdo eran los frontis de las casas de ladrillo visto, donde la gente ponía velitas el 24 de junio para la quema del muñeco que se hacía en un baldío de la esquina anterior a la casa (hoy edificado).

Judit, con quien compartí militancia allí, tenía des tabicada la casa pero solo recordaba que era cerca de la casa de sus padres.

Y ahí partimos, con el corazón estrujado en búsqueda de reconstruir la historia. Cerca del mercado dejamos el auto y comenzamos a caminar. En un momento una casa de esquina, la miré y dije: “Es esa…”. Una de las chicas preguntó: “¿Había una escuela enfrente?”, porque eso había en la esquina justo frente a la casa. No lo podía recordar -como tantas cosas que no he podido recordar de aquella historia- y siempre pensé que mis hijos no recordarían nada por la corta edad y porque nunca dijeron nada. Pero Judita me dijo: “¿Y si le preguntás a Leandro? Tenía 7 años en ese momento”. Entonces, lo llamé y le pregunté: “Hijo, frente a nuestra casa en Corrientes ¿había una escuela?” Él me respondió: “Si mamá, ¿cómo no te acordás? Yo me sentaba en esas veredas altas que tenía y desde ahí jugaba”.

Entonces, le mandé una foto y me dijo: «¡Está igual!” Seguí preguntando y a partir de ahí se convirtió en un guía ¡Más de cuarenta años habían pasado! Con la certeza de que esa era la casa, le comencé a preguntar por gente muy querida de esa etapa, vecinos que nos apoyaban y ayudaban con los niños.

Y antes de seguir con la historia rindo un homenaje a Cirilo Gómez, obrero de la Tipoití, que conocía nuestra militancia y que pretendió ir a visitarnos cuando nos detuvieron. A su regreso le dieron una paliza sus mismos compañeros de la textil, por la relación con nosotros, claro.

Y volví a sorprenderme, ¡mi hijo se acordaba del apellido de una de las familias y la dirección exacta! Encontrar gente querida, fue tremendo. Como son ellos, los correntinos de barrio, de los que me enamoré cuando viví allí, con la parquedad que los caracteriza, y preguntando por mis hijos por el nombre. Fuerte muy fuerte. Leandro recordaba también la quema del muñeco la noche de San Juan. Y recién ahí me enteré que le daba muchísimo miedo.

Volvimos a ver la casa y ahí, con las certezas adquiridas, volví a revivir la historia. La casa fue modificada pero el garaje seguía igual. La ventana del costado había sido tapiada pero seguía la marca con el cemento de donde estuvo. Por allí mi hijo saltaba a la calle en la hora de la siesta y caía en la zanja de agua podrida. Siempre era auxiliado por una vecina, viejita ella, que lo manguereaba y me lo devolvía. El lugar tenía esos arreglos pobres de la gente pobre en los barrios pobres.

Y ahí estábamos, cuarenta y cinco años después rearmando la historia, nuestra historia, familia, militancia, compañeros que estuvieron en esa casa y ya no están… ¡tantos!

Y junto a mí, Uli y Judit, apoyando, averiguando, pensando alternativas. A la noche nos juntamos con compañeres de antes y de ahora y siguieron las sorpresas: Charito, querida Charito, de la cual me acordaba, como también de su hermano, y ahí me contó que ellos también tenían des tabicada la casa, pero no orgánicamente sino de casualidad. Salía una mañana de su casa rumbo al mercado y de la nuestra salía mi compañero, también a hacer mandados. Resulta que éramos vecinos y la casa quedó al descubierto.

También reencontré a un compañero de Santa Fe, que en la anterior dictadura estuvo preso con mi compañero. Sus padres integraron la Comisión de Familiares de Presos junto con nosotros. Otro compañero con el que militamos, tanto en Corrientes como en Sáenz Peña, Jorge Giles, colaboró para el “rearmado de memoria” con su libro “Mocasines”, en el que habla de nuestra experiencia en la zona.

Mientras tanto los hijos por teléfono siguiendo los avatares del descubrimiento. Las chicas con pocos recuerdos o casi nada, Leandro aportando mucho más de lo que Judit y yo recordábamos.

Quizás parezca poco el haber llegado simplemente a la casa donde vivimos como familia pero no lo es, no lo fue. Significó unir las puntas y los hilos de una historia trunca. Finalmente mi memoria, que se negó sistemáticamente en estos años a traerme recuerdos -eran solo fogonazos, chispazos de esos años- ahora, de a poco y a partir de haber corrido estos velos, está recuperando muchos recuerdos más. Es volver a enganchar la historia.

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