Susana Gómez
Córdoba, Córdoba, Argentina
A mediados de 1978, cuando había cumplido 22 años y en plena dictadura militar, salí de la cárcel de Villa Devoto con el sistema de libertad vigilada.
El lugar de residencia establecida por los militares era Capital Federal y yo soy oriunda de Córdoba. Gracias a una compañera de la cárcel pude ir a vivir a la casa de su cuñada, algo por lo que siempre estaré agradecida ya que en un contexto de gran peligrosidad aceptó tenerme en su casa. Después de tres meses y muchos trámites y lágrimas logré el traslado a Córdoba, donde se encontraba mi familia y mi hijo Nicolás. Cuando me detuvieron él tenía un año y cuatro meses; al llegar, me encontré con un niño de cuatro que no me reconocía y creía que su mamá estaba en la televisión en Buenos Aire. Suponía que tenía dos mamás, una con él y otra en Buenos Aires. Esto pensaba porque me había visitado y visto a través de los locutorios vidriados de la cárcel de Villa Devoto, que impedían el contacto físico y nos separaban de nuestros familiares.
En aquellos años todo fue muy difícil: mi mundo había cambiado, no tenía amigos ni compañeros, estaba sin trabajo y debía depender de mi familia en todos los aspectos. Me seguían y me amenazaban por teléfono. Cada vez que tenía que ir a firmar a la comisaría -primero cada tres días, más tarde semanalmente y luego cada 15 días- esperaba entre 4 y 5 horas viendo como atendían a otras personas y a mí me dejaban para el final. Al ingresar a la oficina, me insultaban y me decían todo tipo de barbaridades.
Al finalizar el año ’78 me suspendieron la libertad vigilada y me dejaron libre. Lo primero que hice fue buscar trabajo y empezar a estudiar para terminar el secundario. Nicolás comenzaba el Jardín de Infantes y de a poco iba aceptándome, aunque ante cualquier conflicto corría para que mi madre o mis tías lo consolaran. Una tía y un tío político habían establecido un vínculo muy fuerte con él mientras yo estaba presa y hasta pensaron en adoptarlo creyendo que se los entregaría. Según me dijeron, planeaban enviarlo al Liceo Militar. Cuando tomé conciencia de lo que pasaba me fui de mi casa con un compañero que había conocido en el Partido y formé pareja. Él era una persona mucho mayor, con numerosos conflictos y enfermo de alcoholismo, situación que comprendí cuando ya estaba en pareja con él. Después de varios años de violencia psicológica y de un final trágico logré separarme, seguí estudiando y trabajando. Fueron años que quisiera olvidar, borrar las tristezas y dolores que tuvimos que pasar, especialmente mi hijo. Aunque no me daba cuenta en ese momento, la cárcel me había dejado secuelas psicológicas y la vulnerabilidad en la que me encontraba me hizo tomar decisiones de las que me arrepentí siempre.
Con el regreso de la democracia las cosas empezaron a cambiar y volví a buscar a mi compañero Miguel Ángel Castiglioni. En ese tiempo todavía creíamos que los desaparecidos podían estar vivos en algún lugar. Por esos años, mi suegra regresó de España. Esa fue una gran alegría para todos pero principalmente para Nicolás que se reencontró con su abuela paterna. A instancias de ella y mía empezamos una larga batalla judicial para que Nicolás tuviera el apellido de su padre, algo que se logró luego de cinco años cuando él ya había cumplido diecinueve. Carmen, la gallega, se convirtió en una activa militante de las Madres de Plaza de Mayo y hasta el día de su muerte fue a la plaza y acompañó todas las luchas por los desaparecidos y las causas justas del pueblo. Fue un ejemplo cotidiano de lucha por la dignidad transformando su dolor en motor de búsqueda por la justicia y la verdad.
En el ’86 un grupo de compañeros del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRTPartido Revolucionario de los Trabajadores. Fue un partido político de tendencia marxista-leninista de argentina. Su apogeo tuvo lugar entre 1965 y 1977 cuando fue desarticulado por la represión estatal. ) que había vuelto del exilio, entre los que se encontraba Amílcar Santucho, me invitaron a formar parte de una organización con el mismo nombre que, si bien era clandestina, se planteaba la formación de un movimiento democrático amplio, popular y antiimperialista que participaría de las elecciones y serviría de plataforma para desarrollar las ideas revolucionarias. Se llamaba Movimiento Democrático Popular y Antiimperialista (MODEPA). Participé de manera activa pero lamentablemente las luchas internas por el poder dentro del partido y la manipulación política hicieron que todo el grupo de Córdoba tomáramos la decisión de irnos. Creo que en mi participación política hubo mucho de nostalgia por lo que fue el PRT en otra época, quisimos repetir una historia que ya había concluido. Esa fue mi última experiencia partidaria que me dejó con una gran decepción hacia estos modos de hacer política que alejaban a las personas en vez de sumarlas.
En 1991 me recibí de psicopedagoga, durante los años de estudio participé del centro de estudiantes activamente. Me casé con un compañero que había militado en el Ejército Revolucionario del Pueblo y en 1993 nació mi hija Victoria. Entre los años 1998 y 2000 se presentó la oportunidad de completar mis estudios terciarios en la Universidad Blas Pascal. Me uní a la primera cohorte y me recibí de Profesora y Licenciada. Con gran alegría pude disfrutar de esta maternidad en otro contexto, sin embargo la pareja se fue deteriorando y en 2000 me separé del papá de Victoria.
En el 2001 mi situación económica era angustiante, estaba sola y con mi hija de siete años. Nicolás vivía con su abuela, trabajaba y estudiaba psicología. Nuestra relación era difícil, con muchos cuestionamientos hacia mí por las cosas que había vivido y de las que me hacía responsable. Con el tiempo esto fue cambiando y cuando cumplió treinta años, ya recibido de psicólogo, con años de terapia, amigos y militancia en HijosHijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, organización de DDHH de Argentina, creada en 1995 por hijos e hijas de desaparecidos. En la actualidad presenta más de dos mil integrantes. , se acercó más a mí y empezó a entender muchas cosas. Desde entonces hemos estado muy unidos y compartimos nuestra militancia en Abuelas de plaza de Mayo.
Por esos años fui coordinadora de un Club del Trueque que reunía a casi cien personas. Me pude relacionar con mucha gente del barrio y de otros barrios cercanos compartiendo sus necesidades. Fue una hermosa experiencia de intercambio que nos ayudó a sobrevivir y a estar juntos en una época muy desfavorable para todos. La experiencia duró un año hasta que, por luchas internas y diferencias de proyectos, se disolvió. Con un grupo más pequeño conformamos entonces la biblioteca popular La casa de las palabras y organizamos numerosas actividades culturales. En ese tiempo, desde la psicopedagogía, acompañé por dos años a niños del barrio Villa Belgrano.
Posteriormente comencé a trabajar en un programa de hábitat social de la provincia de Córdoba hasta que en 2005 ingresé en una escuela de música como gabinetista del nivel secundario. La escuela era una cooperativa de trabajo y allí ocupé cargos dentro del consejo de administración. Mis mejores recuerdos y amigos se encuentran en esa institución, la escuela de música Collegium. Me fui de allí para trabajar en el equipo de pedagogía del Espacio de memoria de Campo de la Ribera. En esos años, realicé un Diplomado en Derechos Humanos y políticas culturales en Chile, además de distintos cursos de formación.
También participé de numerosos proyectos comunitarios, uno de ellos con mujeres del barrio de Campo de la Ribera, con quienes queríamos generar un espacio de encuentro donde se tejieran historias y anécdotas entre todas las participantes. Así, reciclamos bolsas de nylon desechadas de las fábricas, con el objetivo de hacer un toldo para los niños de jardín de infantes de la zona y tejimos. Nuestros productos fueron expuestos en ferias y en el museo de Antropología. Otro proyecto que presenté y llevé adelante con un equipo de compañeros del Espacio de Memoria fue una feria del libro que llamamos Libros más libres. Estuvo dirigida a los tres niveles de educación y convocó cerca de 2000 niños y jóvenes durante seis años.
En 2012, como parte de una propuesta del Archivo de la Memoria de Córdoba, escribí y presenté un álbum con formato de diario sobre la militancia de mi compañero y lo que vivimos como familia. En el 2018 lo convertí en un libro, Diario de Amor y militancia, y lo edité con un sistema de preventa. En 2019 la editorial De los Ríos lo editó y ganó el primer premio a la mejor edición, que se entrega en la Feria del Libro de Córdoba. Este premio es un homenaje al editor y escritor Alberto Bournichon, asesinado por la dictadura cívico-militar.
Respecto de la desaparición de mi compañero, durante más de cuarenta años hemos buscado y rastreado los últimos días de su vida hasta que fue secuestrado y llevado a Campo de Mayo. El año pasado logramos ser querellantes con mi hijo en la causa por la desaparición de mi compañero, Miguel Ángel Castiglioni. El abogado Pablo Llonto es quien lo hizo posible. Ahora, esperamos que sean juzgados los responsables.
Actualmente estoy en el área de educación de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba, participo y organizo con mis compañeras talleres y proyectos. El año pasado lanzamos un proyecto literario que denominamos Valijas viajeras por la identidad. Como militante de Derechos Humanos sigo creyendo en la posibilidad de lograr una sociedad con más justicia, equidad e igualdad de oportunidades si bien hoy se presentan nuevos escenarios donde librar batallas culturales y políticas. No podemos estar ausentes desde cada lugar que ocupemos. Las luchas por las reivindicaciones de los feminismos, el repudio a los femicidios, la violencia institucional, la defensa del ambiente, la lucha contra la persecución de los pueblos originarios y el respeto a la diversidad de las sexualidades nos convoca a todes.
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Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, DERECHOS HUMANOS