Navegando el Paraná

Nunca más callé

Lisa Beatriz Monje

Goya, Corrientes, Argentina

Nací en Goya, provincia de Corrientes, y allí estuve hasta que mis padres decidieron que toda la familia -ocho con abuela incluida- se mudara a la ciudad de Córdoba para que pudiéramos acceder a la Universidad. Comencé la secundaria en un clima de crecientes movilizaciones y politización. En el centro de estudiantes formamos grupos de lectura y, en 5to año, incursionamos en textos cada vez más políticos y menos literarios. Corría el año 1974.

A los diecisiete, finalicé el secundario y a la misma edad me secuestraron: la Brigada de Investigaciones de Córdoba (D2), integrada por muchos miembros de la Alianza Anticomunista Argentina (AAAAlianza Anticomunista Argentina. A partir de 1974 este grupo parapolicial persiguió y asesinó a militantes políticos, abogados, sacerdotes, artistas e intelectuales. Luego, durante la dictadura cívico militar de 1976, formó parte de los grupos de tareas.), ingresaron en mi domicilio y me llevaron frente a mis padres. Luego de varios días y habeas corpus mediante fui trasladada a la cárcel del Buen Pastor. A los quince días, volví a saborear el aire fuera de los muros, aunque ese instante pleno duró poco. Por recomendaciones del juez, para preservar la vida, mi padre, decidió enviarme a Goya.

Volví donde fui una niña feliz y al lugar que extrañaba visceralmente. Corrí en busca de mis amigas de la infancia y, una tras otra, fueron cerrando las puertas. No entendía nada y aprendí lo que es ser una paria. Obviamente, no fueron las únicas: mi padre había visto actitudes y expresiones de rechazo o de condena hacia la familia. Hacia mi persona se referían como “jefa de una banda subversiva”. En esos momentos y, hasta hace no poco tiempo, me parecía una actitud repulsiva. Hoy lo entiendo como el mecanismo social de supervivencia frente a la opresión, pero también como una forma de quedar en paz con su conciencia identificándose con el opresor.

Mis padres regresaron a Goya debido al hostigamiento permanente de la AAA, que me buscaba. Estábamos juntos con mi familia hasta que, de madrugada, un operativo de fuerzas conjuntas del Ejército, la Subprefectura, la policía de la provincia y otros rodearon la casa. Otra vez la pesadilla: nos sacaron al frente y estando allí parada comencé a correr, para que me mataran. Obvio que no iba a llegar a ningún lugar. Mi hermana Cristina, la que había escuchado las sesiones de tortura, corrió detrás de mí y cuando me di cuenta me detuve y nos abrazamos muy fuerte. También se llevaron a mis hermanos, detenidos en la ciudad de Goya. A mí me trasladaron con rumbo desconocido. Transcurrieron unos quince días hasta que mi padre pudo saber que me habían llevado a la Brigada de Investigaciones de Resistencia, Chaco, y alojado en una gran celda donde permanecimos juntas presas políticas y comunes. Durante todo ese tiempo tuve la certeza de que iban a fusilarme, hasta el mismo 26 de agosto, que me despedí de mis compañeras.

En ese año, como fruto de las presiones que ejercieron sobre mi padre -cuando me entregaron a él por ser menor de edad- nos casamos con mi novio y actual marido. Tuvimos nuestro primer hijo en 1978, bajo detención domiciliaria. A través de los años la familia se acrecentó. Mi mundo fue ese reducto, el afuera me seguía siendo hostil. Los fantasmas habitaron por muchos años sin que pudiéramos hablar del tema, el nombrarlos pasaba a ser como una invocación para que se hicieran presentes. Viví en una esquizofrenia: tratando de no ser yo, negando mi pasado, tan presente. 

A los treinta y seis años comencé a estudiar un profesorado y me llamaron de una escuela secundaria para tomar unas horas. Allí encontré un lugar en el que pronto pudimos construir una comunidad preocupada y ocupada por los jóvenes. El recorrido continuó con un trabajo muy intenso y pasional, pude reconciliarme con la vida, entendí a los jóvenes más que a los adultos de mi edad o de mi generación. La actividad laboral tenía que ver con mi historia, una actitud visceral contra las injusticias. Allí donde trabajaba, estaban las familias más marginadas y desprotegidas de la sociedad. En momentos de la crisis neoliberales estos jóvenes eran, sin dudas, el sector de mayor indefensión. 

El siguiente año no comenzamos las clases: un movimiento de docentes autoconvocados, surgido de las asambleas de Goya, se propagó rápidamente por toda la provincia. El año entero lo transitamos expresándonos de distintas maneras: clases públicas, asambleas en las escuelas, asambleas provinciales, marchas y acampes en todas las plazas de los pueblos. Esto fue demasiado importante, demasiado trascendente. Después de la dictadura, era la primera vez que en la ciudad se escuchaba cuestionar y actuar contra el poder. Otra vez se hablaba de política. Al año siguiente, todo volvió a la “normalidad”. 

Comencé a trabajar en otras instituciones educativas y en una de ellas, particular y paradójicamente confesional, fue donde hablamos con los estudiantes sobre la década del ’70 en Goya. En ese momento debí enfrentarme a la verdad conmigo misma. Fueron aquellos estudiantes curiosos que me empujaron a enfrentarla. Un proyecto nos llevó a descubrir el mundo completamente oscuro y solapado que ignoraba, porque a pesar de estar en la misma ciudad no tenía idea de la magnitud que había tenido la represión en Goya, especialmente en las zonas rurales. Solo estaba al tanto de episodios que creía aislados. Por el proyecto comencé a conectarme con compañer@s sobrevivientes que sí estaban políticamente activos en distintas organizaciones que les permitieron contenerse mutuamente y canalizar el pasado activamente. 

En formación docente, donde trabajo, comencé a relatar mis vivencias en cada curso que estuve. No callé nunca más. Después de treinta años fueron y siguen siendo los y las estudiantes mis nexos con el pasado que no debe volver “Nunca más”. Pude, finalmente, dar mi testimonio el 12 de febrero de 2008 en el Juzgado Federal N° 3 de Córdoba. También el 26 de abril de 2013, en la Fiscalía Federal de Corrientes, y el 13 de agosto de 2013, en la mega causa llamada La Perla, en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de Córdoba.


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