Bonaerenses

Obstinados

Graciela Silvia Galarraga

Luján, Buenos Aires, Argentina

“Galarraga, salga con lo puesto”. Mientras se abrían las puertas de rejas de Devoto, mi corazón comenzaba a latir aceleradamente, llevándome el murmullo de las compañeras que saludaban y sentenciaban: “¡Te vas Cocó, te vas Cocó!” Y no quise ni pude mirar atrás. Detrás de esos muros quedaba un pedazo de mi vida. 

La salida por cierto no fue la esperada. Ante mi sorpresa, fui introducida vendada y esposada en el baúl del auto que me estaba esperando. Así comenzó el recorrido de una larga noche que tuvo dos paradas; en la última, me subieron a un camión celular de la Policía Federal para arribar a Coordinación Federal. Allí fui depositada en una oficina llena de viejos diarios y expedientes. Comenzó una sesión de fotos y de impresión de huellas dactilares, para luego invitarme con un té, darme permiso para ir al baño y lavarme las manos. Nadie sabía para qué estaba allí. Todo transcurría de manera vertiginosa, vinieron a buscarme y subí a un Ford FalconAutomóvil utilizado por las fuerzas represivas del Estado para realizar secuestros durante la última dictadura cívico militar de Argentina. azul custodiado por otros dos policías. Me sentía como en el cuento de CortázarCortázar, Julio (1914-1984). Renombrado escritor argentino, considerado uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo., en “La autopista del sur”, observaba todo como la muchacha del DauphineAutomóvil producido por Renault entre los años 1956 y 1968., aunque sin empatía alguna con los que conducían el auto. Todo sucedía con más acción y suspenso, sin galletitas ni idilios, solo que ya me habían matado varias veces, me habían arrojado al Camino Negro de Cintura, me habían incinerado y, ahora sí, me estaban dando una clase de porqué no debían dejarnos salir del país. Decían que éramos tan mal nacidas que íbamos a denunciarlos y a decir un montón de mentiras sobre ellos… Así me fui enterando que me iba del país.

Ya en Ezeiza, frente a mi familia y a representantes del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDHMovimiento Ecuménico de Derechos Humanos. Es una organización no gubernamental formada por miembros de las iglesias católica, evangélica y luterana que comenzó a trabajar durante la época de la última dictadura cívico militar en defensa de los DDHH.) y del Servicio Paz y Justicia (SERPAJServicio Paz y Justicia de Argentina. Fundada en 1974. Es una organización social de inspiración cristiana-ecuménica que tiene como finalidad promover los valores de la paz, la no violencia y los DDHH. En 1980 su presidente, Adolfo Pérez Esquivel, fue galardonado con el Premio Nóbel de la Paz. ), me concedieron 15 minutos para despedirme. Fueron interrumpidos ante el pedido de mi mamá para ver si podían dejarme cambiar el uniforme de invierno por unas prendas más livianas que tenía a mano. Como respuesta recibió que se había terminado la despedida. Y allí estaba, sentada en el salón de la Fuerza Aérea, y nuevamente fotografiada. Ahí fue que divisé al cónsul francés, que discutía con unos milicos en el ingreso al salón, hasta que exhibió su carta diplomática -así me lo contó él- porque no lo dejaban acercarse a mí. Así partí.

Y un día volví. Tenía más certezas que cuando me fui. Volví al territorio del que me habían desterrado. Porque no fue derecho a opción. No fue salida del país. Con el destierro te despojan de tu familia, tus amigos, tu trabajo, tus estudios, tu barrio, tus calles, tu ciudad, tu país y, en muchos casos, de tu lengua.

Volvía para recuperar todo eso y mucho más. Había que dar ese empujón que faltaba para la caída de la dictadura. Y también para encontrarme con ese amor que no sabía de esperas -solo queríamos una tregua de amor- y organizarnos desde el territorio: en los clubes de fútbol, clubes de barrio, sociedades de fomento, escuelas, cooperadoras y, quienes podíamos hacerlo, a trabajar en fábricas. “Algunos compañeros tendrán que aprender a jugar al fútbol en los potreros del barrio y las compañeras a tomarse unas horas del día para matear con las mujeres hasta generar ese vínculo que les permita encontrarse con ellas desde lo afectivo y lo político”, nos decía el petiso Lucas o Joaquín, Jorge Julio Villar, antes de salir de México, mientras yo ensayaba y grababa la proclama de San Martín: “Seamos Libres y lo demás no importa nada”. Era para, luego, interceptar las señales de TV en lo que denominábamos “interferencias”. Siempre que recuerdo esto no puedo evitar sentirme como Mafalda, parada en una sillita gritando como loca.

Y bueno, ahora sí, había que armarse de paciencia y coraje. A cruzar el charco y fronteras y convertirte de pronto en una alegre turista que solo disfruta de paisajes y comidas, inventando historias creíbles, despejando cualquier duda que pusiera en evidencia la real situación: documento y nombre falso, clandestinidad… Y entre sustos y disparadas, había ganado una gran batalla: ¡Había regresado a mi país!

Y luego de varios días, muchas vueltas y de jugar al gato y al ratón, por fin nos encontramos con el Negro. Nos atropellábamos para hablar, para contarnos como nos había ido y de todas y cuántas cosas había por hacer. Había que resolver documentación y recursos para compañeras y compañeros que estaban resistiendo. Y también elegir casa. Vimos varias y nos gustó una: estaba habitada por una doña muy simpática, cariñosa y alegre. En ella había algo de nuestras madres, alquilaba una parte de esa casa. Nos gustó y nos quedamos. Tenía una hermosa galería y gran patio. Nosotros felices y ella también. Caímos bien y eso era muy importante.

Vivíamos como éramos en aquellos tiempos: apasionados, locos, enamorados de la vida y la atrapábamos desde nuestras charlas, risas, discusiones, citas, comidas y mates. “Algún día lloraremos todo lo que no pudimos hasta ahora”, decíamos. Buena excusa para no caer en flojeras. Dábamos gracias todos los días de haber sobrevivido y en el nombre de los que quedaron en el camino íbamos andando y desandando calles, esquinas, cuidándonos. Pero llegó un día en que los dos tuvimos que tomar el micro que nos llevaría a diferente destino: éramos conscientes de nuestras responsabilidades. Y nos despedimos casi sin mirarnos. Emprendimos nuestro camino para vernos en pocos días. Nunca volvió. Del Negro me quedó una vieja libreta con anotaciones de ese día en particular. Algunas canciones grabadas en casetes que al lado de un radiograbador disfrutábamos juntos y esa declaración de amor en la que decía estar feliz y orgulloso de que su compañera se hubiera largado para volver al pago. Y sobrevino el dolor. El Negro Cacho, Julio César Ramírez, fue secuestrado el 12 de junio de 1980 en Perú junto con Noemí Giannetti de Molfino y María Inés Raverta.

Había que seguir, como decía la canción “andando de acá pa´ allá, luchando la primavera, cayéndose y volviéndose a levantar”. Sorteé muchos obstáculos y escapé de muchas situaciones de peligro. Cambié de domicilios, provincias y, luego de mucho andar, encontré al compañero para emprender un nuevo camino. Nuestra generación no sabía de andar solos por la vida y menos marchar sin amores. Nueva vida, nuevas experiencias y otro escenario para la militancia. Y lo más hermoso vino en medio de tanta adversidad, fue el nacimiento de mi primera hija, Natalia, en clandestinidad y plena Guerra de Las Malvinas. Luego llegó Merlina, en democracia, y por último, Estefanía, allá en los ’90. Fueron, son y serán la gran razón de mi vida. Habíamos dejado tanto en el camino que la llegada de mis hijas a este mundo era todo un desafío. Tampoco era el que soñamos. Pedí gancho por un tiempo. Mi precaria situación económica exigía trabajar a partida doble y participaba en pocas actividades políticas y sociales. Lo hacía en mi barrio, fundamentalmente en el salón multiuso de la parroquia, liderado por Cacho Zaccardi, el sacerdote: recaudar fondos para el asfalto del barrio vecino y el nuestro, merendero, cena temprana y otras actividades.

A poco tiempo de los ’90 sobrevino la separación con mi pareja. Y ya con las niñas más crecidas comencé nuevamente con mi aporte a la militancia. Además de crear un espacio dentro del mismo Ministerio de Trabajo, apuntando fundamentalmente a la organización de mujeres trabajadoras: servicio doméstico, textiles, salud, etc. Fuimos de a poco armando el jardín maternal para todas aquellas que salían a ganarse el pan nuestro de cada día. Habíamos conseguido en comodato, a través de Ana Goitía de Cafiero, un viejo local del Banco Provincia de Buenos Aires, poniendo así en funcionamiento el Jardín Maternal María Niña. Hermosa e innovadora experiencia, por lo menos en Luján.

Estábamos ya recibiendo al año 2000, con todo lo que nos había dejado esa década: hambre, miseria, desocupación, hasta el asesinato del sacerdote de mi barrio, Cacho Zaccardi, hombre comprometido con la problemática social, con quien entre el ’88 y ’90 solíamos viajar desde Luján a Quilmes y otras veces a Moreno, con el objeto de interiorizarnos y capacitarnos sobre la distribución de la tierra para la vivienda social. Era cuando sucedían las grandes tomas de tierras.

Y ahí puse alma y vida. Saqué licencia en mi cargo de concejala para abocarme a la regularización y captación de la tierra. Y fue una maravillosa experiencia. Asambleas, movilizaciones, acuerdos y desacuerdos, alegrías y tristezas. Y como decíamos en las reuniones con los ocupantes de cada terreno, cuando la familia está dentro del rancho y bajo techo comienza a soñar, y comienza a ver que existe algo más digno que la chapa y el cartón, que hay otra forma de vivir. Nosotros entendíamos desde siempre que la militancia política servía para transformar la realidad y nuestro anhelo era que la gente viviera bien, que fuera feliz, con trabajo, salud, educación y dignidad. 

No fue fácil abordar la recuperación de la tierra en estado de abandono, sin herederos, en estado ocioso y demás. Ello implicaba romper un eslabón muy organizado de los grandes negocios. Las inmobiliarias estaban acostumbradas a desembarcar con muchos rollos de alambre, un gran cartel comercial y cercar los predios rápidamente, apoderándose de esas tierras para comenzar, en algunos casos, loteos millonarios. Se valían de todo. Lo que no contaban es que esta vez el Estado se había puesto al frente de esta regularización, que la gente no era calificada como “okupas” ni “usurpadores”. Eran vecinos de nuestra ciudad con quienes el Estado estaba en deuda. Y como si fuera poco ya se oía al viento soplando nuevos aires y aparecía aquel flaco desgarbado que nos decía: “¡Vengo a proponerles un sueño… Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas y ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Y juro que nuevamente me sentí como Mafalda, allá en México, en los ’80, ya volviendo a la Argentina, con la diferencia que ese flaco desgarbado me hablaba a mí, me incluía, y no hacía falta que grabara la proclama de San Martín, porque Él nos proponía ¡ser libres! 

De mi gestión, los resultados están a la vista aunque a la miope y reaccionaria postura política local le cueste reconocer: más de cuarenta y siete viviendas construidas por las cooperativas conformadas por los movimientos sociales en el barrio. Me fui dejando mensurado cada terreno y el dinero depositado para el comienzo de la construcción de las cuarenta y pico de viviendas, un jardín maternal en el corazón del barrio, la tierra para el complejo polideportivo que hoy usan como cancha de fútbol y otras disciplinas y la regularización dominial de dos planes de viviendas que no habían obtenido ni mensuras ni escrituras.

Como en esta vida nada es gratuito tuve que soportar que un carapintada pro milico, pseudo periodista, extorsionador de la peor calaña, con el “auspicio” de algunas inmobiliarias y el impulso de algun@s polític@s que se presentaban como futur@s candidatos, intentara dar vuelta una denuncia presentada por mí y el Ejecutivo municipal. Igualmente terminó bien, aunque dolió hasta los huesos.

¿De mi vida? Obtuve los títulos más preciados: madre y abuela de Lucas, Baltasar, Juanita y Lorenzo. Soy la misma compañera de entonces que sigue emocionándose cuando escucha los discursos de EvitaEva María Duarte (1919-1952). Fue una actriz y política argentina, primera dama de la Nación Argentina durante la presidencia de su esposo Juan Domingo Perón entre 1945 y 1952 y presidenta del Partido Peronista Femenino y de la Fundación Eva Perón. Fue declarada oficialmente y de manera póstuma «Jefa Espiritual de la Nación» en 1952. A partir de 1945 tuvo un rol fundamnetal en la sanción de la Ley del voto femenino. Fundó el Partido Peronista Femenino. A través de la fundación Evita se impulsaron importantes políticas sociales., de PerónJuan Domingo Perón (1895- 1974). Político y militar argentino. Tres veces electo presidente de la Nación y fundador del Movimiento Peronista, uno de los movimientos populares más importantes de la historia de la Argentina., de Néstor(1950-2010). Néstor Carlos Kirchner. Abogado y político peronista. Diputado, gobernador de la provincia de Santa Cruz y presidente de la Nación entre 2003 y 2007. Revalorizó la política como herramienta de transformación y dio un fuerte impulso a las políticas de Derechos Humanos. y CristinaCristina Fernández de Kirchner. Política y abogada argentina, presidenta de la Nación entre el 10 de diciembre de 2007 y el 9 de diciembre de 2015 Actualmente, vice presidenta.. He declarado en los juicios de Lesa Humanidad de Córdoba por los fusilamientos y torturas en la Unidad Penal N° 1, en el juicio de la contraofensiva montonera y he testimoniado en la causa de delitos sexuales de Lesa Humanidad y tormentos a mujeres en la Unidad Penal N° 1 de Córdoba. Mis compañeras y compañeros de militancia han sido, son y serán esa gran y amada familia. No voy a entrar en el terreno del análisis, de que si todo lo relatado por mí fue lo correcto políticamente o no. Fue el tiempo que me tocó vivir. Fue el camino que elegí en nuestra larga lucha por la liberación nacional, fue lo que decidí hacer en el nombre de tod@s l@s caídos en esas luchas.

Como escribiera una periodista nicaragüense sobre nosotr@s: “Éramos tan jóvenes entonces, con esa juventud que no necesita apellidos. Sobraba futuro porque estábamos llenos de vida. Obstinados, invencibles. Hasta proféticos, podría decirse. Había tanto por hacer y el mundo cabía en la palabra COMPAÑERO”.

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