Mirtha Tomás
Carapachay, Buenos Aires, Argentina
Llegó diciembre del ’76 y nos convocaron a una reunión de partido con les compañeres que llegaban de Francia.
Ya éramos unos cuantos perrosApelativo usado por la militancia para referirse a los miembros del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). organizados entre les que habíamos estado presos y les que lograron salir a otros países y ser acogidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La reunión fue triste por las noticias que traían les compañeres pero todavía con dirección y esperanza.
Al finalizar, Roberto Guevara se dirigió a mi compañero y a mí, y sacando una bolsita del bolsillo nos dijo: “Ustedes que estuvieron presos transcriban estos caramelosInformación y denuncias escritas en papel de cigarrillos y envueltas en nylon para ser transportados en la boca y sacados en las visitas. que mandan los presos y presas de Devoto y Rawson, van a entender mejor”.
Era una bolsita de celofán con un montón de caramelos de esos que escribíamos en las cárceles en papelitos de cigarrillos con letra chiquita.
Rodolfo Matarollo(1939-2014). Escritor, periodista y abogado argentino que colaboró en la defensa de los DDHH. Autor de numerosas publicaciones relacionadas con la temática., que estaba hablando con otro grupo, se arrimó apurado y sacó del bolsillo interno de su eterna campera de cuero negra otro puñado generoso diciendo “tomen éstos también”. En total eran ciento dieciocho.
Empecé a desenvolver esos caramelos que estaban tan pegados que requerían trabajo de orfebre para no romperlos. Los transcribía a un cuaderno y cuando juntaba más de cinco iba a la casa de un compañero chileno que había sido senador, que tenía una máquina de escribir y los pasaba, lo que me llevaba unas cuantas horas.
Yo, con mi bebito de dos meses y más leche que una holando-argentina, necesitaba comprarme un nuevo abrigo para pasar el invierno sueco, uno al que pudiera cerrarle el cierre a la altura del busto, así que apenas cobré el seguro por maternidad fuimos a la tienda departamental de la ciudad a buscar algo apropiado para mi nuevo cuerpo.
Entramos a la tienda y nos dirigimos al fondo para subir la escalera que llevaba al departamento de damas y la vimos ahí, sobre una mesa, de oferta: ¡una Olivetti lettera amarilla!
Costaba más o menos lo mismo que pensaba gastar en el abrigo pero sería solo mía ¡Ya no más pedir prestada, ya no más estar más de dos horas en casa ajena escribiendo!
Nos volvimos a casa con la máquina de escribir y yo pasé el resto del invierno con el tapadito marrón y la campera celeste y blanca, regalo de bienvenida del Rey.
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