Entre sierras valles y ríos

Paralelismos

Mónica Piñeiro

Villa Dolores, Córdoba, Argentina

Acá estoy, en Tribunales, sentada entre el público, acompañando como integrante de la mesa de Derechos Humanos (DDHH) -también sobreviviente del ex centro clandestino de detención El Vesubio y Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Traslasierra- a una mujer que fue sometida a servidumbre durante veintiún años por su pareja. Durante dos jornadas escuché su testimonio, el de su hijo y también el de su hija. Todos estremecedores y desgarradores.

Un dolor y un cansancio inusual se adueñan de mí. No entiendo, porque estoy acostumbrada a estos acompañamientos, a veces con finales más atroces, como la muerte. Buceo dentro de mí: ¿Qué me pasa? ¿Qué dice mi cuerpo, exhausto, sin fuerzas?

El cuarto día, las palabras de algunas peritos (psicóloga, trabajo social) van dibujando un cuadro espeluznante, conocido: cosificación, tortura, música fuerte (para que afuera no se escuchara), estado de enajenamiento, marcada pérdida de la individualidad, síndrome de indefensión adquirida. 

Encuentro la razón de mi malestar: todo me lleva cuarenta y un años atrás, al campo de concentración El Vesubio. Los mismos métodos y el mismo resultado: convertirte en «cosa», ser un objeto de un amo cruel. Si hasta el período de «luna  de miel» del círculo de la violencia me recuerda a «las guardias buenas»  y «las guardias malas». 

Diferentes situaciones pero con muchas similitudes: quien te debía cuidar, valorar, querer resulta que te somete y te tortura, te desaparece y te anula (el Estado o tu pareja). ¿Cómo se vuelve del horror? Ese es el desafío hoy. En principio, por fin, hubo una escucha y un juicio.

Sigo con mis paralelismos, no puedo evitarlo. Releo el libro El silencio Postales de la Perla, de Ana Iliovich y la cito: » (…) Para romper el silencio, no basta con decir, es necesario encontrar del otro lado la voluntad de escuchar (Pollack)». «El juicio es condición para ser mejores para mirarnos al espejo y empezar a soñar y volar y tener esperanza». «Nunca se sale igual de un recorrido por la maldad absoluta». «Arropar el cuerpo, fabricar colchas con palabras para proteger la vida…Nuestros intercambios y encuentros tejen una y participan en la restauración de la confianza en el otro, que se quebró”. » (…) Cuando no nos miran, no existimos……por eso, todo el tiempo trabajamos para enlazarnos a la vida».

Quizá en las palabras de Ana se vislumbra la salida.

Sigamos por ahí, tejiendo abrazos y palabras que reconstituyan a las víctimas, que nos reconstituyan como humanidad.

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