Las organizaciones políticas y revolucionarias nacidas a fines de los ’60 y que eclosionaron en los ’70 tuvieron una amplia acogida en las jóvenes que, en forma decidida, actuábamos en todos los ámbitos de la sociedad. Florecieron militantes femeninas por conquistas sociales que , si bien no pusieron la cuestión de género en la mesa de las propuestas, tomaron el compromiso político cortando con muchos de los mandatos de la sociedad patriarcal que aun resistían los logros del Peronismo y de Evita sobre la participación política de la mujer y de los movimientos feministas del siglo XX.
En un tiempo histórico muy corto las mujeres comenzamos a destacarnos como activistas, delegadas o dirigentes en colegios, universidades, organizaciones comunitarias, comunidades eclesiales de base, organizaciones campesinas, fábricas, equipos de investigación científica y en las agrupaciones políticas. Luego, en las político-militares que crecieron al calor de las transformaciones sociales en Argentina y en nuestra América Latina.
El objetivo de ese tiempo histórico era vivir en una sociedad que se pensaba desde la idea de Comunidad Organizada del Peronismo, el Socialismo Nacional de las organizaciones revolucionarias peronistas y la construcción del Socialismo de las agrupaciones de la izquierda. En todas ellas la mujer se suponía al mismo nivel que el hombre, con iguales capacidades y responsabilidades.
Es así que nos hicimos cargo de nuestras reivindicaciones y deseos pero sin asociarlas a una cuestión de género sino como una cuestión generacional. Los y las jóvenes queríamos construir un mundo nuevo a semejanza de nuestros ideales de justicia en los que no cabía el sometimiento de la mujer.
¿Alguna contó cuántas puertas había desde la celda hasta el portón de la calle de Devoto? Pregunto.
Un día me avisaron que saldría… que salía. Sentimientos encontrados, abrazos, llantos, más abrazos, risas, alegrías y la incertidumbre de lo que se vendría.
¿Estará vivo mi compañero? ¿Cómo reponer la relación con mi hija, con mi hijo? ¿Y mi carrera sin terminar?, sin casa, sin trabajo, sin los compañeros, que no están más.
Separarme de las cumpas con quienes había compartido alegrías y tristezas durante varios años y eran el soporte que me había contenido durante todo ese tiempo.
Había que ver cuándo se concretaría la libertad. Esperar el sábado que nos trajeran el Clarín, sí, ese Clarín que publicaba las listas.
Otro día, a las 8 o 9 de la mañana, la bicha, la celadora, grita mi apellido y “Prepare sus cosas!". Estalló el griterío de alegría en el pabellón. Todas las cumpas estaban tan emocionadas como yo, y la Isidro Velázquez empezó a sonar fuerte.
Ese día salimos tres compañeras. Nos llevaron primero a una oficina dentro del penal a hacer todo el papelerio y ahí vino una amansadora de ocho o nueve horas.
Nuestros nervios crispados. No nos quedaban uñas para comer. No habíamos almorzado, tampoco habíamos tenido tiempo de desayunar ese jugo verde al que le decíamos mate cocido y el pancito que lo acompañaba.
Estábamos en una habitación pequeña, sin ventanas, tres sillas y una mesa pelada. Nos hablamos todo, nos callamos, nos abrazamos, nos reímos, nos abrazábamos…
En ese momento me di cuenta que había contado las puertas para llegar hasta allí. Habíamos cruzado 14 puertas, portones y rejas.
Por fin ya anocheciendo, nos llevaron hasta el portón, era el número 17 en mi conteo.
De pronto estábamos en la vereda sin saber qué hacer.
Enfrente había tres personas que nos miraban y nos hacían señas para que cruzáramos.
Nosotras nos quedamos allí paradas hasta que un compañero se acercó, nos agarró de las manos y nos hizo cruzar la calle.
Yo estaba extasiada mirando la calle, me impactaron los árboles florecidos. Me parecía increíble ver la calle.
Estaba en libertad, vigilada, pero libertad al fin.
Había pasado 17 puertas para llegar ahí.