Por el mundo

Reencuentros

Marta del Valle Quiroga

Gotemburgo, Suecia

Mi libertad traía consigo el destierro. El destierro para mi compañero y mi única hija -en esos momentos- significaba el alejamiento de todo lo nuestro: padres, hermanes y amigues, nuestros árboles y nuestros pájaros. Los recuerdos que cada esquina de mi Córdoba trae a nuestro paso. Estamos hablando del año 1980. En este país tan frío y oscuro nos esperaban una comitiva de autoridades y personal del campamento de refugiados. Además, estaba una traductora que nos iba relatando lo que pasaba. Este pueblo sueco al que llegamos, de nombre Alvesta, tenía un poco más de cinco mil habitantes. Éramos diecinueve refugiados, entre los cuales había varios niños. De Argentina, éramos solo nosotros que llegamos directamente desde la cárcel. El resto eran uruguayos que se habían refugiado en Brasil después de varios años de cárcel. 

Fuimos todos al mismo campamento: casitas de madera tipo cabañas acondicionadas con lo necesario para habitarlas. Estos fueron nuestros primeros amigos y compañeros, con ellos compartimos casa, recuerdos e historias en común. En nuestra cabaña se alojaban tres personas más. Había un comedor comunitario donde nos encontrábamos cada día: mañana, tarde y noche. Éramos cincuenta o sesenta personas y una vez marchamos entre cientos de banderas rojas entonando la internacional, algo antes nunca vivido y solo visto en las historias de los pueblos en donde la revolución era un hecho. Gritamos a los cuatro vientos lo que pasaba en nuestros países, ya no solo en Argentina.

Nos sumamos a un grupo de solidaridad con Argentina. Nunca fuimos muchos en Gotemburgo – segunda ciudad de Suecia- conocida en el mundo por su importante puerto. Imprimimos panfletos con denuncias que repartíamos casi todos los fines de semana en lugares muy concurridos. Colaborábamos con Amnistía InternacionalOrganismo de DDHH fundado en 1961, por el abogado británico Peter Benenson. Trabaja para lograr la libertad de encarcelados por sus creencias religiosas, politicas o de origen étnico., que apadrinaba a varios compañeros presos.

Personalmente, me tocó traducir alguna que otra carta de mis queridas compañeras, todavía prisioneras. Con un compañero argentino ¡bailamos una chacarera en el parque más grande de Gotemburgo y sus alrededores! Esto fue en el Día del Inmigrante, cuando todas las colonias mostraban su cultura mediante el baile de danzas típicas de cada país. Nos acompañó con la guitarra un sueco, que había nacido en Argentina y vivido toda su vida en Suecia pero que se consideraba argentino: Pedro Vanderli, un gran compañero ya fallecido. Con alcancías, en bailes y peñas, recaudábamos para un fondo de ayuda a los compañeros que regresaban al país, algunos a México. También destinábamos dinero a organizaciones populares para que llegara la ayuda a los más necesitados. Además, cotizábamos un día de trabajo para nuestra organización, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Así, hasta que llegó la democracia a la Argentina y empezamos a volver.

Apenas comenzado a caminar, el exilio nos abarcó considerablemente la identidad: el trabajo por nuestra identidad, antes nunca pensada tan intensamente. Para aprender otro idioma había que saber primero el idioma materno. Reconocer tu identidad, tus raíces. Es así como algunos compañeros que no sabían leer y escribir en español tuvieron que aprender primero su idioma y luego el sueco. Esto también sucedía con nuestros niños asi que un gran número de maestras refugiadas se transformaron en maestras de idioma materno.

Por iniciativa de los uruguayos -eran multitud- se creó la escuelita de los sábados. No recuerdo si estaba abierta a todos los latinoamericanos pero la mayoría eran argentinos y uruguayos. Participaron niños en edad escolar de todas las edades. Si a Paula le pregunto hoy sobre la escuelita de los sábados, me dice: “Ah, sí, nos enseñaban a cantar el gallo negro, el gallo rojo”. Tenía mucha presencia nuestra música, nuestra historia y pienso que fue muy importante para nuestros hijos. También para nuestra identidad. 

Además, estaba el Carnaval de Hammarkullen, en un barrio periférico al norte de Gotemburgo donde el noventa por ciento de su población había nacido en otro lado. Creo que surgió por iniciativa boliviana o chilena (chilenos también llegaron muchísimos, es una de las comunidades más numerosas después de la árabe). Empezaron un último fin de semana de mayo a bailar y mostrar sus danzas, algo que se fue transformando en una verdadera fiesta popular, llena de colores y con muy buena predisposición. En la actualidad, dura tres días, lleva treinta años y participan todas las nacionalidades ¡hasta los suecos! Cada grupo trabaja todo el año ensayando, cosiendo sus trajes y juntándose. Concurren hasta setenta mil personas. Esto también fortaleció la identidad de nuestros hijos, que con orgullo mostraban su cultura y aprendían de otras. 

Los argentinos, como dije antes, nunca fuimos muchos: trescientas familias en los ’80 en toda Suecia. Aquí, en Gotemburgo éramos un puñado activo y estábamos en todos lados, en todas las actividades. Fui aguatera de la Comparsa de Lubolo -uruguayos- y una de mis hijas bailaba allí ¡Era una fiesta! No faltaba la comida típica de cada país. Allí estábamos los argentos, con los chori y las empanadas, los alfajores de mil hojas con dulce de leche, un manjar que solo podías degustar en esas fechas porque los traía una familia chilena de una panadería de algún pueblo en Suecia. Probamos comida de todo el mundo y la adoptamos como algo más en la vida de aquí. Así es como aprendimos algunas palabras en casi todos los idiomas. Hoy, no llama la atención que en un tranvía encuentres a jóvenes saludándose en sueco y despidiéndose en español. Descubrimos que Rumania fue colonia italiana alguna vez y que Filipinas fue colonia española: ellos todavía dicen “muchacho” y significa lo mismo que para nosotros. Eritrea fue también colonia italiana por lo que algunos saben algo del idioma y nos pudimos comunicar apenas llegados, cuando el sueco era un jeroglífico todavía.

A poco de llegar al campamento de refugiados le pregunté a la traductora si podía saber dónde estaban algunas compañeras que habían salido con opción a Suecia. Me dijo que no era imposible, que me ayudaría. Extrañaba horrores a mis compañeras, no era la libertad que había soñado. Seguía llamando celda a las habitaciones: “¿Dónde dejaste la campera de Paula?”, me preguntaban y respondía: “En la celda del medio”. La primera noche no pudimos casi dormir, cada uno sumido en sus recuerdos. No podíamos creer que estábamos tan lejos.

Nos habían dicho que a las 8 de la mañana servían el desayuno y que fuéramos puntuales. Allí nos encontraríamos con el resto de los refugiados. Llegamos como pidiendo permiso para todo y me adelanté unos pasos para tener una visión de las mesas, con la gente ya desayunando. De repente, escuché un grito: “¡Pante! ¡Mi Pante!”. Se me dio vuelta el corazón y nos fundimos en el primer abrazo de mi exilio. Nora Acosta estaba en ese mismo campamento: habíamos estado juntas en la Unidad Penal Nº 1 de Córdoba, algo que nos unió a todas, igual en Devoto. Lloramos abrazadas, nos miramos y volvimos a abrazarnos. Lloraba todo el mundo y nos aplaudían ¡Increíble! Inmediatamente, hablamos con los que dirigían el campamento y les pedimos estar juntas. Nos pusieron en la misma casita. Nos pasamos noches charlando. Ella llevaba unos meses ahí y pronto se mudaría a una ciudad donde empezaría de nuevo sin tutores ni campamentos. De hecho, nosotros nos iríamos después a la misma ciudad y nos encontraríamos con Alicia Klaver. 

La cosa pintaba bien. No estaría tan sola.

La 62 en libertad

Esta maqueta la llamo la 62 en libertad. Esta celda fue idea de Amnistía Internacional Grupo 256 con el que teníamos relación aquí en Suecia en un pueblo muy bonito al lado del mar de nombre Ljungskile (liungchile).

Con mi descripción armaron la celda. Este grupo tenia apadrinado a una presa política que seguía detenida para estas épocas 1980, Hilda Migueles. Esta celda dio vueltas por todo Suecia durante 30 años. No es lo mismo contar como eran las celdas que poder entrar y hacerse una idea. En la celda hay descripciones en sueco de quien era Hilda, de lo que significaba la tortura psicológica, entre otras cosas.

Hoy la celda ya no existe, cumplió su ciclo y fue desmontada. Vale decir que este grupo trabajó muchísimo por la libertad de los presos políticos. Inger y Molly dos mujeres muy importantes en esta relación con nosotros en el exilio.

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