Entre sierras valles y ríos

Romántica y peleadora

Silvia Di Cola

Río Cuarto, Córdoba, Argentina

La noche de los lápicesLa noche del 16 de septiembre de 1976 y días suscesivos un grupo de jóvenes fueron secuestrados en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, por miembros de la policía provincial. Los jóvenes estudiantes y militantes de colegios secundarios reclamaban el boleto estudiantil secundario (BES). Fueron secuestrados, torturados y seis de ellos aun continúan desaparecidos.”. El recuerdo de esa tragedia me causa una sensación inequívoca de que por aquellos años si hubiese vivido en La Plata podría haber sido una de esas jóvenes que escribieron con su vida la historia más dura y cruel que vivimos durante la dictadura militar genocida.

En 1976 tenía dieciocho años y vivía en Río Cuarto. Era feliz cantando a Los OlimareñosNombre del dúo de canto popular uruguayo formado por Pepe Guerra y Braulio López en 1960. Interpretan canciones de contenido popular y de protesta. y anhelaba pertenecer a la JUP (Juventud Universitaria Peronista) ya que recién comenzaba la universidad. Unos volantes tirados en las aulas en contra del avance de López Rega, durante el gobierno de Isabelita, fueron mi militancia cuando vino el golpe.

Ajena absolutamente a la gravedad de la situación, caminaba por las calles pensando qué bueno era estudiar, conocer más amigos y cantar en ese ambiente cautivante de rebeldía: compañeros entonando “que la tortilla se vuelva…”  o aquel otro de “aprendimos a quererte…”. Pero se vino la noche y la oscuridad para toda mi familia.

La policía fue a buscarme a la universidad en una fría mañana de julio y no hubo tiempo para refugiarme en algún lugar o irme del país como ya lo había hecho mi hermano mayor.

Sin entrar en detalles, estoy orgullosa de haber podido enfrentar sanamente la cárcel y el encierro por casi seis años. Sin las huellas que podrían haber dejado las historias de dolor, quizás por mi corta edad, mi cabeza sólo permitió que entrara el amor y la contención de mis compañeras de la cárcel de Devoto. Estaré siempre agradecida a ellas por haberme dejado crecer y experimentar vivencias profundas y transformadoras de compañerismo y solidaridad.

Ya en libertad me reencontré con María Rosa, con quien estreché fuertes lazos de afecto y, a través de ella, con la Yupi, quien apelando al humor negro suele decir: “Gracias Jorge Rafael por haber permitido conocernos”, en referencia al genocida.

Vivir la experiencia carcelaria con mis jóvenes años tuvo una fuerte influencia en mi vida, porque conocí la intimidad de las personas y el mundo de los mayores, entendí el conflicto social y supe rescatar el amor sobre las cosas simples. Mucho amor para dar, mucha necesidad de querer y que te quieran. Así fue que no me faltó nada.

A menos de dos años de estar en libertad conocí a Juan, mi actual compañero de vida y padre de nuestros cuatro hijos varones: militante de izquierda ligado a lo que fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y ocho años preso. Con él nos unieron las experiencias, el amor y los hijos.

Gracias a una tía docente de alma que me dijo “esta carrera es para vos” fui, inicialmente, educadora en la escuela primaria e hice también la carrera de Educadora de Adultos. Esta última permitió que me acercara a los barrios más humildes y experimentar la alfabetización y el cariño de la gente adulta.

Viví durante casi veinticinco años enseñando y aprendiendo con los más pequeños, con el amor y la contención aprendida en tiempos de cárcel. Siempre aposté a la educación pública. Estuve en muchas escuelas de la periferia y siempre, pero siempre, intenté dejar una huella de rebeldía y de transformación. Busqué lograr que los niños y sus familias supieran que mi rol no era solamente alfabetizar sino también contener, interpretar sus caritas de tristeza, de hambre o de violencia. “La Seño Silvia estaba para eso…”, devolviendo un poquito de todo lo que me dio y enseñó la cárcel.

Las tres décadas dedicadas a los niños tuvieron matices en la formación de mi identidad post-carcelaria. Hubo silencios y una recuperación definitiva de aquella identidad en los años de la década ganada. Gracias a esos años pude reencontrarme con los mismos sentimientos de mi incipiente militancia en la JUP, desde una posición docente que me permitió rescatarla y valorarla.

Cada 24 de marzo -día de la Memoria por La Verdad y La Justicia- en las aulas he contado historias desconocidas para los niños, historias que abrieron camino a lo que hoy, en la tranquilidad de mi casa y ya jubilada, recibo cada 11 de septiembre, día del maestro, en directo y a través de las redes sociales mensajes como estos: “Dejaste una huella muy potente en mi vida”. Otro: “Fuiste la mejor maestra de todas” o aquel otro: “Seño: como familia, agradecemos todo lo que hiciste por nuestros hijos”.

Me pregunto: ¿eso fue militancia? Y mi respuesta contundente es ¡sí!

Finalmente rescato el hilo conductor de nuestra historia de amor con Juan. Quien fuera Susana Dillon, vecina y Madre de Plaza de Mayo, docente rural e historiadora, nos ayudó a completar nuestra historia con la idea de la búsqueda de la justicia, junto a su queridísima nieta,  Pepi Dillon, madrina de uno de nuestros hijos.

Susana nos enseñó a rescatar la historia y a no olvidar. Ella fue un símbolo de época y una escuela de vida. Sus cenizas fueron esparcidas bajo un jacarandá en la Escuela Normal de Río Cuarto. A Pepi, su nieta, y nuestra niña la escuchamos por radio y discos cantando boleros de amor y mandando tiernos recuerdos de infancia.

Hoy, cuando las compañeras arman este libro, puedo decir que sigo siendo muy soñadora, un tanto romántica y peleadora. Sigo amando los niños y pensando que haber estado “presa” marcó mi vida. Por eso “soy lo que soy por la cárcel”.

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