Catalina Palma Herrera
La Reina, Santiago de Chile, Chile
“Sentido de pertenencia”, respondía a quienes me preguntaban: “¿Por qué te viniste, si estabas tan bien allá?” Además, me decían: “En Europa, países modernos, con Estado de bienestar social, con un trabajo interesante y con tan buenos amigos”. Sentido de pertenencia, seguía respondiendo.
Eso pensaba, aun cuando me involucré en la denuncia y defensa de los Derechos Humanos (DDHH), en las organizaciones de apoyo a las luchas de liberación, en la Sociedad Socialista del Labour PartyPartido Laborista de centro izquierda del Reino Unido. y en las luchas contra la violencia hacia las mujeres. También en mi militancia en el Partido Socialista de Chile (PSFundado en 1933. Uno de sus fundadores, Salvador Allende (1908-1973), fue presidente en 1970 hasta el golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet (1915-2006) en 1973.) en el exilio. Pero algo no andaba dentro de mí, estaba viviendo en libertad y poseía los medios intelectuales y materiales para ejercerla. Sin embargo, la pata emocional estaba coja, aun cuando estaba rodeada de afecto, pues hice grandes amistades que perduran hasta el día de hoy.
Desde que tomé la decisión de retornar, en 1983, me tomó dos años concretarla. A fines del año 1985 estaba en casa, las maletas conmigo y un gran capital logrado durante mi vida en Gran Bretaña: mis amigxs, el idioma y el feminismo.
En mi retorno a Chile, me vinculé al PS a través de la Secretaría de la Mujer. Como privilegiada, que siempre me sentí, tanto en el exilio como en mi retorno, tuve una beca del World University Service (WUSServicio Universitario Mundial. Red de organizaciones no gubernamentables con representaciones en más de 50 países del mundo. ) que facilitó enormemente mi vida en el exilio inglés y mi reinserción en ese Chile que añoraba pero que ya no era el mismo: había “corrido mucha sangre debajo del puente”.
Me acogió VECTOR, una organización no gubernamental del PS. Mi proyecto era “Mujer y Desarrollo Local” y el objetivo consistía en reconstruir, desde las mujeres pobladoras y a nivel local, el tejido social. Mi amigo, el Negro Morales, me dijo: “Catita, creo que tu proyecto lo puedes desarrollar mejor desde la Vicaría de la SolidaridadOrganismo de la iglesia Católica de Chile creado por el Papa Pablo VI para asistir a las víctimas de la dictadura cívico militar chilena.”.
Y así fue. En la Vicaría Oriente conocí un grupo de mujeres increíbles, comprometidas con la justicia y los DDHH hasta la médula. La Vero, la Mirta, la Ana María y la Gloria me acogieron y me orientaron para la implementación de mi proyecto. Así llegué a la Villa O’Higgins de la comuna de La Florida, en Santiago, donde me contacté con las mujeres que dirigían ollas comunes, amasanderías populares, talleres de arpilleristas y talleres solidarios que ellas habían levantado para poder paliar el hambre, el desempleo y la pobreza de sus familias y comunidades.
Fue un proceso maravilloso: se logró conformar la Coordinación de Talleres de las Mujeres de la Villa O’Higgins, que reunía a todas esas organizaciones de mujeres valientes, aguerridas y resilientes. Trabajamos la toma de conciencia de violencia intrafamiliar, de autonomía y las mujeres participantes ya nunca volvieron a ser las mismas, ya nunca más un hombre les iba a levantar la mano, ya no eran propiedad de otro. Fue un proceso difícil. Costó derribar mitos como “quien te quiere te aporrea” y la autoridad del hombre de la casa, entre tantos.
Nunca me voy a olvidar de la experiencia vivida en una de las escuelas de verano que organizaba el Instituto para el Nuevo Chile. En un taller, un destacado dirigente socialista y director de una organización no gubernamental (ONG), dijo en una intervención: “Cuánto me costó liberarme de la culpa de, como socialista, no ser un obrero y cuando ya lo había logrado, surge el feminismo y con ello la culpa de ser hombre”.
Entre los años 1980 y 1983 surgieron varias ONG’s de mujeres. Empezaba un movimiento de protesta en el que las mujeres y el movimiento social de las y los pobladores fueron protagonistas. Fuimos testigos y parte de los masivos caceroleos, de las denuncias de los horrores de la dictadura, de la sintonía de las redes, tanto nacionales como en el extranjero, del rol comprometido de la Iglesia católica y de la solidaridad internacional.
En esos momentos los partidos estaban interdictos por la dictadura -en la clandestinidad- y con la fuerza de todo un pueblo asumieron un rol en las negociaciones para avanzar hacia la recuperación de la democracia. Participábamos activamente en las organizaciones de las mujeres, como la Asamblea de la Civilidad, Mujeres por la Vida, Somos+, Mujeres por la Democracia y tantas otras que bajo la consigna “Democracia en el país y en la casa” reivindicamos una democracia con rostro de mujer.
Posterior a la visita del Papa en Chile se terminó con el programa de la mujer de la Vicaría. Entonces, me volqué a la idea que traía de Gran Bretaña: crear la Comisión de Igualdad de Oportunidades. Era el año 1985. Esta idea se concretó, finalmente, al año siguiente con la creación del Instituto de la Mujer. Junto con una compañera que vivía en Berlín y mi amiga Nani Muñoz -hoy presidenta del Senado de la República- iniciamos los primeros pasos e invitamos a otras más. Fue un proyecto que apoyó todo el proceso de institucionalización de la organización de las mujeres chilenas y que se cristalizó en el Servicio Nacional de la Mujer. Muchas mujeres, amigas y compañeras, que venían retornando, pudieron insertarse a través del Instituto. Al mismo tiempo, otras mujeres que habían permanecido en el país pero excluidas del sistema, encontraron su espacio de acogida y de trabajo.
Mi idea era la descentralización del Instituto y formé el área de Desarrollo Local. Conseguí un financiamiento español para el proyecto de La Casa de la Mujer de Conchalí. Fue un gran proyecto, trabajamos temas como salud reproductiva, violencia intrafamiliar, huerto orgánico, relaciones intergeneracionales entre mujeres adultas mayores con los escolares, el arte y la cultura en el desarrollo local. Miles de mujeres de la comuna, de la Chimba, mostraron sus trabajos artísticos: pintura, cerámica y música. Había todo un potencial sumergido en aquellas mujeres con las que crecíamos juntas en valoración y en fortalecimiento.
El plebiscito de 1988, en que el “NO” a la dictadura y el “NO” a Pinochet ganó por una abrumadora mayoría y se proclamaron elecciones libres para 1990, fue un hito grande. Recuerdo haber salido hacia La Alameda con los brazos abiertos y las lágrimas corriendo por mis mejillas, respirando el aroma de la libertad, caminando henchida de emoción desbordante. Habíamos recuperado la democracia. En una muralla cerca del cerro Santa Lucía se leía el grafiti “Ganamos con un lápiz y un papel” que miles de mujeres y hombres imprimieron en la larga y angosta faja de tierra. Un “NO” que resonó en el mundo entero. A los pocos días, volví donde el psiquiatra y le dije: “Era la dictadura”.
En 1993 la vida me dio el regalo más preciado: mi hijo Fabián. Pensaba que ya no tendría hijos, porque tenía cuarenta y cuatro años. Llegó el 6 de julio a las 12:04. Me cambiaron las prioridades. Y hace veintisiete años, con altos y bajos, “hacemos camino al andar”. Me enseñó y aprendí a ser madre. Lo amo profundamente.
Después de treinta y dos años de ese octubre de 1988, vivimos un gran acontecimiento y una nueva derrota a la dictadura; gracias a la movilización de jóvenes, hombres y mujeres “hemos hecho morder el polvo” a los nostálgicos del pinochetismo y guardianes de sus privilegios. El 18 de octubre de 2019, bajo la consigna “Chile despertó” se inició un proceso irreversible que culminó con el plebiscito del 25 de octubre de 2020. Un triunfo abrumador del ochenta por ciento por una nueva Constitución y una Convención Constituyente que nos abre la oportunidad de construir un país mejor, más justo y solidario. En el que cabremos todos y todas, sin exclusiones ni discriminaciones, el país de «TODES».
Este relato me ha llevado a recorrer parte de mi historia y a revivir la construcción de mi identidad. La infancia, la adolescencia, las calles donde he vivido, los colegios y liceos, la Universidad de Chile (UCh). La clandestinidad, la prisión, el exilio y el retorno. La calle Estados Unidos y Villa Devoto, en Argentina. Gran Bretaña, Ladbroke Rd., Londres, Warwick, Cambridge y Green Hill Rd. en Birmingham. Finalmente el retorno, Leonardo da Vinci, Michoacán en Lynch Norte, mis trabajos en la Vicaría, el Instituto de la Mujer, el Centro para la Integración y Desarrollo (CID), la Agencia de Cooperación Internacional, la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) hoy Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID).
Y hoy mi calle Simón Bolívar, en Santiago. Todas estas calles mantienen grabados en mi memoria los nombres de tantos amigos y amigas, familia, amores y desamores… algunos de ellos ya han partido, dejándome tantos aprendizajes de la infancia, de la adolescencia y de la madurez. Doy gracias, especialmente a mi madre, y a todas esas mujeres que me han dado un espacio en sus vidas y que llevo en la mía, por siempre y para siempre.
Hoy camino con mis setenta y dos años a cuestas, como dice la canción: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí. Sin embargo, estoy a aquí resucitando… Cantando al sol como la cigarra …”.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS, EXILIO, GÉNERO