Entre sierras valles y ríos

Taller Julio Cortázar

María Lidia Piotti

La Calera, Córdoba, Argentina

Frente al extenso horizonte de dolor y de muerte que el genocidio dejó en nuestra Patria, el Taller Julio Cortázar fue una experiencia de vida y de esperanza. Queríamos encontrar una propuesta de trabajo que fuera una oposición y negación de la doctrina de la Seguridad NacionalCategoría política que se utilizó durante la Guerra Fría para designar la defensa militar y la seguridad interna¸ frente a las amenazas de revolución¸ la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los armamentos nucleares. Implica una concepción militar del Estado y del funcionamiento de la sociedad¸ que explica las dictaduras cívico militares en América Latina. A partir de 1955 Argentina adhiere a estos conceptos. , una reconstrucción de la vida frente a las muertes que nos dejó una dictadura genocida y empezamos por la niñez. El Taller Julio Cortázar fue una experiencia creada colectivamente después de que terminó la dictadura militar(1976-1983). Autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Fue una dictadura cívico-militar que gobernó a la República Argentina. Adoptó la forma de un Estado burocrático-autoritario y se caracterizó por establecer un «plan sistemático» de terrorismo de Estado y desaparición de personas. Conformado por las tres fuerzas armadas, impuso su proyecto económico neoliberal. genocida, que nos agredió desde marzo de 1976 a diciembre de 1983. El Taller estuvo dedicado a la contención y apoyo de los hijos y las hijas de las víctimas del terrorismo de Estado, desde los cuatro hasta los dieciocho años.

En esta experiencia sin antecedentes, participaron miembros de la Comisión de Familiares de Presos Políticos, ex presas y presos políticos ya liberados -entre las que me encontraba-, colaboradores profesionales y expertos en distintas áreas de educación y atención a la infancia. Además, concurrieron familiares de las niñas y los niños y adolescentes que participaban, fundamentalmente padres, madres y abuelas, que quedaron a cargo de esos chicos después de la desaparición de sus progenitores. Nos propusimos reconstruir la vida de los más pequeños y, a la vez, desde allí íbamos rearmando nuestra propia vida.

El Taller, que se inició a principios de 1984, funcionaba todos los sábados en una casa prestada y luego en otra, en las mismas condiciones. La primera era de los ex sacerdotes para el Tercer Mundo y la segunda pertenecía a un grupo de estudiantes de la Universidad. Duró un año en estos lugares y, después, en 1985 nos trasladamos a una casa más amplia frente a la plaza Colón. Esto ocurrió cuando se contó con recursos para alquilarla. Esos fondos provinieron de una donación del cantautor Joan Manuel Serrat y, posteriormente, de un proyecto presentado a una organización europea que lo financió.

El taller duró varios años. Yo voy a relatar mi experiencia en sus primeros cuatro años como profesional docente, Trabajadora Social  y, a la vez, militante. Fui detenida en dos oportunidades y las detenciones trajeron consecuencias para mi salud y mi vida. La primera fue en la dictadura de OnganíaDictadura cívico militar desde 1966 hasta 1970 de Juan Carlos Onganía (1914-1995). , estaba recién operada de la cadera y la intervención no dio resultado por falta de un tratamiento adecuado. La segunda detención duró seis meses, con dos de torturas físicas y psíquicas, y fue ya en la dictadura de Videla y con Menéndez en Córdoba.

Los cuatro primeros años del Taller estuve participando a cargo del área de Trabajo Social, en la recepción de las y los niños y adolescentes y los familiares responsables de su crianza. En el cuarto año compartí esta experiencia con Cristina Barrandegui, colega Trabajadora Social. Después me retiré y empecé a trabajar como docente en la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad hasta que me jubilé, pero sigo con un posgrado sobre infancia.

La experiencia fue interdisciplinaria e hicimos varios esfuerzos para que fuera transdisciplinaria, ya que todos los sábados al atardecer, cuando se retiraban los niños, adolescentes y sus familiares organizábamos una reunión para compartir lo actuado y evaluar la experiencia que era inédita para todos nosotros, los adultos. Así, corregimos errores, intercambiamos conocimientos y elaboramos propuestas de acción conjunta.

La población beneficiaria del Taller estaba dividida en un grupo infantil, menores de cinco años, niños y niñas de seis a doce años, y adolescentes de doce en adelante. A su vez, estaban las abuelas que traían a sus nietos y se quedaban en el Taller para sentirse acompañadas y ayudar en algunas actividades y colaborar con la comisión de padres. 

Los docentes y profesionales o talleristas -así les llamábamos- pertenecían a diferentes áreas: educadores de arte -dibujo y pintura-, de literatura infanto juvenil, de ecología y de teatro. Algunos días de la semana también había un profesor de guitarra y una profesora de ajedrez. Además, funcionaban áreas de salud mental, con varias psicólogas y una psiquiatra; de salud, con médicas y médicos (el director del Taller fue el médico Roger Becerra), y el área de Trabajo Social, que yo atendía con la colega nombrada.

Los adultos también tenían sus talleres de teatro y sobre temáticas de la crianza y la represión vivida. Trabajaban estas situaciones con psicólogos y trabajadores sociales. Nosotras, las dos trabajadoras sociales, los recibíamos en las primeras entrevistas. Yo, además, también los visitaba en la casa para resolver algún problema específico y para conocer el hábitat en que desarrollaban sus vidas. Estos encuentros nos ayudaron mucho a integrar el resto de la familia en el trabajo del Taller. Existía un área jurídica que asesoraba en las tareas de búsqueda de familiares detenidos desaparecidos y en otros aspectos legales derivados de las acciones de persecución política por parte del gobierno militar ya derrotado.

Cuando conseguimos aportes del Estado para un almuerzo frugal, los y las niños y adolescentes iban a la mañana y se quedaban hasta el atardecer. Además las Trabajadoras Sociales obtuvimos algunos recursos desde el Estado para mejorar la situación económica -altamente deficitaria- en que la mayoría de las familias habían quedado. Por ejemplo, pensiones para las abuelas con niños a cargo y terrenos para vivienda, entre otros. Paralelamente, hacíamos un trabajo con las escuelas a las que asistían niños y adolescentes con discapacidad funcional o muy afectados por el trauma vivido.

Entre todos y todas organizamos un campamento en el verano en una dependencia que tramitamos desde el área de Trabajo Social, propiedad del Estado provincial, en Santa Catalina, al norte de la provincia de Córdoba. También participamos con adolescentes de encuentros inter-talleres en todo el país, donde existían iniciativas similares intercambiando experiencias parecidas muy enriquecedoras. Como todas las áreas tuvimos que empezar de cero e inventar todo, ya que la terrible experiencia de la dictadura no tenía sistematizaciones ni libros escritos para disminuir sus efectos y acompañar a niños y adolescentes cuyos padres habían desaparecido o estuvieron o aún estaban presos. También para nosotras y nosotros y nuestras familias, que habíamos sido víctimas.

Para congregar a los adolescentes trabajamos juntos con la Comisión de Familiares de Presos Políticos y detenidos-desaparecidos, que tenía muchos datos. Es que la mayoría de las familias afectadas por la dictadura con la detención, desaparición o asesinato de algunos de sus miembros, frente a la indefensión que se vivía en la sociedad, habían recurrido a ella. Así, los integrantes de la comisión, cuando había niños, niñas y adolescentes los enviaban a nuestro Taller. Además fuimos visitándolos en las casas donde vivían, cuando nos enterábamos de alguna situación familiar en que ellos y ellas habían sufrido la desaparición, asesinato o cárcel de algunos de sus padres. En tanto, los organismos de Derechos Humanos (DDHH) enviaban al Taller a los hijos de exiliados que regresaban. 

Así fue como nos propusimos trabajar sobre la recuperación de la vida y el sostén de la salud física y mental a través de este espacio al que pensamos fundamentado en la solidaridad y el apoyo mutuo. En primer lugar, tratamos de instalar un espacio de acogimiento donde ellos y ellas pudieran hablar y compartir lo sufrido. No solo los niños, las niñas y adolescentes sino también los adultos que quedaron a su cargo. Una parte de ellos eran discriminados en las escuelas, por sus compañeros de clase o por los maestros. En este caso, buscamos juntos formas de revertir la situación. Por ejemplo, hubo buenos alumnos de la primaria a los que no les habían permitido llevar la bandera porque a pesar del promedio alto y el buen comportamiento estaban estigmatizados por sus padres “subversivos”.

No siempre se pudo modificar en las autoridades escolares la discriminación pero sí logramos fortalecer el pensamiento autónomo de niña, niños y adolescentes afectados para sentirse orgullosos de sus progenitores y esgrimir argumentos de defensa de los mismos. En ese sentido el Taller fue también un espacio de concientización política. Otras familias habían explicado las ausencias con viajes de los padres o enfermedades. Nosotros elegimos y buscamos reconstruir esa historia con criterios de Memoria, Verdad y Justicia, que no fue un proceso fácil porque saber la verdad en este caso implicaba un sufrimiento y, a veces, resistencia a conocerla. Así fue como elaboramos entre los adolescentes un video para rememorar esta historia a la que ellos no podían ponerle palabras verdaderas y las nombraban como “lo que nos pasó”.

Impulsamos un sistema de intervención multidisciplinario y transdisciplinario fundamentado en la educación popular y en los DDHH para superar las secuelas de la dictadura en la niñez y la adolescencia, tan dañada por ella.

Se gestionaron recursos ante el Estado, que si bien no fueron muchos permitieron sostener algunos espacios del Taller y disputar con el gobernador radical de turno, Angeloz, otras decisiones frente a una actitud de reconciliación con la dictadura.

Las chicas y los chicos del Taller se comunicaron con otros niños de Cuba e intercambiaron cartas, cuentos y dibujos realizados por ellos, libros hermosos editados por los cubanos para sus niñas, niños y adolescentes. Cuando enviamos los materiales hicimos una ceremonia previa colgándolos en las paredes en el patio del taller y poniendo el dibujo de nuestras manos. Cuando recibimos sus regalos de vuelta, hicimos otra ceremonia en respuesta.  

También coordinamos encuentros de los adolescentes del Taller con los adolescentes de la Asociación Cultural Israelí, de Córdoba (ACIC). Mientras estuve participando pudimos presentar un panel sobre el Taller Julio Cortázar en la Feria del Libro y otro en el pabellón Argentina de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Este último fue con las Abuelas y todavía lo recuerdo con lágrimas en los ojos por la emoción que nos produjo la respuesta de los estudiantes aplaudiéndolas, parados arriba de las sillas. 

Somos conscientes de que no podemos ser meros testigos de la tragedia vivida. La posibilidad de sobrevivencia de los fines de nuestra lucha, entre otras acciones de militancia, está en relación directa con el cuidado y el amor que podamos prodigar a quienes entonces atravesaban la niñez y la adolescencia. Pero desde esa edad ellos y ellas, como nosotras y nosotros, debieron empezar a comprender cuál es el sentido de nuestras vidas en la tierra y eso tratamos de trasmitir o elaborar juntos. 

En uno de los encuentros les preguntamos a ellos y ellas qué significaba en sus vidas el Taller. Estas fueron algunas de sus respuestas: “El Taller es la vida”, “vengo al Taller con alegría”, “vengo al Taller para hacer lo necesario para trabajar juntos y no solos”, “el Taller es un mundo nuevo”, “aquí somos más buenos, nos ayudamos entre nosotros”. 

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