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Tejiendo vínculos

María Cristina Lucca

Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina

El 10 de diciembre de 2003 asumió su segunda gestión como intendente de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, el compañero Daniel Irigoyen. Junto con él un grupo de militantes de la década del ’70 del cual formé parte. En la provincia culminaba el gobierno de la Unión Cívica Radical (UCRUnión Cívica Radical. Es un partido político fundado en 1821 por Leandro N. Alem. Gobernó en diez oportunidades el país. ), partido político tradicional, con una situación social compleja y una economía diezmada: se cobraban sueldos en bono federal en vez de pesos argentinos. En la Nación, Néstor Kirchner ejercía la presidencia de nuestro país desde el 25 de mayo.

En este contexto -en el que las políticas neoliberales habían provocado un aumento exponencial de la pobreza, la desocupación, la individualidad y la marginalidad-, la Secretaría de Desarrollo Social de Gualeguaychú formó un equipo de trabajo para llevar a cabo propuestas políticas de inclusión social y promoción de derechos. La Dirección de Capacitación de este equipo fue mi tarea. Desde allí impulsamos y potenciamos herramientas de trabajo colectivo junto a espacios de aprendizaje en las comunidades más desprotegidas de la ciudad. Con ese fin, realizábamos reuniones de coordinación, articulación e integración entre las direcciones que formábamos parte de dicha secretaría. El objetivo era que los espacios que habilitáramos concluyeran en acciones concretas de transformación, equidad y justicia social.

Elijo recordar este momento, porque creo interesante poder rescatar algunas formas de trabajo que encaramos como equipo y que creíamos imprescindibles. Específicamente, la situación alimentaria y nutricional de los sectores más vulnerados. Las opciones eran determinantes: continuar con los comedores comunitarios, que funcionaban de forma diurna y nocturna entregando mil raciones diarias de comida elaborada, o comenzar un camino de recuperación de derechos. Es decir, no solo por una alimentación saludable sino también por la reconstrucción de las relaciones humanas, de lazos familiares y vecinales. La alimentación como medio para lograr autonomía y dignidad desde lo cotidiano. Optamos por lo más complejo, que implicaba modificar todos aquellos aprendizajes que hasta entonces tenían los grupos familiares y que se acarreaban culturalmente debido a los años de políticas de empobrecimiento. Era apostar a un cambio de paradigma en la política alimentaria: de recibir la comida elaborada a que la familia como sujeto de derecho transitara un proceso de empoderamiento en la resolución de su propia alimentación.

La Secretaría de Desarrollo Social optó por direccionar fondos de su presupuesto al vale Alimentarnos, que permitía comprar alimentos y sumar a programas significativos en cuanto a su acción comunitaria. Desde la Secretaría de Desarrollo Social articulamos con diferentes actores sociales: jardines maternales, organizaciones comunitarias, profesionales y promotores de salud, Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), Centro de Almaceneros y Afines Gualeguaychú, asociación Primeras Madres Cuidadoras y trabajadores administratives, entre otros.

Por otro lado, desde la Dirección de Capacitación se sumó el programa Pro-Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que es un organismo estatal, descentralizado y dependiente del Ministerio de Agroindustria de la Nación que facilitó semillas y profesionales que se incorporaron al equipo para motivar a les vecines sobre la importancia de la soberanía alimentaria. La estrategia fue desarrollada por medio de promotores que fueron capacitados sobre conocimientos propios del programa marco y en su rol a través de metodologías de educación popular. 

Allí surgió el espacio de taller Cocinando las Verduras en el que compañeras del barrio, en su mayoría mujeres, tomaban el rol de talleristas explicando a sus vecines cómo cocinar según cantidades, cocción y variedad de verduras. Los demás participantes escuchaban, degustaban, compartían e intercambiaban saberes propios en las formas de cocinar. Pero como explicaba antes, la alimentación era además un medio para el encuentro. 

Recuerdo uno de esos talleres: el comedor de la escuela estaba repleto, la cocinera de ese día tenía en un tablón todos los elementos necesarios para realizar la receta, una calabaza rellena con distintas verduras. Al principio, todo el salón estaba en silencio, pero después de la degustación se generó un gran bullicio entre preguntas, charlas e intercambio de recetas.

El programa Tejiendo vínculos realizado en coordinación con la Dirección Nacional de Capacitación, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, promovió la formación de coordinadores barriales que, luego, se dieron a la tarea de formar equipos en los que además de los intercambios de saberes respecto de la alimentación se pusieron en discusión temáticas tales como políticas sociales, el rol de las organizaciones comunitarias y adicciones. Además, se generaron grupos de contención y ayuda mutua, se plantearon problemáticas de abuso, se habló sobre la visión de los medios de comunicación, sobre la obtención cooperativa de recursos y las redes comunitarias de cuidado. Numerosas familias de ocho barrios de la ciudad participaron durante todo 2005 de Tejiendo vínculos. La propuesta culminó con un encuentro en comunidad, donde les niñes pintaron, les adultes mayores bailaron y hubo mate, tortas fritas, música y juegos. 

La gestión 2003-2007 en la Municipalidad de Gualeguaychú, de la cual comparto aquí un recorte, significó en mi vida la posibilidad concreta de volver acción aquellas ideas, discusiones y propuestas políticas que fueron parte de nuestros ideales. Entiendo que las mismas resultan necesarias en pos de una sociedad más justa, equitativa y, sobre todo, con una comunidad sin derechos vulnerados. 

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