Por el mundo

Testimoniancia

Norma Victoria Berti

Torino, Italia

Fui detenida en noviembre de 1976 y mi secuestro tuvo las características habituales en aquella época en Argentina. Mis tres años de reclusión pasaron inicialmente por dos campos de detención clandestinaUtilizados en el plan sistemático de desaparición de personas en la última dictadura cívico militar (1976-1983). La Perla y La Rivera fueron los centros clandestinos de detención más importantes de la cuidad de Córdoba. en la ciudad de Córdoba -La Perla y La Ribera- y, posteriormente, en la unidad penitenciaria de esa ciudad. Allí, se reconoció y legalizó mi detención. Por último, fui trasladada a la cárcel de Villa Devoto donde transcurrí el último año.

A partir de mi liberación me convertí en lo que se puede llamar una testimoniante tenaz. Formé parte de los comités de denuncia contra la dictadura y por el retorno de la democracia en Argentina. Participé como testigo y en Italia, donde resido desde que salí, me hice promotora de los juicios a los militares genocidas cuando las leyes de impunidad impedían juzgarlos.

Más tarde, cuando el gobierno de Kirchner(1950-2010). Néstor Carlos KIrchner. Abogado y político peronista. Diputado, gobernador de la provincia de Santa Cruz y presidente de la Nación entre 2003 y 2007. Revalorizó la política como herramienta de transformación y dio un fuerte impulso a las políticas de Derechos Humanos. anuló dichas leyes y reabrió los procesos a los militares implicados en violaciones a los Derechos Humanos (DDHH) pude declarar por videoconferencia desde Roma. Fue en el proceso que tuvo lugar en Córdoba, donde se juzgó al grupo de tareasGrupo conformado por miembros de las fuerzas armadas, de seguridad y paramilitares dedicados al secuestro, asesinato y desaparición de opositores politicos. de militares y paramilitares que actuaron en La Perla. Allí fueron torturados y desaparecidos miles de mis conciudadana/os . En el momento de hacer mi tesis universitaria, que después devino en libro, elegí hacerla sobre las cárceles de mujeres recluidas por motivos políticos durante la dictadura.

Puedo decir que esta militancia de denuncia y memoria es una constante en mi vida de sobreviviente al terror dictatorial y que no está basada en el supuesto sentido de culpa que generalmente se atribuye a la/os sobrevivientes de las catástrofes. Desde el inicio de mi detención tuve la clara conciencia de que había caído en una máquina de destrucción infernal y que salvarse o sucumbir era una cuestión puramente casual.

Siempre he testimoniado porque la dictadura militar que ha infligido un golpe mortal a las organizaciones de izquierda en particular y al mundo progresista en general, ha exterminando una generación de militantes políticos y sociales. En muchos de los sobrevivientes se instala una especie de síndrome que podríamos llamar “del revolucionario que se quedó sin revolución”. Es como si se produjera una especie de fijación libídica, anclada en ese mundo que había sido violentamente suprimido: la imposibilidad de elaborar la pérdida de los compañeros, del compromiso político, del horizonte de cambio en el que se creía y por el cual se luchaba y se moría.

Sin duda, la militancia había implicado proyecciones personales y afectivas profundas que eran imposible abandonar de un día para otro. No solo se acarreaba con el duelo de la muerte o desaparición de cada compañero asesinado sino que se imponía la realidad, difícil de aceptar, de la definitiva derrota política de ese movimiento radical, amplio y plural que aspiraba a la conducción política del país. Un movimiento que se había fraguado y había crecido al abrigo de las luchas obreras y estudiantiles antidictatoriales de fines de los ’60 e inicio de los ’70 y que ya antes del advenimiento de la dictadura de marzo del ’76 había comenzado su parábola descendente.

En Argentina la dictadura, cuya consecuencia fue el genocidio, dejará en la sociedad una fractura insanable. En este panorama lacerado, el testigo siente una especie de mandato con los compañeros ausentes y está condenado a pedir -a veces a arrancar- la palabra pero es esencialmente un ser no reconciliado con el pasado trágico que ha vivido, que denuncia, que conserva, que actualiza.

Este es el sentir unívoco del testigo, que busca la salvación y la paz interior abriéndose al mundo, bajando a la calle para superar las fronteras que le marca su angustia vital y reactualizar su pasado adentrándose en la vida social y denunciando sus aspectos más injustos. En tal sentido, la urgencia marcada por los indultos y la impunidad me ha llevado a implicarme en una constante tarea de denuncia y de sensibilización en diversos ámbitos -escuelas, universidades, sindicatos, comités, juzgados, instituciones- volviendo a poner una y otra vez en escena la carga dolorosa de un pasado hecho presente para siempre.  

Cuando decidí, en 1990, hacer mi tesis de licenciatura universitaria sobre las cárceles de mujeres durante la dictadura tuve cierta dificultad en encontrar material precedente en el cual fundar mi investigación. Si bien terminada la dictadura hubo un febril trabajo de reconstrucción e interpretación de los eventos de aquellos años (películas, novelas, representaciones plásticas, interpretaciones psicológicas, sociales.), toda esta necesidad de revisitar, conocer y explicar el pasado reciente no solo se detenía ante los muros de la cárcel -privilegiando el fenómeno concentracionario- sino que no coincidía con mis vivencias y experiencias de militancia y cautiverio.

Cuanto más leía y buscaba en esta prolífica producción, más llegaba a la conclusión de que eran construcciones y reconstrucciones que no me pertenecían. No porque faltaran a la verdad o carecieran de rigor, sino porque afrontaban la cuestión desde una mirada y una proyección intelectual y emotiva radicalmente diferente a la mía, que se posicionaba en un espacio unívoco justamente porque era testimonial.

La escritura de la/os sobrevivientes de campos y cárceles vendrá muchos años después de terminada la dictadura. Es también por esto que, en este contexto, las historias de los campos y de las cárceles se conocen tardíamente y vienen rescatadas de a poco, junto a las innumerables identidades políticas reforzadas en la dura convivencia en reclusión. De hecho, el cambio de perspectiva se dará en los ’90 marcando un quiebre y gestando en esos años una suerte de contracultura de la impunidad que favoreció la circulación de relatos vinculados a la recuperación simbólica de la experiencia militante, cuestión ausente en los primeros años de democracia.

Indudablemente, la escritura es un trabajo destinado a cristalizar una experiencia y para quien sobrevive se impone, en cambio, la urgencia de recuperar una existencia interrumpida por la vivencia de la violencia. Por lo tanto, el retorno a la normalidad implicará un esfuerzo en donde la energía vital se canaliza en primera instancia por la necesidad de reconstruir y/o recuperar viejos y nuevos afectos, relaciones, proyectos, sentidos y espacios. 

En cuanto a mi tesis, que después fue publicada, la considero un esfuerzo de reconstrucción que no pondrá nunca en el centro los aspectos más brutales y truculentos de la represión que insisten sobre la figura de los victimarios omnipotentes y las víctimas inermes destinadas únicamente a la sumisión y a la muerte, un punto de vista que tantas veces ha sido preferido por quienes afrontaban el argumento. He tenido presente al elaborar el trabajo la lección de muchos historiadores según los cuales cada generación -y agrego cada género- tiene el derecho a escribir antes que nadie la historia que lo tuvo como protagonista.

En el centro del libro se encuentran los recuerdos de nueve mujeres, compañeras y amigas que han compartido mi cautiverio. Ellas pondrán a disposición sus memorias de resistencias y de resistentes, sacarán fuerzas de las propias convicciones y de la unidad solidaria del grupo, luchando cotidianamente contra la institución total para conservar el propio baricentro de militantes políticas y de protagonistas que tejen el propio destino. Como en un papel de tornasol, se puede leer en todos los testimonios cómo la experiencia colectiva de los campos y de la cárcel ha permitido vivir el peligro inminente de la muerte como un hecho fraternal. El libro en idioma italiano y editado en Italia lleva el título Donne ai tempi dell’oscuritàMujeres en tiempo de oscuridad. parafraseando el de otro libro, Hombres en tiempo de oscuridad, de Hanna Arendt(1906-1975). Filósofa y teórica política alemana, posteriormente nacionalizada estadounidense. Una de las filósofas más representativas del sigo XX. Fue crítica de la democracia representativa y proponía un sistema de consejos o de democracia directa..

Para cerrar me valdré de una reflexión de la filósofa, porque asumiendo este concepto como brújula, articulo los diferentes elementos y argumentos que escojo para desarrollar en mi trabajo. Dice Arendt:

Este tipo de relación humana se afirma inevitablemente cuando los tiempos se hacen oscuros para determinados tipo de personas y no depende de ellos, de su discernimiento ni elección el hecho de alejarse del mundo. La humanidad bajo forma de fraternidad aparece invariablemente en la historia entre los pueblos perseguidos y los grupos de hombres esclavizados. (…) Este tipo de relación es un privilegio de los pueblos marginales y es la ventaja que los parias de todo el mundo poseen siempre y en cualquier circunstancia sobre los otros. (…) Pareciera que sometidos a la presión de la persecución, los perseguidos se unen tan fuertemente entre ellos que el espacio que hemos llamado mundo (y que obviamente existía entre ellos antes de las persecuciones manteniéndolos separados) no exista más. Esto hace que las relaciones humanas sean tan intensas y profundas que para aquellos que han probado esta experiencia puede parecer un fenómeno físico”.

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