Bonaerenses

Tía Graciela

Graciela Silvia Galarraga

Luján, Buenos Aires, Argentina

De Devoto en un baúl de un FalconAutomóvil de la marca Ford de color verde utilizado por las fuerzas represivas del Estado para realizar secuestros durante la última dictadura cívico militar de Argentina. a la FederalPolicía Federal Argentina. , de la Federal a Ezeiza. Ahí supe que me habían dado la opción para salir del país. 

Ante la mirada vigilante de los militares, el cónsul francés se acercó, me abrazó y me dijo que estuviera tranquila, que no preguntara nada, que todo estaba organizado, que en París me estaban aguardando y que quería decirme algo que no había podido conversar conmigo. Había dos niños en el avión que me estaban esperando, de cuatro y cinco añitos, hijos de compañeros. Habían sido recuperados por la embajada francesa o algo así. Que el papá había caído prisionero en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMAEscuela de Suboficales de Mecánica de la Armada, fue centro clandestino de detención. Actualmente alberga el Archivo Nacional de la Memoria.) y había sido sacado por la embajada hacía casi un año. Que su esposa, y mamá de los pequeños, había sido atrapada y asesinada por la Marina. Que Francia se había hecho cargo de ellos y se hallaban esperando mi salida para ser llevados junto con su padre. Que la psicóloga les había hablado de mí y que para ellos yo era la “tía Graciela”.

Fue muy difícil asimilar tantas cosas en segundos. Yo aún tenía un nudo en la garganta cuando pensaba en las compañeras y la frustrada despedida con mi familia. Y recurriendo a un concepto tan internalizado entre compañeras, “aquí nadie se salva solo”, tomé el documento que estaba en manos del cónsul y firmé haciéndome cargo de Lucio y Marina. Y no me equivoqué, valió la pena. Lucio y Marina iluminaron esas horas tan importantes en mi vida con preguntas, juegos y tantas ocurrencias propias de niñ@s de su edad hasta nuestra llegada a París.

Tengo que reconocer que fue un regalo que me dio la vida, una caricia al alma. Y ni hablar de la ternura que me invadió cuando los vi estrecharse en ese abrazo interminable con el padre.

Habianos ganado una primera y gran batalla.

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