Andes, Pampa y Patagonia

Tiempos y mares

Ana María Garraza

San Luis, Argentina

“La Memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta.
Quiere ser puerto de partida, no de llegada.
Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza,
su peligro, su intemperie.
Creyeron los griegos que la memoria
es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron”.
Eduardo Galeano.

Hay ventanas que se abren para que la luz encienda las memorias. Emergen imágenes y voces, germinan palabras y espejos, asoman presencias y vacíos. Porque la historia no es el pasado, es fuego que irradia e interpela, propone movimientos y travesías, sugiere recorridos, orillas y cánticos.

El compromiso puede encaminarse desde diferentes lugares porque lo importante es, siempre, la coherencia con los proyectos populares, con las mayorías. Asumí la Dirección de Derechos Humanos (DDHH) en la Municipalidad de San Luis el 25 de julio de 2013. Fue a cinco meses del último abrazo con mi madre, evocando su vida e invocando su nombre junto al de nuestras ausencias… que son eternas presencias.

Este territorio provincial que jamás constituyó un área institucional para albergar la Memoria, promover la Verdad y reclamar la Justicia comenzó a generar espacios que -en coherencia con las políticas nacionales de entonces- enhebró múltiples historias, reclamos, homenajes, informes, actos, archivos y actividades. Un compromiso, un juramento ante quienes demandaban por el quebrantamiento de sus derechos, del pasado y del presente.

La labor era vertiginosa: parecía que anhelábamos recuperar el tiempo que se revelaba como perdido. Fueron apenas dos años y cinco meses: el sombrío diciembre de 2015 truncó un sinfín de proyectos, aunque nada ni nadie desvanecerá las victorias que -con esfuerzos inconmensurables- logramos colectivamente. Los acontecimientos quedan grabados en los corazones de las familias que presenciaron la recuperación de las vidas militantes, en placas recordatorias en los lugares de trabajo, en acciones que reivindican los itinerarios de la juventud cercenada y en ceremonias convocantes con las juventudes actuales para entretejer y conjugar lazos e historia. 

Fue una misión que ansiábamos cumplir sin reparos. Empeño grupal con aquel valiente y valioso Observatorio de DDHH, aunque nunca se dedicó a “observar”, por el contrario, el barro de las casas inundadas, las asambleas de las instituciones educativas, la cárcel de los menores violentados, los allanamientos y prisiones ilegales en barrios periféricos, las marchas diversas y reivindicativas, la lucha en las calles, los anhelados trámites de reparación… Allí estaban nuestros territorios de trabajo.

La filmación y archivo de todas y cada una de las audiencias del segundo juicio por delitos de Lesa Humanidad en San Luis -que duró más de quince meses, entre noviembre de 2013 y abril de 2015- fue posible gracias a la férrea voluntad y la tenaz determinación de integrar a la ciudad de San Luis en el convenio entre el Programa de Memoria Colectiva e Inclusión Social (MECIS), dependiente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y la Corte Suprema de la Nación. No hay registro del juicio anterior -el primero en la zona Cuyo- porque no existió la decisión política. Tampoco de los posteriores, por la misma vergonzosa e innoble razón. Participar del Archivo Nacional de la Memoria y de los Encuentros “Protagonistas del registro: ser Memoria” implicó una orgullosa, noble y enriquecedora experiencia de intercambios y compromisos, en los octubres de 2014 y 2015.

Los procesos populares -nos enseña la historia universal- no poseen linealidad pero diciembre de 2015 no significó un retroceso más: representó una derrota que trascendió el resultado electoral en todo el país. La Dirección de DDHH se anuló del organigrama municipal. La renuncia de quienes participábamos fue inmediata, a pesar de los intentos espurios de “reubicación” administrativa.

Aunque la tristeza y el desasosiego llenaban los corazones no hubo ni habrá artificios ni deslealtades que puedan despojar a nuestro terruño de la tarea emprendida, de manera participativa y colectiva. Los desafíos asumidos, dignificando y enalteciendo la Memoria, no son pasibles de la deshonra que ofrece el Olvido. Esta premisa la enseñan los pueblos, la siembran con sacrificio y esperanza, aun a costa de inmensas pérdidas e infinitas heridas.

Los pueblos siembran, acuden con sus semillas a la fertilidad de la esperanza y el coraje. Los eventuales naufragios no impiden que el rumbo retome las estelas, recupere las señales y avance. La comprobación más cabal se encuentra en esta América dolida, floreciente, vulnerada, luminosa, lacerada, radiante, golpeada y esplendorosa, aun en su sometimiento.

Los doce días de aquel julio de 2017 que anidamos en Cuba fue una ofrenda desde y hacia la vida. Mi compañero Raúl y yo realizábamos un deseo, un sueño postergado. Fue un regalo al corazón y a los ideales que abrigará nuestro compromiso eternamente. Porque el viaje hacia la tierra de la revolución -mil veces vapuleada, pero invicta- fue también una travesía hacia la propia historia, personal y compartida.

Cuba nos agasajó con la intensidad de su mar transparente, con los verdes de la vegetación abundante, las calles maravillosas de La Habana vieja -ese patrimonio de la humanidad-, con los frutos exuberantes y deliciosos, las noches luminosas y apacibles, los monumentos y homenajes, con la devoción indestructible hacia el Che y el reconocimiento infinito al liderazgo de Fidel. Cuba es la del Malecón, la del bar La Floridita, del Museo y de la Plaza de la Revolución. Pero su esencia, su distinción incomparable, reside en su pueblo extraordinario, valiente, comunicativo, digno, paciente y solidario. Una andanada de historias y rebeliones, de glorias y necesidades atraviesan la vida cotidiana, los ojos brillantes, los cuerpos emancipados, las mentes ávidas de conocimientos, las conversaciones desprejuiciadas, la música y sus canciones peregrinas. Una memoria colectiva que se erige orgullosa ante el mundo.

Así es como se explica la inmensa angustia que nos invadía al despegar del aeropuerto de Santa Clara para el regreso: quedábamos entrelazados con aquellas manos y voces fieles y fraternas, profundamente fusionados en un aprendizaje único y entrañable. A esa casi inexplicable devoción por nuestros héroes e ídolos que desentraña una manera diferente de incorporar la historia de otros pueblos.

Los pueblos cultivan las memorias: cada experiencia enriquece y enseña, en esas travesías encontraremos, siempre, las victorias, a pesar de los dolores. La historia de los pueblos es misteriosa, contradictoria y maravillosa. Nos desafía a cada instante, nos interpela y nos convoca con esperanzas y peligros, nostalgias e intemperies, partidas y llegadas. Como la memoria, que es hermana de la mar y del tiempo.

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