Noemí Mabel Di Gianni
Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina
Viví el río humano del 25 de mayo de 1973. El sol asomando por el Bajo mientras repartíamos pan y mate cocido, no me dejó otro lugar en la historia. No pude ni quise tener otro lugar. Mi historia cotidiana, la de las mil encrucijadas, me dejó para siempre atada al río.
El Riachuelo, el Río de La Plata es así… arenoso, fangoso, barroso, arremolinado, de lento andar, de canales y badenes. Y también de sorpresivas sudestadas que nos meten para adentro, nos llenan de juncos y basura, de botellas y bolsas, de mugre que tapona y no nos deja andar, no nos deja salir a mar abierto a construir castillos de arena y de sales.
Desde 1972 a 1976 viví una vida de apretados y acelerados años. Me enamoré, gesté, parí, volví a gestar: en mi cuerpo, en mi territorio, en mi gremio. Abracé y construí, discutí y peleé, caminé, corrí. No había que detenerse. Todo era urgente.
La gran sudestada llegó y me quedé suspendida en su dique de Hierro.
Pero allí parí, amé, tejí, bordé, cosí, dibujé, canté, discutí, estudié, abracé, caminé y comprendí. Ese río de mujeres siguió siendo mi lugar. Y también viví una vida.
En las largas calles, avenidas y rutas que nos conducen desde los Andes hasta el Atlántico, decenas, centenas y miles, fueron plantando sus banderas de reclamos urgentes y estratégicos.
Después de Malvinas y del Papa volví a mi barrio, a mi gente, a mi familia, a mis hijas y mi compañero y compañero/as. Volví a mi territorio y a mi gremio.
Tuve que reaprender códigos olvidados, no siempre con éxito, y sorprenderme para bien y para mal de otros nuevos códigos. La tele no era más en blanco y negro, la vida tampoco.
Caminé, corrí, discutí, peleé, aprendí, comprendí, construí, amé, gesté, parí, amamanté, lavé, planché, limpié, gané y perdí. Y también viví una vida.
Los ’90 me encontraron, como a miles, con cesantía, desalojo, hambre, desarticulación, derrota. Y resistí.
Volví a tener casa, volví a mi gremio, a mi gente. Me topé con los 2000 y resistí desde esa trinchera municipal que nos tuvo veintitrés días tomando un edificio casi vacío, sucio y derrumbado. Pero jamás dudé ni de la vida ni de la política.
Nos reorganizamos. Caminé, corrí, peleé, discutí, sinteticé, acordé, lavé, planché, limpié, aborté, comprendí, amé y gané.
El sur del cono urbano con sus ruidos, sus colores, sus olores, sus sabores, sus cables tendidos a cielo abierto -como sogas de colgar la ropa- es mi espacio, mi territorio, mi gente, mi esencia. Mi vida.
Construí, desde el ’83 hasta acá, tres veces las condiciones laborales para los trabajadores municipales de Lomas de Zamora. Discutí, peleé, cedí, acordé. Perdí y gané. Jamás me abstuve.
Hoy, tengo sesenta y seis años, ya sola, con mis cuatro hij@s heterogéneos y diversos, con mis seis niet@s, de entre veinticinco y cuatro años, también heterogéneos y diversos. Y sigo sintiendo la imperiosa necesidad de cruzar el Puente Pueyrredón, de avanzar hacia la Plaza de Mayo, como aquel 25 de mayo del ’73, cada vez que el pueblo se convoca. Porque no puedo, ni quiero tener otro lugar de pertenencia en esta que, sin dudas, es mi historia.
Camino, corro, siento, pienso, grito, canto, bailo, respiro, sufro, lloro y soy feliz, inmensamente feliz, en este pequeñito, diminuto lugar de ladrillo o granito de arena al que me condujo mi vida. Mis miles de decisiones cotidianas.
Y sigo, seguiré viviendo, una vida donde el sol seguirá asomando desde el Bajo, desde el río, desde el mar. Porque mi vida no es solo mi vida, mi historia no es solo mi historia, es la de decenas, centenas, miles de mujeres y varones de nuestro pueblo. Del pueblo de nuestra Patria, que cada día da un pequeño paso más.
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