Navegando el Paraná

Unos días con José, Rubén y Carlos

Nora Spagni

Santa Fe, Santa fe, Argentina

Tengo 74 años y algunos fuertes dolores: no haber podido criar a mis hijos que tanto deseé, la desaparición de mi marido a quien tanto amé, amigos entrañables entre los 30.000 y descubrir que algunos amigos, vecinos y parientes pensaban igual que los represores. Algunas fuertes certezas: mi hijo y mi hija, mis -por ahora- seis nietos, compañeras y amigas cercanas casi hermanas, mis ex alumnas y algunos ex alumnos también.

Soy amiga de algunos radicales, comunistas y socialistas en el Frente. También amigable con militantes sociales, religiosos y políticos, menos con los que sean anti peronistas. Soy Trabajadora Social y docente en la carrera. Soy cristiana y peronista, militante del Frente Todos y de la Patria Grande. Además, ex presa política del ’76, trasladada a la cárcel de Villa Devoto desde la de Villa Urquiza en un avión Hércules junto con compañeras del noroeste argentino.

A medida que se fueron yendo quienes estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y fuimos menos, trajeron a Devoto a los varones y a nosotras nos llevaron a Ezeiza, para terminar allí esta etapa de detención. Me dieron la libertad en la semana de las elecciones de 1983.

Les contaré mi trabajo vinculado con tres pibes que atendí en Santa Fe, en un centro creado para dar respuestas a los numerosos chicos que salían de sus barrios en dirección a las calles del centro: muchos eligieron “paradas”, las más conocidas fueron los semáforos.

En 1991 ellos tenían aproximadamente once, doce y trece años y se conocían de la estación de Retiro. José -el más chico- me contó que su papá era catangoArgentinismo. Peón ferroviario que trabajaba con pico y pala; los de menor rango en el mantenimiento de las vías férrea. , así que sabía manejarse entre los trenes, y que cuando los encontraron en Santa Fe los llevaron a la comisaría. Tenía un bolso con ropa, un peine y una Biblia pero lo trajeron sin sus cosas. Generar un vínculo de confianza era no permitir que les robaran, era ir a buscar sus cosas y que se las entregaran. Había que reparar su confianza en los valores. Por su parte, Rubén me dijo que ellos vivían en la villa de Retiro, que su mamá era parecida a mí, que tomaba mate y conversaba, que si nos conocíamos seguro nos hacíamos amigas. Su mamá sabía que venía para Santa Fe. Carlos, el más grande, me contó que su madre se enamoraba de tipos que no solo la trompeaban a ella sino a toda la familia. Por esto él había decidido no volver más y estaba en un “programa”, según explicó.

Cuando avisaron que una comisión policial los regresaría a Buenos Aires, a un hogar de menores, imaginé que tenían derecho a ser parte del pueblo, tocar el bombo, gritar sus necesidades y sus amores, decir no a la tristeza, no a la violencia y no a terminar como delincuentes. Entonces, hablé con el juez para que me designara como acompañante. Comuniqué a Minoridad la designación del juez, que accedió a mi pedido, y solicité que me autorizaran los días para llevar a los chicos y conocer el programa al que se refería Carlos.

Para el viaje conseguí una ambulancia de la provincia que volvía ocupada pero iba vacía. Para todos era mejor ir en ambulancia que ir con policías. Solo había una dificultad: yo no conocía Buenos Aires. Entonces empezamos a planificar desde la puerta del hospital donde nos dejarían. “Tía, no se preocupe, ahí tomamos un cole, vamos a la estación de Retiro y hacemos unos pesos para después comer”, me dijo uno de los chicos. Pensé que mientras ellos hacían eso yo podía buscar dónde escribir a máquina. “¿No nos perderemos?”, dudé. Pero uno de los jóvenes afirmó: “No tía, quédese tranquila, la vamos a cuidar todo el tiempo. Usted se queda en una oficina del amigo nuestro, que le pueden prestar la máquina, el baño y todo lo que necesite”.

Cuando llegamos hablé con el amigo de los chicos, que era el jefe de oficina. Él conocía a un catango, un ferroviario que trabajaba en las vías, cuyo hijo había partido de paseo en tren cuando su mamá se fue a tener otro bebé. Me dijo que esa familia siempre los visitaba, que eran prolijos y religiosos. Entonces, le conté que José estaba conmigo, pero que jamás lo entregaría por la fuerza. Y le consulté, según su conocimiento sobre la familia, qué me sugería. El hombre me respondió: “Podría decirle a José que yo le comenté que sus padres estaban por venir a la estación para mostrarme el bebé, que si él quiere podría mirarlo de lejos. Y mientras le aviso a los padres que él está acá y les pregunto si quieren venir”.

Entonces busqué a los tres chicos y les hablé. Les pedí que estuvieran juntos detrás del kiosco de revistas de enfrente por un rato. Les expliqué que yo estaría en la puerta de la oficina del amigo, porque vendrían los padres de José a mostrar el hermanito. Pero al verlos, José salió corriendo de su escondite. Fue como una escena escrita por MigréFelipe Alberto Milletari Miagro ( 1931- 2006), más conocido como Alberto Migré, fue un autor y productor de televisión argentino, autor de varias de las telenovelas más exitosas de la televisión argentina.: se abrazaron y alzó al hermanito. Todos emocionados: la familia, los ferroviarios y los mirones. Su papá y el jefe de la oficina firmaron el papel que certificaba que lo recibían ante mí, con sellos y todo.

Después nos fuimos todos para la entrada de Retiro y ellos se fueron. Me senté un rato para tomar algo, descansar y observar la vida cotidiana de los pibes. Era tanto lo que quería preguntarles. Por ejemplo: “por qué te acercás al chico de la silla de ruedas y le hablás al oído?”. Rubén me explicó: “¿No se dio cuenta tía que él no puede correr cuando llega un auto?, primero tienen que ir los más chicos que no corren tan ligero, luego nosotros y después tenemos que ir a preguntarle a los que están en silla si no necesitan nada”.

Al rato, Rubén volvió y me dijo: “Ya nos alcanza para comprar sándwich de milanesa ¿quiere uno?”. Le dije que prefería un pancho y le di la plata. Me querían mostrar todo: dónde compraban estampitas, dónde les daban agua, dónde compraban comida, qué les pasaba.

Les propuse ir a lo de Rubén. La casa era una pieza grande cuyas paredes eran de fundas de colchones transparentes, de plástico, cosidas una con otra. El techo, igual. En el centro había una cocina de garrafa y, pegadas a las paredes, estaban las camas. Para higienizarse o cambiarse se ponían sábanas como cortinas. Del lado de afuera había una zanja para hacer circular el agua de lluvia.

Se saludaron y enseguida me presentó a su mamá. Le dijo que hiciera mate para que conversáramos y nos pidió permiso para volver con Carlos a vender tarjetas y estampitas por un rato más. Charlamos del barrio. A la mamá de Rubén le gustaba hablar de política, así que le conté que antes del ’76 había estado allí por el Movimiento Villero Peronista. Cuando le pregunté a la señora si Carlos podía quedarse mientras yo aprovechaba para ir a ver a una amiga y charlar un rato me dijo que nos podíamos encontrar todos al mediodía en Retiro, en la parada. Y me acompañaron hasta el colectivo. Qué placer sentirme cuidada en Buenos Aires.

Al día siguiente, fui temprano para que me informaran sobre el programa “Pro Chico” y sobre las “Juventudes Políticas”. Me atendió la colega representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) a quien le relaté la situación de Carlos y, entonces, lo reintegró al programa. Le conté que sentí curiosidad cuando Carlos me dijo que era parte, como si fuese una agrupación juvenil. La democracia era nuestra alegría y Carlos Eroles, un colega prestigioso, estaba al frente de áreas como Protección al Menor y Familia. Usé criterios no burocráticos y respetuosos y difundí el programa.

Los operadores de calle al encontrar algún pibe o piba que no quería volver a su casa los invitaban a participar de este programa y lo inscribían en una pequeña ficha con cuatro datos: nombre, parada, qué les gustaba y qué necesitaban. Los operadores del programa trabajan con ejes. Por ejemplo, las paradas -esquina, semáforo, espacio grupal para rebuscarse- donde los encuentran para saber si están bien y qué necesitan; los centros de encuentro -casas vacías en lugares claves, sin camas ni comodidades- para descansar, bañarse, cambiarse la ropa, mirar televisión y dialogar con alguien; los campamentos -en una quinta- con actividades donde los operadores sacaban fotos para reconocer actitudes y valores.

Carlos me invitó a uno de los encuentros y me explicó cómo llegar. Cuando entramos en la estación no había casi nadie y el ambiente era malo: un grupo de jóvenes nos cerraba el paso. Les expliqué que nos había invitado Carlos a una reunión que se haría arriba y pedí que por favor le avisaran que ya estábamos allí. “De parte de la tía N…”, dije. Un joven, que tenía un look para dar miedo, se quedó para vigilarnos y otro fue hacia arriba. Momentos después, bajó Carlos a buscarnos.

Fue muy emotivo verlos reunidos. Estaban en rueda. Y como presidiendo el círculo había dos posters: el de San Cayetano y el de la Virgen de Luján. Ahí Carlos dijo que nos acercáramos, que era para todos. Uno de los muchachos afirmó que esa reunión estaba a cargo de las “Juventudes Políticas” y contó que habían visto un documental de cómo les quedaban los pulmones a los fumadores. Luego, se quedaron dialogando muy impresionados. Después cantaron algo que sabían todos pero cayó la Policía Federal y desarmó el grupo diciendo que teníamos que circular. Los muchachos se presentaron pero parecía que partidos políticos, militantes políticos y hasta políticas para la niñez seguían significando asociación ilícita. Era la democracia pero los miedos seguían, porque a quienes luego llamamos genocidas aún estaban en libertad.

Al día siguiente nos juntamos en la puerta de la estación. Hicimos el papel para la entrega formal de Rubén, acompañaron nuestras firmas la de los jefes ferroviarios “amigos”, que imaginé compañeros. Fue una linda fiesta de despedida. Fuimos a la terminal con Carlos, Rubén y la mamá. Me acompañaron hasta el colectivo. Habían escrito por sorpresa “con la máquina de los amigos” una estampita de las que vendían. Fue un desborde de amor, de agradecimientos y de cariño.

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